Religión
Un recorrido por la mayor secta en Senegal: de cofrades musulmanes a socios del Estado
El muridismo vive desde su nacimiento unido al nacionalismo senegalés, hasta que sus líderes han alcanzado grandes cuotas de poder
El artículo primero de la constitución senegalesa determina que “la República del Senegal es laica, democrática y social […]. Respeta todas las creencias”. La nación africana se desarrolla así mediante la definición de un Estado oficialmente independiente a la religión musulmana (que practica en torno a un 93% de la población), igual que la Carta Magna prohíbe expresamente a los partidos políticos “identificarse con una raza, una etnia, un sexo, una religión”. Esta es la base legal que pretende establecer una separación efectiva entre el Estado y los poderes religiosos de Senegal. Pero la realidad difiere en el momento en que insertamos a Cheick Ahmadou Bamba en la particular ecuación senegalesa.
A Cheick Ahmadou Bamba se le puede encontrar en cualquier localidad senegalesa. Su rostro asoma entre los muros de las calles secundarias, liso y austero, destaca a los bordes de la carretera igual que acompaña a los pescadores durante las jornadas de tiras y aflojas donde se enfrentan a la espuma de olas. Su nombre aparece inscrito en calles, universidades y edificios. El renombrado Cheick Ahmadou Bamba, sabio musulmán y fundador de la secta sufí conocida como muridismo, obtuvo tras su muerte en 1927 el don de estar en todas partes a la vez, acompañando con su mirada severa e impresa en las paredes y banderas a los senegaleses que se apoyen en las enseñanzas que dejó tras de sí.
Son enseñanzas que se sostienen sobre su naturaleza islámica, de la rama sufí, pero también están caracterizadas por profundos rasgos nacionalistas que vinieron de la mano de la actitud de resistencia que adoptó Cheick Ahmadou Bamba contra el colonialismo francés. Es de sobra conocido en Senegal el destierro del teólogo a Mauritania, como los arrestos sufridos bajo la autoridad colonial y el viento que traían sus palabras de una independencia. Todo esto hizo del muridismo uno de los primeros valores de identidad de la nación senegalesa. Las bases del sufismo, como el ascetismo, la soledad, la paciencia, la limosna y el rezo se conjugan en Senegal con una letanía de sectas y vertientes religiosas, pero ninguna ha arraigado tan profundamente como el muridismo. Tal es así, que Ahmadou Bamba fundó en 1888 la ciudad de Touba, actualmente la segunda localidad más poblada del país y conocida como “la Meca senegalesa”. Su impresionante mezquita acoge hoy a millones de peregrinos anuales.
Esta ciudad se mueve libre de las leyes del Estado, de los reveses de la constitución y del laicismo; su régimen jurídico especial permite que las leyes las dicte la sharía. El castigo y el perdón, lo permitido y lo prohibido no proceden de la mano de un legislador en Dakar, es como si Santiago de Compostela se rigiera hoy por una ley católica y su alcalde no fuera un político elegido democráticamente, sino un líder religioso cuya autoridad, hereditaria, le hubiera sido prometida desde que lloró por primera vez. El líder de facto en Touba hoy es, por tanto, Serigne Mountakha Mbacké, califa general de los muridíes y nieto mayor del bienamado Cheick Ahmadou Bamba. Igual que la ciudad santa cuenta con su propia fuerza policial y encargada tanto de la seguridad de los ciudadanos como del correcto cumplimiento de la normativa religiosa.
El estatus especial de Touba permite a un extranjero comprender el enorme poder que ostenta el muridismo en Senegal, más allá de los innegables vínculos que puedan relacionar a la secta con el nacionalismo senegalés. De hecho, existe un dicho popular que afirma que “el verdadero presidente de Senegal vive en Touba”. Los presidentes electos van y vienen por capricho de los electores, pero el califa Mbacké ostentará su cargo hasta que el Misericordioso tenga la complacencia de llamarle, momento en que será otro de su sangre quien ostente el honor que confiere su mandato sagrado. Los líderes políticos parecen abandonarse a su autoridad cada vez que acuden a rendirle pleitesía, a pedir su bendición, su aprobación, su beneplácito para guiar a la nación por un breve espacio de tiempo.
Esta relación político-religiosa ha desarrollado dos posiciones en el seno de la sociedad senegalesa, casi desde su propia independencia, pero cada vez más palpables. Una primera postura señala la necesidad de procurar una separación efectiva entre ambas partes y considera que la relación se ha desequilibrado en favor del poder religioso, hasta el punto de erosionar la condición democrática de Senegal. La segunda postura, favorable al poder secular, remarca el equilibrio social obtenido mediante la moral religiosa y aboga por ampliar todavía más los poderes que manan de los califas y morabitas islámicos. Aunque la Constitución prohíbe expresamente la asociación entre partidos políticos y religión, a efectos prácticos se conoce la presencia de hermandades en el corazón del sistema partidista, que aportan además un efecto desigual en las áreas de influencia del juego político (cuanto mejor sea la relación entre un partido y Touba, o cualquiera de las otras cofradías, más asequible será el poder).
