África

¿Por qué no informan sobre las muertes en Nigeria?

Donald Trump llegó a asegurar que si "no se detiene la masacre de cristianos" en el país, Estados Unidos intervendrá "con las armas por delante", hablando incluso de "bombardear campamentos terroristas" y cortar la ayuda estadounidense

EEUU/Nigeria.- Nigeria responde a Trump que está haciendo todo lo posible para defender a los cristianos del extremismo
EEUU/Nigeria.- Nigeria responde a Trump que está haciendo todo lo posible para defender a los cristianos del extremismoEuropa Press

Donald Trump lo dijo alto y claro a principios del mes de noviembre: si el gobierno de Nigeria "no detiene la masacre de cristianos", Estados Unidos intervendrá "con las armas por delante". Haciendo uso de su tono habitual, habló de "bombardear campamentos terroristas" para proteger a los cristianos perseguidos en el país africano y de cortar la ayuda estadounidense al país africano. Esta declaración, como todas las que hace Trump, generó titulares de inmediato, pero el eco mediático repitió un viejo error, ya conocido: reducir la violencia nigeriana a una persecución religiosa de musulmanes contra cristianos.

El gobierno de Nigeria respondió enseguida, rechazando la acusación de que el Estado aliente ataques contra cristianos. La violencia en Nigeria, según dijo el portavoz del Gobierno, afecta a todos por igual, y recordó que las víctimas registradas incluyen también a musulmanes, pastores y campesinos. El problema es que la versión simplificada de Trump (cristianos perseguidos vs. musulmanes agresores) no cuadra con el contraste que ofrece una mirada rigurosa del terreno.

Antes de nada, para conocer los entresijos de esta nación interesantísima, conviene conocer que Nigeria es el país más poblado de África con 220 millones de habitantes y más de 250 etnias. Es decir, que la religión se entrelaza aquí con la economía, la geografía, las etnias y culturas y la política. Lo que Trump presenta como una cruzada religiosa es, en realidad, un grave colapso de seguridad estructural que golpea a todo el país.

Y los datos confirman este último punto. Según la base de datos de Nigeria Watch, que monitorea la violencia en todo el país, en 2023 murieron 11.794 personas en episodios de violencia política, terrorista o criminal; el año anterior fueron más de 15.000 asesinados. Y fue en 2014, el que se considera el peor año de la insurgencia de Boko Haram, cuando el registro alcanzó las 22.800 muertes.

Una violencia con muchas causas (y muchos silencios)

En el noreste del país, los ataques de Boko Haram y del Estado Islámico en África Occidental (ISWAP) son la cara más visible de la tragedia. Es cierto que estos grupos han destruido iglesias y asesinado a un elevado número cristianos, pero, como documentan Amnistía Internacional y el International Crisis Group, en torno a un 90% sus víctimas son musulmanas.

Pueden ser imanes que se oponen a la ideología radical-salafista, musulmanes moderados que rezan en mezquitas no alineadas con los grupos armados o simples aldeanos atrapados en un territorio marcado por la violencia. Los propios datos de la base ACLED muestran que los ataques "por identidad cristiana" representan solo una fracción minoritaria del total de violencia contra civiles en la región. La diferencia en este caso no radica en si matan a cristianos o a musulmanes, sino qué información llega a Occidente; la historia completa o la fracción que atañe en exclusiva a los cristianos.

En el centro del país, en la región conocida como el Cinturón Central (estados de Benue, Plateau, Nasarawa, Taraba o Kaduna), la violencia adopta una forma muy distinta de la que se podía observar en manos de Boko Haram. Aquí hace 30 años que los agricultores cristianos, nativos de la tierra, chocan con los pastores fulani (muchos de ellos musulmanes) que hace tres décadas que empezaron a desplazarse del norte de Nigeria al sur por la escasez de lluvias en sus zonas de pastoreo habituales. En su éxodo llegaron a zonas ya controladas por los agricultores y se originó el conflicto. Es decir, que lo que enfrenta a ambos grupos no es la fe, sino la tierra y el agua. La supervivencia.

Crisis Group lleva años advirtiendo que la religión actúa aquí como marcador identitario de un conflicto que es esencialmente económico. Cada vez que un ataque se produce, de un lado u otro, el ciclo de represalias que comienza mezcla todos los motivos disponibles: el robo de ganado, el control de rutas logísticas, la venganza y la protección de aldeas. El resultado es una espiral de horrores en donde las milicias y las víctimas se reparten por igual entre comunidades cristianas (agricultoras, etnias diversas) y musulmanas (pastores de etnia fulani).

Incluso dentro de las zonas cristianas del Cinturón Central se conocen conflictos que desmienten la idea de dos bloques diferenciados en función de la religión. En Taraba, los pueblos tiv y jukun, ambos cristianos, llevan décadas enfrentados por límites administrativos y representación política. En Plateau, las tensiones entre berom, afizere y anaguta tienen raíces étnicas más que religiosas. En ambos casos, por cierto, se han reportado masacres de civiles, algunas de ellas de varios cientos de personas: entre abril y junio de 2019, las milicias jukun masacraron en una serie de ataques a alrededor de 600 civiles de la etnia tiv.

Siguiendo nuestro recorrido por el mapa, en el noroeste, la causa de la violencia no es que no sea religiosa, es que ni siquiera es ideológica. Unos 30.000 hombres armados (según estimaciones del Danish Institute for International Studies) dominan zonas rurales donde el Estado está ausente y siembran el terror ejercitando el bandolerismo y secuestrando a miles de nigerianos cada año por motivos económicos. Sus víctimas son, en este caso, indistintas a cualquier origen. Bien son musulmanes que cristianos, que adultos, que niños. Las informaciones que se emiten sobre estos acontecimientos en la prensa internacional son mínimas y contribuyen a la simplificación de la situación nigeriana.

