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Testimonio

Sargento Anatoli Repsh, 52 días bajo los bombardeos rusos en el frente de Ucrania

Uno de los militares ucranianos que sufre los ataques de los drones rusos narra a LA RAZÓN el día a día en el frente: «Temíamos que la tierra nos sepultara vivos»

Sargento Anatoli Repsh, 52 días bajo los bombardeos rusos en el frente de Ucrania Repsh

Aunque la línea del frente en Ucrania parece avanzar lentamente, la aparente calma en algunas zonas oculta la naturaleza cambiante del combate y los innumerables dramas que transforman para siempre las vidas de miles de personas. Cuando Anatoli Repsh, sargento jefe del batallón de la 14ª Brigada Mecanizada, decidió visitar una posición avanzada para apoyar a sus soldados cerca de Kupiansk, en el este de la región de Járkiv, esperaba una estancia breve. Permaneció 52 días atrapado bajo constantes ataques de drones rusos que hacían imposible una salida segura.

Las tácticas rusas se basan en un fuego abrumador: hasta 40 drones kamikaze, 20-30 descargas de explosivos de otros drones y bombardeos de artillería cada día sobre una sola posición, explica a LA RAZON este nativo de la region occidental de Volinia de 44 años, quien fue constructor antes de unirse al ejercito al inicio de la invasión.

«Temíamos que la tierra nos sepultara vivos. Grabé un vídeo de despedida para mi esposa por si alguien encontraba mi teléfono», confiesa Anatoli. Las redes subterráneas se han convertido en las principales estructuras defensivas, ofreciendo la mejor probabilidad de supervivencia frente al bombardeo implacable. Si antes las posiciones podían protegerse con troncos, ahora ningún tronco puede resistir tal intensidad, por lo que la supervivencia depende de cuán profundo se excave en el suelo.

La comida escaseaba, a menudo reducida a un pequeño trozo de manteca de cerdo y 200 gramos de pan. «No mueres de hambre, pero es duro», afirma Anatoli, destacando que el cuerpo se adapta al modo de inanición. La escasez de agua fue especialmente crítica, con los soldados racionando a veces medio litro al día. Las entregas, principalmente nocturnas y por drones, eran constantemente interrumpidas por drones rusos.

Durante 45 días, Anatoli y sus soldados compartieron sus escasas raciones con un prisionero de guerra ruso capturado en uno de los numerosos asaltos. «Incluso le di más porque trabajaba físicamente fortificando nuestra posición», explica Anatoli, quien luego trasladó al cautivo para un intercambio por soldados ucranianos. Anatoli compara a los rusos con «hormigas» que intentan avanzar sin cesar. En algunas zonas, no existe una línea de frente clara, con posiciones subterráneas ucranianas y rusas separadas por apenas 100-200 metros.

Sin embargo, en esos 52 días en la posición, Anatoli nunca entró en un combate con armas automáticas, ya que los drones ucranianos eliminaban a los enemigos. Recuerda los enfrentamientos armados, comunes hace uno o dos años, como los más aterradores. «Es más fácil cuando el enemigo es solo una silueta. Cuando ves sus ojos, matar se vuelve difícil. Pero superas la piedad al recordar que por ellos llevas cuatro años aquí», afirma.

Anatoli asegura que odiará a los rusos mientras viva por lo que han hecho en Ucrania. «Es aterrador lo fácil que están dispuestos a morir», dice, describiéndolos como «personas sin propósito» en su intención absurda de conquistar esta tierra envenenada por miles de cuerpos en descomposición, bombas y minas. La estrategia rusa se centra en interrumpir las líneas de suministro ucranianas, atacando caminos y senderos esenciales para entregar alimentos, agua y municiones. Los túneles de redes protectoras, hechos de redes de pesca, que se extienden de 1,5 a 2 kilómetros cerca de cruces clave, ofrecen refugio temporal contra los drones rusos.

