Historia
La increíble historia de seis niños que sobrevivieron 15 meses en una isla perdida en el Pacífico
La historia de los niños desaparecidos en la selva de Colombia ha dado la vuelta al mundo. Pero hace casi 60 años seis niños ya lograron sobrevivir durante 15 meses en una isla perdida del Pacífico.
La historia de Lesly, Soleiny, Tien Noriel, y el bebé de un año Cristin, los niños indígenas que estuvieron desaparecidos durante 40 días en la selva de Colombiaha dado la vuelta al mundo. Una historia de lucha y supervivencia que ha convertido a estos cuatro niños en en un símbolo en el país cafetero.
Experiencias como estas no son habituales pero a lo largo de la historia se han producido noticias similares. Una de ellas, se produjo hace más de 50 años y tuvo como protagonistas a seis menores de 13 a 16 años, que lograron sobrevivir durante 15 meses en una isla perdida en medio del Pacífico.
La aventura de estos adolescentes, de 13 a 16 años, comenzó en junio de 1965 cuando Sione, Stephen, Kolo, David, Luke y Mano residían en un estricto internado católico de Tonga, donde ni la comida era de su agrado. Un día su espíritu aventurero y sus ganas de vivir nuevas experiencias les llegó a trazar un plan: Navegar hasta Fiji, una isla situada a 800 kilómetros o incluso, por qué no, alcanzar las costas de Nueva Zelanda. Y durante el viaje, disfrutar de los manjares que ofrecía el mar.
Con el ímpetu propio de la edad, trazaron un plan. Escaparían del colegio e irían al puerto a robarle el barco a Taniela Uhila, un pescador con el que habían tenido algunas diferencias. Y así lo hicieron. Cargaron el barco con víveres para la travesía: dos bolsas de plátanos, cocos y un quemador de gas. En una época en la que no existían GPS ni dispositivos electrónicos, sólo podían orientarse con un mapa o con una brújula, pero ninguno de los chavales pensó que lo necesitarían. Así, con sus cabezas llenas de sueños se echaron al mar a ciegas.
Nadie los vio zarpar. El día era perfecto, el cielo estaba despejado y corría una brisa leve ideal para la navegación. Al llegar la noche, estaban exhaustos y los seis se quedaron dormidos. Horas más tarde, el tiempo había cambiado. El agua comenzó a golpear la embarcación y los chavales se despertaron sobresaltados. Trataron de izar la vela para salir de allí, pero el viento la destrozó de un plumazo. El timón tampoco aguantó mucho más. En ese momento comenzó una travesía de ocho días a la deriva, sin comida ni agua. Intentaron pescar con la mano y recogían agua de lluvia con los cocos vacíos que todavía quedaban en la embarcación.
Una comuna organizada
Ahí comenzaron a organizarse y a compartir el agua y los pocos alimentos que conseguían. Durante el octavo día se produjo el milagro. A lo lejos se atisbaba lo que parecía una pequeña isla, una enorme roca que sobresalía 300 metros del océano. Un lugar inhabitable que los adolescentes convirtieron en su hogar. Un pequeño huerto, un corral de gallinas, troncos de árboles ahuecados para recoger agua, un mini gimnasio con pesas fabricadas por ellos mismos, una pista de bádminton... y una hoguera, que nunca se apagó durante más de un año.
Los jóvenes formaron una pequeña comunidad con roles muy definidos. Se dividieron en tres grupos de dos que iban rotando en las tareas diarias: cuidado del huerto, preparación de la comida y custodiar el fuego, la única manera de que alguien pudiera verlos y acudir a su rescate.
La vida no era fácil y tuvieron sus enfrentamientos pero nunca fueron a mayores. Cada día seguían la misma rutina, rezaban al levantarse y antes de acostarse y cantaban acompañados de una guitarra artesanal creada a partir de medio coco, un trozo de madera y seis cables que recuperaron del naufragio. Conscientes de que sería muy difícil que alguien les encontrara, trabajaron en la fabricación de una balsa para poder salir de allí pero el mar no estaba dispuesto a dejarles marchar tan fácilmente y la destrozó nada más ponerla sobre la superficie.
