Diplomacia
Trump pone la vista en la Siria islamista de Al Sharaa para su flamante nuevo Oriente Medio
Washington prevé inaugurar allí una base aérea para atraer a Damasco al lado contrario del Estado Islámico
Como en su primer encuentro de Riad en mayo, el presidente de EE UU, Donald Trump, volvió a elogiar a su homólogo sirio, Ahmed al Sharaa, en Washington el 10 de noviembre, en un cita que ha merecido el calificativo de «histórica» por diversas razones.
Después de pasar por varias cárceles estadounidenses –como Abu Ghraib, en Irak– y de haber estado en la lista de terroristas más buscados, el exlíder de Al Qaeda –cuando todavía se hacía llamar Abu Mohammad al Golani– y hoy reconvertido en jefe de Estado, es el primer presidente sirio en pasar por la Casa Blanca desde su independencia en 1946. «Tenemos que hacer que Siria funcione», le espetó el mandatario estadounidense a Al Sharaa en un encuentro que dejó momentos de distensión como cuando Trump le roció de perfume el cuello o le preguntó por el número de esposas de su inexistente harén.
Después de más de medio siglo gobernada de manera dictatorial por el clan Asad y, por tanto, durante décadas en la órbita de Rusia y la República Islámica de Irán, la llegada al poder de los islamistas radicales de Hayat Tahrir al Sham (HTS) a Damasco ha abierto desde hace casi un año en la región la carrera por la influencia en un país estratégico en Oriente Medio como Siria. A su forma, Trump felicitó al presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, por «haberse quedado con Siria» en una jugada maestra propia de un sultán neootomano, y es que, sin el decisivo apoyo de Ankara, la revuelta iniciada en noviembre del año pasado en Idlib por los exyihadistas no habría tenido el fulgurante éxito que les permitió entrar triunfantes en Damasco en unos pocos días.
No solo Turquía tiene ascendente sobre las nuevas autoridades sirias; también la otra gran potencia suní, Arabia Saudí, compite por influir en Damasco aprovechando el vacío dejado por su gran rival, Irán, en un momento clave para un país exhausto después de catorce años de guerra. La propia Rusia de Putin, la misma que apoyó a Bachar al Asad hace una década y lo dejó caer hace un año, sigue manteniendo sus dos bases militares situadas en Siria.
Tres son los objetivos inmediatos de Trump en Siria en su campaña de seducción al exyihadista Al Sharaa tras retirar las sanciones a Damasco y al propio Al Sharaa, y prometer ayuda financiera para la reconstrucción del país. Meses después de haber anunciado la reducción de tropas en suelo sirio –reconociendo a través de su enviado Tom Barrack «los errores del último siglo» en el país–, Washington prevé inaugurar oficialmente la nueva base aérea que ha erigido en los alrededores de la capital siria y atraer a Damasco a su coalición internacional contra el Estado Islámico. A pesar de la derrota del califato, el Daesh cuenta aún con numerosas células en el este de Siria que amenazan la estabilidad del país. Y Estados Unidos sigue manteniendo tropas en el noreste sirio, territorio controlado antes y después de la caída de Asad por las prokurdas Fuerzas Democráticas Sirias (FDS). En abril, desde el Pentágono se anunció la próxima reducción del número de soldados a un millar.
Entretanto, el otro deseo no disimulado del mandatario estadounidense es lograr un acuerdo en materia de seguridad entre Siria e Israel como base y preámbulo de una eventual adhesión de Damasco a los Acuerdos de Abraham, lo que, de lograrse, marcaría un nuevo hito en un contexto regional de profundos cambios marcados por la pérdida de influencia del régimen de los ayatolás y su «eje de la resistencia» en Oriente Medio. Desde Siria se admite la presión de la Casa Blanca para que Al Sharaa anuncie el acuerdo –un compromiso que tendrá un coste interno para la coalición de islamistas radicales en Damasco desde diciembre pasado– antes de final de año. La conquista de Damasco podría suponer un aldabonazo para el nuevo Oriente Medio de prosperidad capaz de cooperar con Israel que sueña Trump como legado de su segundo y postrero mandato.
Dada la cercanía de la nueva instalación militar con la propia capital siria y, de esta forma, con la frontera libanesa e israelí, la base serviría para apoyar la futura cooperación militar entre Damasco y Tel Aviv –se situaría a las puertas de la zona desmilitarizada que las autoridades israelíes exigen a las nuevas autoridades islamistas en el suroeste del país– y también para servir de plataforma para las futuras operaciones bélicas contra el Estados Islámico.
Aunque el Gobierno presidido por Ahmed al Sharaa ha negado oficialmente la información, varias fuentes del ámbito de la seguridad del nuevo poder en Damasco admiten las conversaciones con Washington en torno a unas instalaciones que servirían a las fuerzas estadounidenses como plataforma logística y de vigilancia, pero ante las que Siria mantendría sobre el papel total soberanía.