Somalia
Se evita la hambruna en Somalia: ahora amenazan las inundaciones
La hambruna prevista para este año pudo evitarse gracias a la rápida actuación de los organismos internacionales
La tragedia es relativa. Que cien o doscientas personas mueran de hambre en España es una tragedia. Ahora, que cien o doscientas personas mueran de hambre en Somalia, que mil o dos mil personas mueran de hambre en Somalia, eso es otra cosa. El mundo es tan macabro que dos mil muertes por algo tan sencillo y natural como comer pueden considerarse una buena noticia. Franz Celestin es el jefe de la misión de la OIM en Somalia y no le queda otra opción que alegrarse durante una conversación telefónica con LA RAZÓN, ya que la hambruna que amenazaba con borrar del mapa a cientos de miles de personas pudo prevenirse a tiempo gracias a la rápida actuación de los organismos internacionales.
Celestin deja claro que Somalia no ha sufrido una hambruna per se. Para que se considere una hambruna hace falta declararla como tal, cosa que no ha hecho falta este año “gracias al apoyo de los donantes que la han prevenido, en especial los Estados Unidos”. Ha estado cerca, pero lo han conseguido. Afirma que “la capacidad del sistema estuvo a punto de desbordarse” durante los meses más fatigosos, y recuerda una conversación sostenida con este periódico durante el pasado mes de julio, cuando la ONU apenas había recaudado un 30% del dinero necesario para hacer frente a la crisis. Entonces se temía que la hambruna sucedida en 2011 y que acabó con la vida de cerca de medio millón de personas en África Oriental volviera a repetirse. El riesgo principal venía de que Somalia lleva sufriendo una sequía desde hace cinco años.
La RAE define tragedia como un sustantivo femenino, una situación o suceso luctuoso y lamentable que afecta a personas o sociedades humanas. Desde 2019 han muerto 3.349 niños menores de cinco años en los centros de estabilización nutricional monitoreados por UNICEF. Más de mil de los decesos tuvieron lugar en 2022. A estos números cabría sumar los fallecimientos de niños mayores de cinco años y un puñado de miles que no han sido apuntados por UNICEF, que no tiene acceso a las áreas controladas por los terroristas. Parece un error decir que la tragedia se haya evitado.
Una tragedia que se diría que se previno porque pudo haber terminado con gran parte de las ocho millones de personas que actualmente se encuentran en situación de vulnerabilidad en Somalia. Una tragedia que ya ha desplazado fuera de sus hogares a 1.8 millones de somalíes. Una tragedia con los campos de refugiados al límite de sus capacidades y salpicada por el expansionismo yihadista del grupo Al-Shabab, que hoy controla los terrenos fértiles del país y que lucha una guerra abierta contra el Gobierno de Mogadiscio y una coalición de fuerzas internacionales. Lisa Hill, especialista en comunicaciones de UNICEF Somalia, concuerda con la relativización de lo trágico al considerar que "no debería necesitarse la palabra hambruna para conseguir el apoyo necesario durante una crisis por sequía. Requerimos una financiación inmediata y a largo plazo para los niños que viven en la línea de frente del cambio climático, para evitar que esta devastación se repita en los años venideros".
“Prevenir es mejor que curar”, asegura Celestin en un momento en que cabe a preguntarse si la hambruna prometida era, tal y como afirmaba en julio, una realidad inevitable. A lo largo de la conversación insiste en que la labor de la OIM y demás organizaciones sobre el terreno consiste precisamente en prevenir, arrancar la tragedia de raíz, y no actuar una vez comienzan a descontrolarse los fallecimientos. Este año ha sido un éxito, si puede decirse así: sigue el terrorismo, sigue la vulnerabilidad, siguen los dolores, pero la hambruna se ha evitado en términos oficiales. En un país donde la tragedia requiere cientos de miles de vidas arrojadas a la basura, podría hablarse de un éxito rotundo.
Porque la labor de la OIM y UNICEF es crítica y muy delicada. Ante la pregunta de cómo acceden a los territorios en situación de riesgo bajo el dominio de Al-Shabab, Celestin responde que “los necesitados tienen que desplazarse hacia las zonas de ayuda, ya que actualmente no nos es posible introducir la ayuda en las zonas controladas por los terroristas”. Esto significa que, primero, el número de desplazados internos sea mayor en Somalia, y, segundo, que aumente el número de refugiados inscritos en los campos. No duda a la hora de declarar que “si tuviésemos garantías para movernos con libertad, podríamos salvar muchas más vidas”. Recuerda que Al-Shabab permitió que la ayuda entrara durante la hambruna de 2011, pero los diferentes conflictos políticos y militares han llevado a que las garantías de seguridad hayan disminuido en los últimos años.
El Niño, próxima amenaza
“El problema ahora es que encontramos a demasiada gente viviendo en espacios muy reducidos. La sequía ha empujado a la población a las ciudades”. En Somalia siempre hay un problema, una tragedia en ciernes a la vuelta de la esquina. Los desplazados que arrastran las sandalias por el país se encuentran con otros desplazados en los abarrotados centros urbanos, son miles de individuos con costumbres y raíces distintas. Surgen los malentendidos, las discusiones, la violencia intercomunal.
Organizaciones como la OIM procuran crear una “cohesión social” que se enfrente a la ansiedad generada por la escasez. Además de la violencia generada por los yihadistas, en Somalia se ha recrudecido también la violencia entre comunidades a raíz de la escasez de recursos. Contra esto también se debe luchar. Prevenir e incluso arreglar antes de que se rompa del todo.
El trabajo de Celestin y su equipo no es nada fácil. Cuando ya ha pasado el peligro de la hambruna (de momento), asoma una nueva amenaza con un nombre tan letal como infantil: el fenómeno climatológico conocido como El Niño podría penetrar próximamente en Somalia y arrasar su territorio con la fuerza de las inundaciones. El Niño no es otra cosa que un fenómeno natural asociado a los cambios atmosféricos y que se caracteriza por la fluctuación de la temperaturas oceánicas en el Pacífico ecuatorial.
El resultado, en resumen, suele expresarse en forma de lluvias torrenciales. “El suelo es como una esponja”, ejemplifica el jefe de operaciones de la OIM, “si la mojas de golpe, el agua resbalará y caerá fuera. Si la mojas después de humedecerla, absorberá mucho mejor el agua”. Tras cinco años de sequía, el suelo somalí es una esponja petrificada. Una tormenta demasiado fuerte podría arrastrar consigo miles de viviendas y aumentar todavía más el ya inasimilable número de desplazados. La tragedia está allí, expectante. La ayuda sigue necesitándose. El Niño vendrá o no vendrá, pero si viene habrá que estar preparados, y si no viene habrá que prepararse para lo siguiente. Celestin y su equipo no pueden descansar: de su trabajo depende la vida de millones de personas cuya importancia depende de la definición que reciba su tragedia.
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