El reto de sanar a uno de los chicos con una pierna rota
Uno de los mayores contratiempos se produjo cuando uno de ellos, Stephen, cayó accidentalmente por un acantilado y se fracturó una pierna. Sin medicamentos y material médico, tiraron de imaginación y le inmovilizaron la rotura con un palo y hojas. Sione le tranquilizó y le dijo: haremos tu trabajo mientras te quedas ahí tumbado como el mismísimo rey Taufa‘ahau Tupou -el rey Tonga, que acababa de heredar el trono de su madre, la reina Salote Tupou, al que todos conocían-.
La comida que hacían era a base de peces cocos, huevos de aves marinas y de las carne de las propias aves, de las que aprovechaban hasta su sangre para beberla. Con el paso de los días, fueron explorando la isla y encontraron el cráter de un antiguo volcán que había estado habitado 100 años atrás y en el que habían sobrevivido algunos pollos. También había plátanos y malanga salvaje, una planta tóxica al natural pero que cocida aporta muchos nutrientes.
La curiosidad de Peter Warner propició el rescate
Tras 15 meses de aventura, el 11 de septiembre de 1966 australiano Peter Warner navegaba por la zona y vio a lo lejos el islote rocoso en el que vivían los niños. Sus mapas le indicaban que estaba al frente de Ata, un islote que había sido habitado hasta 1863, cuando un barco de traficantes de esclavos secuestró a la población nativa para venderla. Desde ese momento, había quedado abandonada.
Cuando cogió sus prismáticos para observarla más de cerca vio cómo había zonas de las laderas de los acantilados que estaban quemadas. Warner se extrañó porque en los trópicos es raro que se produzcan incendios de forma espontánea y siguió explorando el resto del islote hasta que vio a uno de los jóvenes. La imagen le impactó. Desnudo, con el pelo largo hasta los hombros, saltó al agua desde un acantilado. A continuación, el resto de niños aparecieron y saltaron detrás del primero gritando con todas sus fuerzas. En pocos minutos, uno de ellos asomaba la cabeza por su barco: "Me llamo Stephen. Somos seis y creemos que llevamos aquí unos 15 meses", dijo en un perfecto inglés.
Warner dio un aviso por radio: "Tengo a seis menores conmigo". El operador le pidió que esperara un momento. Pasaron 20 minutos y volvió a responder emocionado "Los ha encontrado. Les habían dado por muertos y habían celebrado sus funerales! Si son ellos, es un milagro"
Un obstáculo en el camino
La alegría y celebración por el milagro, acabó ensombreciéndose cuando la policía indicó que tenía una orden de arresto de los seis niños por haber robado el barco. Uhila seguía furioso por lo ocurrido y quería que pagaran por lo que había hecho. Warner no podía entender lo que estaba ocurriendo y decidió llamar al Canal 7 de Sidney, cuyo gerente había hecho negocios con él, y le ofreció los derechos de la historia para que pudieran llevarla a la televisión. Con el dinero obtenido, pagaron al pescador una compensación por haber destruido su barco y fueron puestos en libertad.
Cuando llegaron a la isla de Ha’afeva, los 900 habitantes salieron a recibirles y festejaron el final feliz de esta rocambolesca historia. Warner fue proclamado héroe local y fue reclamado por el rey Taufa‘ahau Tupou para agradecerle lo que había hecho y para premiarle de alguna manera. Warner tenía claro que quería fundar una empresa y poder pescar langostas en sus aguas, a lo que el rey accedió sin miramientos. Después, regresó a Australia y compró un barco nuevo, que tendría una tripulación muy especial: los seis niños rescatados.
Los ingredientes de esta aventura podrían responder perfectamente al guión de “El señor de las moscas”, publicada en 1954 por William Golding. La diferencia entre ambas historias es que ésta última nunca ocurrió.
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