Yihadismo armado

El terrorismo en el Sahel: "El norte de Mali se debe entender en el marco de una competición por el poder"

LA RAZÓN comienza con este texto una serie de artículos que abarcarán los matices de los grupos yihadistas en las diferentes regiones del continente africano, comenzando por el Sahel.

Dirigentes del JNIM, la facción de Al Qaeda en el Sahel
Dirigentes del JNIM, la facción de Al Qaeda en el Sahellarazon

Un ciudadano español fue secuestrado en el sur de Argelia este mes de enero. Las informaciones de las que se dispone señalan como responsable al Estado Islámico del Gran Sáhara (EIGS), un grupo de carácter terrorista que opera en el Sahel desde hace casi una década. Un grupo terrorista y un territorio de los que apenas se sabe nada en Europa.

Taleb Alisalem, activista saharaui y analista político, explica para LA RAZÓN tres factores que piensa que pudieron motivar este secuestro, en un país en donde no debería actuar el EIGS: “El primero de ellos son las inmensas fronteras de Argelia […], una frontera que se aproxima a los 7000 kilómetros y compartida con 7 países, la mayoría de ellos con conflictos internos e inestabilidad […]. El segundo factor es la función de estos grupos yihadistas en el Sahel que, más allá de su fundamentalismo religioso, también funcionan para proteger ciertos intereses […]. El tercer factor habría que ligarlo al segundo que acabo de exponer; las relaciones Francia-Argelia atraviesan su peor momento desde la independencia de Argelia, y la guerra política y mediática alcanza sus niveles máximos. Muchos analistas entienden que esta operación del yihadismo en Argelia podría interpretarse como una advertencia de París”.

La perspectiva que arroja Taleb a lo ocurrido en Argelia enlaza directamente con el final de este artículo. Pero antes, inmersos en un mundo de arenas cambiantes y sol abrasador, hará falta arrojar una mirada en retrospectiva para comprender cuáles son los grupos terroristas que actúan en el Sahel, quiénes los forman y, sobre todo, qué intereses dominan sus deleznables actos.

Un causalidad eficiente

La OTAN estableció tras la cumbre de Madrid (2022) que África, con especial atención al Sahel, pasaría a ser considerada como “flanco sur” por las múltiples dinámicas que afectan a esta región y que podrían amenazar a la seguridad de Occidente. En Mali, los grupos terroristas llevan actuando desde 2012, para expandirse en 2015 a las vecinas Níger y Burkina Faso. Y la presencia en el Sahel de diferentes organizaciones de la naturaleza citada se debe a tres hechos fundamentales: la existencia de grupos terroristas en Argelia, nación fronteriza con Mali, durante la guerra civil argelina; la rebelión de Azawad, organizada por independentistas del norte de Mali en 2012; y la muerte de Gadafi en 2011, con el consecuente traslado a nuevos territorios de combatientes y armamento que dejaron de tener cabida en Libia.

La presencia de grupos terroristas en Mali, por tanto, debe entenderse a partir de una conjunción de complejas realidades que sucedieron de forma consecutiva. Los terroristas que actuaban en Argelia utilizaban el territorio maliense como una “zona de descanso” en la década de los 2000, mientras que el inicio de sus ataques en Mali tras ser expulsados de la nación magrebí puede entenderse como una evolución natural de sus acciones. Una evolución sólo posible por la asociación inicial que tuvo lugar entre los islamistas y los rebeldes de Azawad, que permitió posteriormente la entrada en el país de grupos de un corte salafista-radical. Y la rebelión de Azawad pudo ocurrir, entre otros factores, gracias al acceso de combatientes y armas traídas desde Libia. Este efecto dominó casi perfecto se completó cuando la inestabilidad política de Níger y de Burkina Faso, unida al aumento de los grupos presentes en Mali (con la consecuente necesidad de ampliar sus territorios), llevó a la intrusión del yihadismo armado en estos países… que prosiguió en la década de 2020 con crueles y esporádicos ataques registrados también en Costa de Marfil, Benín, Ghana y Togo.