La narrativa de "cristianos perseguidos"

Por ejemplo, en 2020, el secuestro de más de 300 chicos musulmanes en Kankara apenas fue comentado por los medios occidentales, aunque superaba en números al famoso rapto de las chicas cristianas de Chibok. En los años siguientes hubo nuevos secuestros masivos en Jangebe, Tegina y Kuriga donde la mayoría de los alumnos eran musulmanes. El silencio mediático sugiere que, cuando las víctimas no encajan en la narrativa de "cristianos perseguidos", el interés se diluye.

A esta complejidad se suma una desigualdad económica brutal entre el norte y el sur del país. Los estados del sur, que son mayoritariamente cristianos, concentran las reservas de petróleo (1/3 del PIB nigeriano), los puertos marítimos y la infraestructura heredada del periodo colonial. Pero los estados del norte, que son de mayoría musulmana, acumulan un sistema de pobreza difícil de superar.

Según el Índice de Pobreza Multidimensional del National Bureau of Statistics (2022), el 65 % de los pobres de Nigeria vive en el norte; y apenas el 18% del PIB nigeriano se concentra en los estados norteños de mayoría musulmana. La desertificación y el cambio climático, como ya se comprobó al repasar la cuestión de los fulani, agravan el problema y multiplican el riesgo de situaciones violentas. En este contexto desolador, la religión sirve más para distinguir comunidades (norte vs. sur) que para explicar los motivos que impulsan la violencia.

¿Quién gana con una narrativa simplificada?

Nace entonces una duda cabal: ¿por qué el relato del "genocidio cristiano" domina tantos titulares fuera de África? Y la respuesta, como siempre, está en los grupos de presión que moldean la conversación internacional. Deben considerarse en primer lugar las organizaciones evangélicas estadounidenses, como Open Doors o Jubilee Campaign, llevan años describiendo a Nigeria como el epicentro de la persecución cristiana. Sus informes y campañas, como la World Watch List, priorizan el sufrimiento cristiano porque su mandato fundacional consiste en sensibilizar a las iglesias occidentales y recaudar fondos para entidades cristianas. Esta focalización, claro, genera un efecto óptico o engañoso: una situación que puede definirse como violencia general se interpreta como una cruzada religiosa.

Estas redes también influyen en la política exterior de Estados Unidos. La Comisión Estadounidense sobre Libertad Religiosa Internacional (USCIRF) ha presionado reiteradamente para que Nigeria figure como "país de especial preocupación (CPC)", una designación que puede traducirse en sanciones o condicionamiento de ayuda y que recientemente fue anunciada por Donald Trump. En el Capitolio, esta causa moviliza a sectores conservadores y da réditos políticos a quienes se presentan como defensores de la fe cristiana.

Tampoco puede olvidarse que las redes de la diáspora igbo (la mayor etnia cristiana de Nigeria, protagonista indiscutible de la guerra de Biafra en el siglo pasado) y distintos movimientos pro-Biafra, como el Biafra Republic Government-in-Exile (BRGIE), han contratado firmas de lobby en Washington, según los registros del Foreign Agents Registration Act. Su objetivo no es religioso, sino político: internacionalizar el conflicto del sureste, presionar por la liberación de Nnamdi Kanu y presentar su región de origen como víctima de un Estado represivo y aliado de los terroristas. Que Estados Unidos sancione a Nigeria o la incluya en listas negras legitima su causa y atrae donaciones en la diáspora.

Dudas sobre las cifras

Ambos bloques, evangélicos y pro-Biafra, coinciden en un mismo discurso: mostrar a Nigeria como un país donde los cristianos sufren un genocidio. Sin embargo, investigaciones recientes de la BBC Verify han puesto en duda algunas de las cifras más extremas usadas por estos grupos. Un informe publicado este miércoles cuestionaba los datos de la ONG InterSociety (principal fuente de referencia del equipo de Trump), que afirma que más de 60.000 cristianos han sido asesinados desde 2009.

La BBC pidió los listados que sustentaban esas cifras y no los recibió; los analistas concluyeron que los números están inflados y que son metodológicamente opacos. Nigeria Watch, por otro lado, que trabaja con registros contrastables, ubica la cifra total de muertes violentas (por cualquier causa) en torno a 200.000 acumuladas en dos décadas. Esta cifra, por cierto, incluye a cristianos y a musulmanes por igual.

Parece evidente que la afirmación de Trump funciona antes como una herramienta política que como una política coherente. El presidente habla a su base evangélica, no a los expertos en seguridad africana que le contradicen en casi cada punto. Su narrativa da sentido moral a un país que para muchos estadounidenses sigue siendo una abstracción, pero desinforma sobre el fondo del problema: Nigeria no necesita una cruzada, sino instituciones funcionales, justicia territorial y gestión climática que acabe con el desastre que la domina.

La frase exacta, entonces, no sería que "en Nigeria matan a cristianos y no se cuenta", sino algo más incómodo y cierto: "en Nigeria matan a mucha gente y no se cuenta". Los muertos, como se ha comprobado, son cristianos, musulmanes, agricultores, pastores, maestros, comerciantes, anónimos, todos atrapados en una maquinaria de pobreza, impunidad y abandono estatal. Porque la propia Intersociety reconoce que entre 2023 y 2025 han sido asesinados 30.000 musulmanes en Nigeria. Y ellos también merecen existir.