Diplomacia
De la indulgencia a la presión: la compleja relación entre Donald Trump y Vladímir Putin
El presidente de Estados Unidos imprime un giro inesperado a la condescendencia que había marcado su relación con el líder ruso hasta ahora al marcarle un ultimátum en Ucrania
Después de años de ambigüedades y elogios al líder del Kremlin, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, parece haber dado un giro inesperado –y para muchos, tardío– en su postura hacia su homólogo ruso, Vladimir Putin. En movimiento que ha sorprendido tanto a aliados como a críticos, el republicano ha anunciado un acuerdo para vender armas a países miembros de la OTAN, que a su vez las transferirán a Ucrania. Además, ha amenazado con imponer duras sanciones a los países que sigan comprando petróleo y gas ruso.
Durante varias intervenciones esta misma semana, Trump ha insinuado que en realidad nunca confió en su homólogo ruso. "Ha engañado a mucha gente", dijo Trump el lunes en la Casa Blanca, y añadió: "Engañó a Clinton, Bush, Obama, Biden. A mí no me engañó".
Más tarde, en una entrevista con la BBC repitió esa idea. Al ser preguntado si confiaba en Putin, hizo una pausa. "La verdad es que no confío en casi nadie", respondió finalmente. El episodio que molestó tanto a Trump llegó cuando en medio de sus ataques intensificados con drones y misiles contra ciudades ucranianas, provocando un número récord de víctimas civiles, Putin continuó con estas acciones apenas minutos después de colgar el teléfono con el mandatario estadounidense.
Trump indicó a la BBC que creyó "estar cerca de lograr el acuerdo", pero entonces "él derriba un edificio en Kiev". "Estoy decepcionado con él, pero no he terminado con él. Pero estoy decepcionado", sentenció.
Por su parte, Putin ha insistido en que también quiere la paz, pero ha dicho que primero deben resolverse lo que él llama las "causas profundas" de la guerra. Sostiene que el conflicto es consecuencia de amenazas externas a la seguridad de Rusia por parte de Kiev, la OTAN y "Occidente en su conjunto".
Un punto de inflexión
Este es, sin duda, un punto de inflexión en la dinámica entre ambos líderes. Y es que durante años Trump mantuvo una relación cuanto menos indulgente con el líder ruso. En su primer mandato, hizo oídos sordos a las advertencias de sus propios asesores sobre los riesgos de confiar en Moscú. La imagen de Trump en Helsinki, en 2018, respaldando a Putin por encima de su propia comunidad de inteligencia en relación con la injerencia rusa en las elecciones de 2016, quedó grabada como una suerte de símbolo de su "alineamiento" con el Kremlin.
Incluso en los primeros meses de su segundo mandato, Trump siguió cediendo terreno. Envió emisarios que se deshicieron en halagos hacia Putin y ofreció concesiones significativas, como el levantamiento de sanciones y el reconocimiento de Crimea como territorio ruso. Mientras tanto, calificaba al presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, de dictador y recortaba la ayuda militar a Kiev. Parecía dispuesto a firmar cualquier tipo de paz, aunque fuese a costa de la soberanía ucraniana.
Sin embargo, algo cambió. Al parecer, la paciencia de Trump se agotó. Putin, lejos de aceptar las generosas condiciones ofrecidas, exigió aún más: el cese total del suministro de armas occidentales a Ucrania y la salida de Zelenski antes de sentarse a negociar. Una vez más, el líder ruso pecó de exceso de confianza. Calculó mal, como cuando creyó que podía conquistar Ucrania en semanas o cuando intervino descaradamente en procesos electorales ajenos. Esta vez, su apuesta por un Trump eternamente complaciente no dio los frutos esperados.
La reacción de Trump ha sido contundente. El acuerdo con la OTAN supone un refuerzo significativo para la defensa ucraniana y, de paso, beneficios para la industria armamentística estadounidense. Además, su amenaza de imponer un arancel del 100% a los países que compren energía rusa –con mención implícita a China e India– introduce un nuevo elemento de presión económica sobre Moscú. Aunque hay quienes critican el plazo de 50 días antes de aplicar esas medidas, lo cierto es que el tono ha cambiado.
¿Cuánto durará el cambio de rumbo?
Eso sí, la pregunta inevitable es: ¿cuánto durará este nuevo enfoque? Con Trump, la coherencia no es moneda habitual. Una llamada incómoda con Zelenski o una conversación halagadora con Putin podrían bastar para deshacer lo avanzado. Su historial así lo sugiere.
Aun así, el cambio está siendo reconocido a nivel interno en Estados Unidos de ambos lados del espectro político y, si continúa, pronto aliados europeos también podrían ver estas señales como una muestra de que podrían trabajar más de la mano con Trump en la solución a la guerra en Ucrania.
Después de más de una década de acercamientos peligrosos, Trump ha dado un paso que, aunque motivado por sus propios cálculos políticos, puede tener un impacto real en el rumbo de este conflicto y otros que hoy amenazan la estabilidad global. Si logra mantener esta línea, y si el Congreso y sus aliados logran sostenerla, podríamos estar ante un giro relevante en la política exterior de EE UU.