Andrea Chamorro es analista de África del medio especializado en conflictos Descifrando la Guerra. Explica para LA RAZÓN los vínculos entre el independentismo de Azawad y los grupos terroristas al decir que “actualmente, la región del norte de Mali se debe entender en el marco de una competición por el poder. Los grupos tuareg independentistas y los grupos yihadistas pueden tener relaciones de cooperación o competición dependiendo del área o aspecto del que se trate”. Sin embargo, matiza que “es importante recalcar que, a pesar de la alianza [de 2012], estos grupos no eran lo mismo y existían importantes diferencias entre ellos”.

Diferentes grupos con distintos matices

Porque los grupos que operan en la región son numerosos. No sería lo mismo hablar del Estado Islámico del Gran Sáhara (EIGS), formado en 2015 y afiliado al ISIS, que hablar del Grupo de Apoyo al Islam y los Hermanos Musulmanes (JNIM), creado en 2017 y afiliado a Al Qaeda. Incluso dentro del JNIM encontraríamos otra batería de grupos afiliados, tales y como Ansar Dine o Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI). Y podría considerarse que AQMI nació tras la fusión de grupos como la katiba Al Murabitun y el Movimiento para la Unicidad y la Yihad en África Occidental (MUYAO), entre otros; también destaca la katiba Macina, igualmente asociada al MUYAO, cuyos territorios abarcan el área de Macina, en el centro de Mali. Por poner unos pocos ejemplos a la hora de señalar la multitud de grupos que operan en la región.

Las diferencias más elementales pueden encontrarse entre el EIGS y los grupos afiliados a Al Qaeda. Según han confirmado a este periodista numerosas víctimas de ataques en zonas rurales de Mali, las filiales de Al Qaeda ofrecen a los civiles tres alternativas tras tomar una localidad: aceptar la sharía, marcharse o morir. Alternativas magnánimas si las comparamos con aquellas que brinda el EIGS: aceptar la sharía o morir.

Pueden hallarse otras diferencias entre unos grupos y otros. Por ejemplo, el EIGS tiene la intención de expandir sus operaciones más allá de África Occidental (con vistas a atacar Europa si su logística lo permite), mediante la creación de nuevas filiales adictas al ISIS en suelo europeo. Sin embargo, grupos como la katiba Macina o MUYAO han declarado públicamente su desinterés a la hora de llevar sus operaciones más allá del Sahel. En palabras de Chamorro: “El EIGS busca activamente crear un Estado islámico mientras que el JNIM busca crear un nuevo orden a través de la yihad”. Además, el JNIM se ha comprometido a no secuestrar a occidentales que transiten sus territorios, o eso dicen, tras haber realizado este tipo de prácticas durante años anteriores; el EIGS, sin embargo, ha secuestrado a dos europeos sólo en el mes de enero. Como puede verse, en los matices se encuentra la diferencia.

Dentro de las organizaciones afiliadas a Al Qaeda, igualmente, el componente étnico que se atribuye a determinados grupos hace que un conflicto de apariencia puramente religiosa adopte un trasfondo social y étnico de una gran complejidad.

La cuestión peul

En este punto merece destacar la importancia de la etnia peul, conformada por más de 40 millones de personas en diversos países de África Occidental y acusada en repetidas ocasiones de sostener lazos estrechos con el yihadismo armado. Otra vez, la alta densidad de individuos peul en determinados grupos (con casi absoluta exclusividad en otros, como la katiba Macina o Ansarul Islam) se debe a un cúmulo de factores acumulados en el orden adecuado y en el momento menos oportuno. Los peul mantienen una tradición nómada y pastoral que los ha llevado a mantener relaciones conflictivas con etnias de carácter agrícola y sedentario, provocando así su marginalización y su estigmatización en el plano social, dificultando sus opciones económicas. Además, los peul pueden considerarse como una de las etnias más islamizadas de África Occidental, donde la fusión entre la práctica musulmana y los ritos tradicionales no son habituales en ellos; practican un islam más “purista”, a diferencia de otras etnias de la región.