El partido de Gobierno, una vez victorioso, siempre podrá seguir proporcionando donaciones en favor de las hermandades, a cambio de su apoyo o de su silencio ante cualquier cuestión que ejerza presión sobre la autoridad del Estado. Existen libros enteros que tratan la conexión entre el Estado y el muridismo y donde debe entenderse que la relación pueblo-Estado-religión es en Senegal desigual y compleja, al califa le conducen en un Rolls Royce. Sin embargo, recordemos, esta no es una relación oficial ni está sostenida en la ley senegalesa. Este periodista estuvo en Touba hablando con autoridades religiosas que pudieran explicar esta unión que era un secreto a voces, pero encontró en su lugar una serie de declaraciones que rehuían de cualquier unión con el Estado para limitarse únicamente al plano religioso y su dictamen moral.
Que el muridismo “sirve a los senegaleses para seguir el camino de la virtud”, tal y como lo expuso el bibliotecario de Cheikhoul Khadîm, y que se reconocen públicamente como líderes de opinión religiosa, remarcando esa exclusividad religiosa, acaso moral, eso no lo negó ninguno. Pero todavía haría falta acudir a ejemplos prácticos y acontecimientos sociopolíticos de relevancia en Senegal para obtener una visión clara.
¿Miles de senegaleses se lanzan a la calle durante el verano de 2023 para protestar contra el presidente Macky Sall y 19 jóvenes mueren durante los enfrentamientos con la policía? El periódico senegalés Bës Bi le Jour publica una portada donde aparece en letras grandes: “Touba, el rey del juego”, mientras Le Soleil escribe que “podemos pensar que los dolorosos acontecimientos que sacudieron al país fueron fruto de los intercambios entre el jefe de Estado y su anfitrión [el califa de Touba]". Y fue Macky Sall quien acudió a Touba para reunirse con el califa, y no el califa quién viajó a Dakar para reunirse con Macky Sall, para mantener una larga conversación a puerta cerrada que pretendía poner fin a las protestas que sacudían el país.
Igualmente, otro de los factores más relevantes de las hermandades religiosas en Senegal, especialmente a partir del segundo mandato de Abdoulaye Wade (2007-2012), es su función mediadora en cada uno de los conflictos sociales y económicos que crepitan en el país. Algunos de los mediadores históricos más conocidos dentro del entorno religioso serían Abdoul Aziz Sy, el difunto Bassirou Diagne Marème Diop, dignatario de la comunidad de Lébou y asesor especial del expresidente Wade, y el difunto Serigne Bara Mbacké, anterior califa general de los muridistas. En protestas de marzo de 2021, por ejemplo, los líderes religiosos sirvieron para aplacar los ánimos de la población y procurar establecer un diálogo entre el pueblo y la clase gobernante.
Pero se percibe un cambio de paradigma. Un rumor que se comenta en las conversaciones a pie de calle desde los sucesos comprendidos a partir del 3 de febrero, fecha en que Macky Sall anunció que se pospondrían las elecciones presidenciales que debían celebrarse el 25 de febrero. Entonces, un amplio sector de la población senegalesa se movilizó para protestar contra lo que consideraban una medida anticonstitucional, en una mezcla de manifestaciones pacíficas y protestas violentas que se saldaron con tres fallecidos. El silencio del califa de Touba ante lo que se considera la mayor crisis política desde la independencia de Senegal ha suscitado estos rumores. ¿Qué intenciones oculta el califa para justificar su silencio? ¿Por qué no defiende la democracia senegalesa con el mismo ahínco con que lo hizo en ocasiones anteriores?
Nadie tiene una respuesta clara a estas preguntas. Lo único que se sabe es que la población senegalesa esperaba una voz clara procedente de las sectas del país, y que no ha sido así. La tibieza de Serigne Mountakha Mbacké ha sido acogida con recelo entre la sociedad civil, que comienza a dudar ahora de las capacidades del muridismo para mantener la estabilidad nacional. Es evidente que su poder político a escala local se ha visto menoscabado por los últimos sucesos y que esto puede restar su autoridad ante los acontecimientos que vendrán en un país profundamente afectado por la crisis de grano originada por la guerra de Ucrania, el éxodo a Europa y las dinámicas regionales donde Francia, aliado histórico de Senegal, está viendo como su influencia en África Occidental se ha degradado en favor de nuevos actores (Rusia, China, Emiratos Árabes Unidos, Turquía…). Si la capacidad mediadora de las cofradías religiosas ganó peso durante el segundo mandato de Wade, se puede considerar que esta influencia disminuirá a raíz de lo sucedido al término del gobierno de Macky Sall.
Estos son cambios de paradigma cuyo impacto resulta fundamental para comprender los cambios sociales y políticos que lleva experimentando Senegal desde el advenimiento de Ousmane Sonko como alternativa. La amenaza del fundamentalismo islámico toca a las puertas de la frontera con Mali, ofreciendo un pulso al sufismo y temblando las puertas. Y la próxima crisis de Estado que acontezca será fundamental para equilibrar la balanza del poder religioso de un lado o de otro.
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