«En un túnel me siento seguro. Puedes parar, respirar, incluso fumar un cigarrillo», dice Anatoli. Sin embargo, construir estos túneles a menos de 10 kilómetros del frente es casi imposible debido a la artillería rusa, que ataca cualquier esfuerzo de construcción. Con drones rusos cazando desde el cielo y minas esparcidas por el terreno, abandonar las posiciones sigue siendo extremadamente arriesgado. Anatoli relata la historia de un soldado que pasó cinco días en un campo tras perder un pie por una mina. Fue rescatado tras lograr contactar a su madre por teléfono, quien alertó a los soldados. Como la evacuación a un hospital era imposible, lo llevaron a una posición cercana, donde permaneció más de 30 días, con drones suministrando antisépticos y antibióticos. El vehículo que finalmente lo recogió fue alcanzado por un dron ruso, matando a tres soldados, pero él sobrevivió.

El vehículo enviado para evacuar a Anatoli llegó con 10 reemplazos y tres ruedas pinchadas por una mina. «Estos vehículos, Mitsubishi L-200 merecen un monumento», cuenta. Habla con aparente calma durante un raro descanso en sus labores en la región de Járkiv pero es consciente de que la muerte acecha en cualquier momento y ningún lugar es seguro. «Ver morir a otros afecta la moral; los soldados se defienden peor, disparan menos, pierden la confianza. Los rusos lo perciben y la presión aumenta al instante mientras intentan romper el frente. Así que la presencia de un comandante es vital», explica.

Anatoli Repsh, sargento jefe del batallón de la 14ª Brigada MecanizadaAnatoli Repsh

Rendirse al miedo no es una opción: «Si veo miedo en los ojos de alguien, sé que algo malo puede pasarle pronto. Es mejor que se vaya». Como sargento jefe, el papel de Anatoli es ser un ejemplo para sus soldados y garantizar que tengan lo necesario para cumplir su misión. «Trabajar con personas es difícil. En la vida civil, los errores se pagan con dinero; en la guerra, con vidas humanas, y eso no te deja dormir», comparte.

Es franco sobre los problemas del ejército ucraniano. Algunos comandantes no comprenden la realidad en el terreno, dando órdenes poco realistas e ignorando que los soldados pasan meses en posiciones, asustados, con heridas abiertas y sin alimentos ni medicamentos suficientes. Hay escasez de soldados: antes, una posición albergaba a 7-8 personas; ahora, solo dos. «No hay el patriotismo de 2022-2023, cuando queríamos combatir tanto. Ahora nos centramos en sobrevivir», admite.

Aun así, Anatoli sabe por qué está allí. «Alguien debe hacer este trabajo, por nuestros hijos, por nuestras familias. No quiero que los rusos lleguen a mi casa, a mi jardín, porque lo destruirán todo, como lo han hecho aquí». Pese al peligro, siente que tras 8-9 días de vacaciones en su casa en Volinia, algo lo atrae de vuelta al frente. «¿Por qué? No lo puedo explicar. ¿Es por ser útil o por la adrenalina?», se pregunta.

Los incentivos financieros (unos 2,500 dólares mensuales por tareas de combate) ayudan, pero Anatoli sostiene: «Ningún dinero te hace elegir enfrentar la muerte». Los nuevos reclutas reciben entrenamiento. Lo esencial, dice Anatoli, es decirles la verdad. Aunque en el ejército las órdenes difíciles son inevitables, la prioridad de cada soldado es mantenerse vivo.

«Cuanto más quieras vivir, más debes cavar. Cuanto más profundo, mejor; así vivirás más. A una bomba o un dron no le importa cuán entrenado, fuerte o rápido seas», explica.

«Deben saber lanzar una granada sin que les tiemblen las manos, porque si tiemblan, la granada se les cae», añade.No todo es desolador, subraya Anatoli. El ejército recibe cada vez más drones aéreos y terrestres que mejoran la logística y mantienen a los rusos a distancia, con 6 o 7 veces más rusos muriendo que ucranianos. «Sufrimos pérdidas, es duro, pero es un resultado lógico al frenar a un ejército más fuerte. Estamos agotando sus recursos y soldados. Tal vez retrocedamos un poco, pero ellos perderán más hombres, proyectiles y recursos», explica el militar ucraniano.

Mientras la guerra continúa, Anatoli se aferra a la esperanza de que los recursos rusos se agoten en algún momento. «Nadie tiene suministros infinitos», afirma. «Vivimos de la esperanza. Debemos desgastar a los rusos, y quizás algún día comprendan que su guerra no tiene sentido», concluye el sargento ucraniano.