
Defensa
El Pentágono pone fecha al choque con China con un gran despliegue naval en diciembre al sur del país
Entre declaraciones de amistad inéditas y la apertura de canales de comunicación, Estados Unidos y China elevan la tensión militar en el Mar de China Meridional con una escalada de acusaciones y maniobras navales

Un pulso geopolítico de consecuencias imprevisibles se está librando en el Mar de China Meridional. La tensión promete alcanzar su punto álgido el próximo diciembre, cuando está previsto un ejercicio marítimo de gran envergadura que unirá a las fuerzas navales de Estados Unidos con las de los países del Sudeste Asiático (ASEAN). Se trata de una inequívoca demostración de fuerza dirigida a Pekín, que observará con máxima atención cada movimiento en unas aguas que considera suyas.
Esta maniobra es la culminación de una estrategia cada vez más firme por parte de Washington. El secretario de Defensa estadounidense, Pete Hegseth, ha sido muy claro al instar a las naciones de la región a fortalecer sus fuerzas marítimas para disuadir lo que calificó, sin rodeos, de maniobras «desestabilizadoras» por parte del gigante asiático. El mensaje es contundente: Estados Unidos no está dispuesto a ceder terreno. Para ello, el Pentágono está invirtiendo en armamento de bajo coste y alta eficacia, como demuestra la conversión de bombas en superarmas capaces de hundir buques con gran precisión.
Asimismo, la Administración Trump ha puesto sobre la mesa un plan aún más ambicioso. La propuesta consiste en desarrollar un sistema de vigilancia marítima compartida entre los aliados de la zona, una iniciativa que, según informa el medio Defense News, buscaría crear un frente común para monitorizar los movimientos de la flota china. Este proyecto se complementa con la intención de acelerar un Código de Conducta que ponga fin a la ambigüedad con la que Pekín justifica sus acciones.
La doble cara de Washington en el pulso con Pekín
Sin embargo, esta escalada de gestos militares choca frontalmente con la retórica oficial del Pentágono. El propio Hegseth celebraba recientemente la creación de nuevos canales de comunicación militar con China, llegando a asegurar que las relaciones bilaterales nunca han sido mejores. Una contradicción que evidencia el abismo que separa la diplomacia de la realidad sobre el terreno, donde el ruido de sables es cada vez más audible.
Por su parte, el Gobierno chino rechaza de plano lo que considera una inaceptable injerencia estadounidense en asuntos regionales. Desde Pekín se acusa a Washington de avivar deliberadamente el conflicto y no han dudado en calificar a Filipinas —un aliado clave de EE. UU.— de «alborotador» por participar en ejercicios conjuntos. La reciente decisión china de declarar el arrecife de Scarborough como «reserva natural» no ha hecho más que añadir leña al fuego. Esta postura desafiante se apoya en una rápida modernización militar, ya que China podría liderar la carrera por obtener aviones de sexta generación, lo que alteraría el equilibrio de poder aéreo en la región.
En el fondo de esta pugna se encuentran las reclamaciones de soberanía de China, que reivindica la práctica totalidad de esta ruta comercial fundamental. Una postura que choca directamente con los intereses de Filipinas, Vietnam, Malasia y Brunéi, que también reclaman parte de esas aguas. Los encontronazos entre la armada china y los buques filipinos, cada vez más frecuentes, son el reflejo más visible de una disputa que no deja de crecer. Además de la presencia de su armada, Pekín explora otras tácticas para afianzar su control, pues se ha informado que China quiere poner minas en esta zona marítima estratégica, aumentando el riesgo de un incidente.
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