Acoso sexual

Sonia y los otros 4.500 desengañados de Oxfam

Socios y voluntarios de la ONG que tapó a trabajadores que abusaban de menores en Haití y Chad rompen su silencio: «Su estándar ético debe ser mayor que la de cualquier otra institución, no ha sido así y ahora deben pagar por ello», confiesan a LA RAZÓN.

Sonia Galdós, de 48 años, muestra la pulsera de socia de Oxfam que antes lucía con orgullo
Sonia Galdós, de 48 años, muestra la pulsera de socia de Oxfam que antes lucía con orgullolarazon

Socios y voluntarios de la ONG que tapó a trabajadores que abusaban de menores rompen su silencio ante LA RAZÓN.

«Después de las últimas noticias que he leído sobre Oxfam y con muchísima pena después de tantos años de colaborar con vosotros quiero darme de baja como socia». Así comienza la carta que Sonia Galdós envió el miércoles a la ONG con la que había estado colaborando durante más de doce años. Se escandalizó cuando escuchó a través de los medios el escándalo en el que estaba envuelta esta organización humanitaria. No podía creer que los trabajadores, directivos entre ellos, se hubieran aprovechado de la situación de devastación que había en Haití tras el terremoto de 2010 –que dejó más de 220.000 muertos y 300.000 heridos– para organizar orgías con prostitutas locales, entre las cuales podría haber menores. Además, todo a cargo de los fondos de la organización no gubernamental. Sin embargo, Sonia, que condena con firmeza estos actos, asegura que lo que más le defraudó y enfureció fue que Oxfam no hubiera tomado medidas y que protegiera a esos «monstruos» e, incluso, que les recomendara otros empleos en otras ONG.

«Puedo imaginar que no se quisiera hacer ruido en su momento para no perjudicar la imagen de la organización, pero si eso supone salvar la cara de algunas personas cuyos comportamientos están fuera del estándar ético que yo suponía a esta ONG, no puedo compartirla en absoluto. No hubo valentía en el mejor de los casos y no sólo una vez», asevera Galdós. Ella es una de las más de 1.200 personas que se han dado de baja en España tras el escándalo, a las cuales hay que sumar otras 3.500 que, como mínimo, han seguido sus pasos en Europa. «Es cierto que en toda empresa, de la índole que sea, hay gente que actúa mal, eso es inevitable, pero da pena y vergüenza que alguien que trabaja en una ONG y que está allí porque cree en la cooperación y en el desarrollo, utilice el dinero, nuestro dinero, para hacer todo lo contrario de los que se les pide. Esto duele, llega al corazón», dice esta mujer de 48 años y natural de Vitoria que atiende a LA RAZÓN para mostrar su indignación ante lo ocurrido.

Ella siempre ha sentido la necesidad de ayudar a los más desfavorecidos, es firme defensora de la ayuda al desarrollo y de hecho colabora con cinco ONG, una de ellas era hasta ahora Oxfam. «Cuando leí que había habido denuncias internas por lo sucedido y que la solución de esta ONG fue taparlo, no decir nada, rompieron con lo que yo considero que es una organización de cooperación. El estándar ético de una ONG debe ser mucho mayor que la de cualquier otra institución, tienen que ser impecables, esto algo irrenunciable. Si hubieran descubierto ahora lo de Haití y lo hubieran hecho público seguiría con ellos, pero lo que han hecho no tiene nombre», subraya. Ella lo sabe bien porque es responsable de Recursos Humanos en una importante empresa en el País Vasco, además de escritora, y lidia a menudo con casos de abusos en el ámbito laboral. «Con frecuencia me encuentro con casos de acoso, riesgos psicosociales... es complicado evitar que sucedan, pero lo importante es resolverlo de la mejor manera para la víctima. Hay que establecer mecanismos éticos para estar siempre al lado del afectado y nunca tapar o proteger al agresor. Nunca, por ahí no paso. Los directivos de Oxfam ha defendido sus intereses antes que a la organización en sí», lamenta.

Cuando comenzó su vida laboral, Sonia Galdós, decidió que destinaría, al menos, el 1% de su salario a la ayuda al desarrollo. Con los años ha aumentado hasta casi el 3% de su nómina. Muchos le dijeron que estaba loca, que estaba tirando el dinero porque «a saber dónde iba a parar». Ahora, tras el escándalo, sus críticos se reafirman. Ella también: «La gente que necesita ayuda no tiene la culpa de que algunas ONG lo hagan mal». «Es cierto que las macroogranizaciones como Oxfam, las que reciben subvenciones estatales, me generan serias dudas. Además muchas se comportan como entidades políticas y eso no me interesa. Siempre he apostado por organizaciones más pequeñas. De hecho, empecé con Intermon y luego se fusionó con Oxfam, no me gustó mucho, pero bueno... También son consciente de que el mundo de las organizaciones no gubernamentales es delicado ya que está a medio caballo entre el altruismo y la gestión profesional», apunta Sonia que es partidaria «del desarrollo, no de la caridad». En este punto coinciden varios voluntarios y socios. Las grandes ONG, en cierta medida, «son necesarias» porque aportan una infraestructura que las pequeñas no pueden asumir, pero por otro lado, «gran parte del dinero de los socios va a parar a directivos, más que a la ayuda en sí», apunta esta vitoriana.

En concreto, Galdós se refiere a los cambios que se produjeron cuando Itermon se fusionó con Oxfam. «Por ejemplo, la captación masiva en las calles es exagerada, insistente, en cada esquina de Vitoria hay tres o cuatro captadores. Me parecen demasiado agresivos. Desconozco sus intereses de crecimiento pero, sinceramente, esta actuación me hacía desconfiar. Intermón hacia un seguimiento continuado de tu aportación, te enviaban una revista, sabías en qué destinaban tu dinero. Sinceramente no sé que les habrá aportado la fusión con Oxfam».

Hay quien ha criticado mucho a los socios de Oxfam que tras la polémica han dado de lado a la organización, pero Sonia está tranquila: «Los proyectos no van a quebrar, sí les hará replantearse cosas como organización, pero la ayuda al destinatario no se verá mermada ya que en las mismas zonas operan varias ONG y lo que no hace una lo hace otra», argumenta. De momento, ella, los 40 euros que destinaba a Oxfam ha decidido pasarlos a Médicos Sin Fronteras, que, precisamente, también han estado en el ojo del huracán esta semana al hacer público que en 2017 registró 24 casos de acoso o abusos sexuales en su plantilla. «El caso es completamente diferente. En MSF despidieron o sancionaron a los responsables de estos casos, no los protegieron. Para mí eso es suficiente porque considero que funcionaron los mecanismos internos de denuncia. Lo que no acepto es que lleguen a acuerdos suaves como ha hecho Oxfam. Además, MSF no acepta subvenciones estatales y eso me parece un unto a su favor», dice. Pese a las turbulencias, Sonia seguirá destinando parte de sus ingresos destinados a Manos Unidas, MSF, La Fundación Vicente Ferrer y Acnur porque «el desarrollo equilibrado es bienestar para todos; la pobreza es un peligro para la humanidad», sentencia.