El aspecto histórico que les rodea tampoco debe desdeñarse. Entre los siglos XVII y XVIII, tuvieron lugar en África Occidental una serie de conflictos conocidos como las “yihad fulani”, que llevaron a la expansión de los territorios controlados por los peul (también conocidos como fulani) por las actuales Mali, Nigeria y Burkina Faso. El vínculo yihad-peul, no es un concepto nuevo en la región, ya que arrastra consigo profundas raíces históricas y sociales que determinan la percepción de esta etnia a ojos de la población local. Esto ha llevado, primero, a que los reclutadores de la yihad utilicen estos matices para atraer para sí a combatientes de origen peul; y, segundo, provoca que exista una generalización extendida por la región a la hora de vincular a los peul y al yihadismo, sin que todos los peul sean yihadistas (obviamente) o siquiera nómadas, y sin que todos los yihadistas sean peul en exclusiva.

Esta generalización atrae consecuencias letales. La indiferencia mostrada por las juntas militares de Mali y de Burkina Faso a la hora de abordar la reconciliación social ha provocado un incremento de matanzas en comunidades peul… ejecutadas por sus propias fuerzas armadas. Destacan la masacre de Moura (2022) y la masacre de Karma (2023) a manos de los ejércitos maliense y burkinés, respectivamente. El asesinato de civiles peul y su creciente estigmatización ha llevado, como era de esperar, a un aumento en la presencia de sujetos peul entre las filas terroristas.

Si se mirase, por ejemplo, un ataque de la katiba Macina contra un poblado de la etnia dogon en la región de Mopti (Mali), debería observarse el combate desde una multitud de perspectivas. Es una lucha ancestral entre los dogon y los peul, cuya base es histórica, social y territorial; un conflicto de índole religioso entre la propagación del salafismo y la vertiente malikí que predomina históricamente en el islam de la región; pero también una lucha política por la implementación de nuevas formas de gobierno distintas a las tradicionales o al propio control del Estado. Ya lo dice Chamorro: “Las fronteras artificiales y la competición por unos recursos cada vez más escasos hacen que los enfrentamientos entre etnias hayan vuelto cada vez más frecuentes y esto beneficia a los grupos armados”.

Asimismo, son habituales los enfrentamientos entre el JNIM y el EIGS. Desde Europa, donde el terrorismo islámico tiende a verse como un todo unificado, esta afirmación parecerá dantesca. En el corazón del Sahel, no lo es en absoluto. Debe considerarse que todos los grupos mencionados traen consigo un fuerte componente económico gracias al control de las rutas de la droga sudamericana, que desembarca en las costas de África Occidental con destino a Europa, además del control de las rutas migratorias con el mismo destino y la posesión de los recursos. Ya sean las minas de oro que pueden encontrarse aquí o los impuestos que se aplican sobre las poblaciones dominadas.

Merece la pena leer el libro escrito por la periodista española Beatriz Mesa, Los grupos armados del Sahel: Conflicto y economía criminal en el norte de Mali, para profundizar en la parte económica que influye en los grupos armados del Sahel. El papel de la economía es fundamental a la hora de entender el conflicto. Además, tal y como señala Chamorro, “la expansión del EIGS y su ganancia de cada vez más adeptos llevó a que en torno a 2019 comenzaron los combates entre ambas facciones”.

Taleb indica, a la hora de referirse a los factores que han facilitado la expansión del terrorismo en el Sahel, que estos se deberían a “gobiernos corruptos, inestabilidad regional, desesperanza entre la población y la eterna mano occidental que alimenta tanto a gobiernos corruptos como a grupos armados, siempre en pro de conservar sus intereses económicos y estratégicos en África”. Una explicación que concuerda con el aspecto económico de su lucha, donde enrolarse en un grupo armado de estas características trae a los jóvenes una alternativa laboral que les saque (aparentemente) de la pobreza.

