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Trump y Bolsonaro exhiben un frente común populista

Los líderes de EE UU y Brasil presumen de sintonía en el Despacho Oval y evitan las diferencias sobre una intervención en Venezuela

El presidente de EE UU, Donald Trump, junto a su homólogo brasileño, Jair Bolsonaro, ayer, en la Casa Blanca / Efe
El presidente de EE UU, Donald Trump, junto a su homólogo brasileño, Jair Bolsonaro, ayer, en la Casa Blanca / Efelarazon

Los líderes de EE UU y Brasil presumen de sintonía en el Despacho Oval y evitan las diferencias sobre una intervención en Venezuela.

Fue el primer populista y ahora tenía enfrente suyo a su discípulo del patio trasero. Donald Trump, que alardeaba de que podría disparar a alguien en la Quinta Avenida sin perjudicar su popularidad, recibió al fin a Jair Bolsonaro. El hombre que detestaba a los homosexuales, el nacionalista aguerrido aupado al poder por las contradicciones y la corrupción que devoraron a Lula. Lo primero que hizo el líder del Partido Social Liberal no bien llegó a la Casa Blanca fue regalarle una camiseta de la canarinha a un tipo que seguramente no haya visto un partido de fútbol en su vida.

Sobre todo, en el momento actual, los une su postura respecto a Venezuela. Con un importante matiz. La Casa Blanca ha insinuado que no descarta el uso de la fuerza. El dignatario brasileño, que comparte frontera con la atormentada tierra de Nicolás Maduro, sabe de sobra que una invasión y un conflicto armado provocarían una estampida de refugiados. Que se añadirían a los que ya buscaron acomodo en su país. Preguntado al respecto, Trump comentó que su país aún no ha pisado el acelerador. «Podemos hacer que las sanciones sean más duras, todas las opciones están abiertas». El presidente de EE UU no fue más allá. No dio detalles, aunque el recuerdo reciente de lo sucedido con Irák deja bien claro que su política, para bien y para mal, dista mucho de las componendas habituales.

De momento, su país ya ha impuesto sanciones a la exportación del petróleo, verdadero motor de la paupérrima economía venezolana y salvavidas de la dictadura. Sin olvidar la congelación de cuentas en el extranjero ni la retirada de todo el personal diplomático. En otro momento de su charla, Bolsonaro afirmó que «Brasil y EE UU están juntos en sus esfuerzos por defender las libertades y el respeto por los estilos de vida tradicionales y familiares, el respeto a Dios, nuestro creador, contra la ideología de género y contra las actitudes políticamente correctas y las noticias falsas». Un menú largo y poco estrecho que incluye el convencimiento de que la Prensa es el enemigo. Los dos llegaron a lo más alto frente a la animadversión de las élites intelectuales y el acoso mediático en tertulias radiofónicas y columnas.

Había que escuchar a Bolsonaro frente a los micrófonos, seguro de que si fuera por la Prensa, «no habría sido elegido presidente». Se lo había dicho Bolsonaro al locutor de la cadena Fox, en un canto de amor a internet y las redes sociales como trampolines para evitar las malas artes de los viejos mediadores, tradicionalmente encargados de velar entre los electores y los políticos. Le comentó que «hay una gran cantidad de noticias falsas, la población brasileña ha aprendido a usar las redes sociales. Y ya no confían ni creen en los principales medios brasileños, que están virtualmente dominados por la izquierda».

Trump, que reafirmó que las relaciones comerciales de los dos países conocerán un periodo de esplendor, adora la desabrochada fe de Bolsonaro en EE UU. Todo un cambio de paradigma tras los programas del populismo de izquierdas y la propaganda antiestadounidense que han dominado la política de América Latina en las últimas dos décadas. Qué lejos ya los días en que Brasil respondía a las descortesías de los aduaneros de EE UU con sus propias cortapisas y alambres a los turistas del país del norte. En Washington, después de un largo invierno de recelos y desatenciones, los presidentes de dos gigantes sellaron la nueva era. Allí estaban, devorados por las cámaras, espléndidos en su desabrochada necesidad de atenciones, convencidos de que lideran un cambio histórico en el continente.

Tan distintos y, sin embargo, tan similares. Trump, con ocasión del asesinato de una manifestante a manos de un ultraderechista, comentó en su día que entre los partidarios de la «alt-right» y los nostálgicos del KKK también había gente bienintencionada. Bolsonaro solía insistir en que la dictadura brasileña y su desacomplejado uso de la tortura le parecían un modelo. No en vano alardeaba de admirar al coronel Carlos Brilhante Ustra. Pero mientras que con Trump siempre existirá la sospecha de que sus peroratas ultras sean excesos electorales, el ex militar brasileño parece tenerlo muy claro cuando defiende repartir armas entre los ciudadanos.