Una confusión en los términos

Hilando con lo económico: los grupos armados que transitan la frontera entre Togo y Burkina Faso, entre otros, obligan a quienes cruzan a pagar un “peaje aduanero” del lado burkinés, que desde el gobierno de Uagadugú se lee como un acto de bandidaje. Esto atrae una nueva palabra al escenario: bandido. Bandidos a la hora de referirse a los yihadistas. Esto se debe a que la palabra “yihad” se traduce al árabe como “esfuerzo” y se utiliza para explicar una serie de actos realizados por los musulmanes, sean violentos o no. Una manifestación en Londres a favor de Palestina puede considerarse una yihad, igual que cualquier acto de generosidad con el necesitado; la yihad armada, por otro lado, sería un esfuerzo de carácter bélico ejecutado por musulmanes y que no tiene necesariamente una finalidad última religiosa. Por ello, no es habitual escuchar a un maliense utilizar la palabra “yihadista” a la hora de referirse a quienes asolan su nación. Antes se dirá “terrorista” o, en múltiples ocasiones “bandido”, considerando el factor económico que impulsa muchas de sus acciones.

Esta confusión de conceptos es terrible. Los europeos dicen “yihadista”, los malienses no. Esto vuelve sumamente difícil señalar al enemigo. Tal es así, que el único concepto común del que disponemos, “terrorista”, tampoco es aplicado de la misma manera entre europeos y malienses. Porque la junta militar que gobierna Bamako califica igualmente como “terroristas” a aquellos que Occidente califica como “rebeldes” de Azawad. Cuando el gobierno maliense denunció ante Naciones Unidas que “Ucrania apoya al terrorismo”, tal y como hicieron en 2024, no se referían a que los ucranianos financien o formen a elementos del Estado Islámico, sino a que los ucranianos colaboran con los rebeldes de Azawad: terroristas a los ojos de Bamako.

El resultado inmediato de la amenaza terrorista en el Sahel ha supuesto la desestabilización de las naciones afectadas. Desde que la bota yihadista pisó Mali en 2012, el país africano ha sufrido tres golpes de Estado; Burkina Faso, dos; y Níger, uno. Este terremoto político ha perjudicado enormemente a los países y ha dificultado, irónicamente, la derrota del terrorismo que prometieron cada uno de los golpistas. Y los últimos gobiernos golpistas han supuesto el nacimiento de un nuevo movimiento de corte panafricano y antifrancés, además de prorruso, que ha agitado las relaciones geopolíticas de la región y que se sirve de una retórica cada vez más aceptada en donde Francia en particular y Occidente en general son los primeros culpables de la prevalencia del terrorismo en sus territorios. Cuando se habla de la presencia rusa en el Sahel y de la expulsión de Francia, debe considerarse que esta línea temporal no habría tenido lugar sin el auge del terrorismo islámico en la región.

El propio Taleb se coloca en esta posición, al afirmar que “muchos de los grupos yihadistas del Sahel, por no decir todos, funcionan como proxys, lo que yo llamo ‘los Wagner de occidente’. […] guardan relación con los intereses de occidente, o Francia, para ser más precisos, y actúan de acuerdo con órdenes extranjeras, por mucho que esto choque con la imagen superficial que se suele dar de estos grupos como ‘enemigos de Occidente’”. Aunque no existen pruebas firmes que sostengan la relación entre el terrorismo del Sahel y Occidente, su punto de vista no debe ser desdeñado. Es el pensamiento que ha llevado a la expulsión de Francia. A la entrada de Rusia. A los golpes de Estado en Mali, Níger y Burkina Faso. A la corriente de ideas africanas contrarias a Europa. Guste o no, la existencia del yihadismo armado en el Sahel abarca problemas como el conflicto con Rusia, las oleadas migratorias con destino a Europa y las propias relaciones entre Occidente y África.