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La Movida de los Berlanga sube a escena
El musical «A quién le importa» homenajea a dos de las mayores figuras de los 80 con las canciones más legendarias de la época
Madrid, la tierra prometida. «Mamá, me voy a la ciudad, que allí nadie pregunta», fue un eco que se repitió a lo largo de los ochenta por toda España, recién levantada del franquismo y aún con la cara lavada. Jóvenes valientes y con ansia de libertad llevada a sus últimas consecuencias se instalaron en Madrid dispuestos a pintar la ciudad de colores, a maquillarla con su creatividad. Ese espíritu de La Movida regresa hoy al Teatro Arlequín. La locura, la rebeldía y las ganas de pasarlo bien se acomodan en sus butacas con el musical «A quién le importa», un homenaje a aquellos años, pero, sobre todo, a los ya fallecidos Jorge Berlanga –responsable del libreto– y su hermano Carlos, artífice de canciones que la juventud actual ha adoptado como suyas y que son el epicentro de este musical.
No apto para nostálgicos
Fiel a ese espíritu de rebeldía, el espectáculo no es puro teatro, sino «una experiencia en todos los sentidos», como explica su productor, Robert Muro. «Queremos que la gente venga mucho antes de la función y que se marche bastante más tarde de que termine. Que se imbuya de la esencia de aquellos años», subraya. Para ello, asaltan al espectador desde la misma entrada del teatro. Allí, un maestro de ceremonias introduce poco a poco a los espectadores en La Movida: cuadros y fotografías de Carlos Berlanga –cedidos, entre otros, por Pedro Almodóvar– cubren de forma caótica las paredes; un documental de Carlos Saura, realizado «ex profeso», se proyecta en una de las salas; y un stand de esteticistas profesionales ofrece a los espectadores maquillarse como en los años ochenta. Todo un boom de estímulos que preparan al público para el punto fuerte: el espectáculo.
La historia –Óscar, el protagonista, despierta amnésico en la cama de un hospital y, entre jeringazo y jeringazo, empieza a recordar su pasado– la defienden los actores: no hay decorados y los intérpretes salen únicamente acompañados por el vestuario, diseñado por Francis Montesinos, «verdaderas esculturas», asegura el director del musical, Eduardo Bazo. Otra nota de originalidad la ponen las 14 pantallas que rodean al espectador y en las que se proyectan los soliloquios de más de veinte personajes que fueron clave en la evolución de los hermanos Berlanga. Así, García Lorca o Andy Warhol son encarnados por figuras como el bailarín Rafael Amargo, el futbolista Pepe Reina o el presidente de Coca-Cola., Marcos de Quinto.
Pero tanto el elenco como su director quieren dejar claro que «no es una obra para nostálgicos, ni un capítulo de la serie "Cuéntame"». «Utilizamos la estética de esos años e intentamos reproducir su espíritu, aunque con un lenguaje actual», destaca Bazo, quien trabajó junto a Jorge Berlanga en los prolegómenos del espectáculo un año antes de que este gran escritor y periodista falleciese. «Jorge sentía que la contribución de su hermano a la cultura no está lo suficientemente valorada», explica.
«Perlas ensangrentadas», «Lady Dilema», «Ni tú ni nadie» o «La rebelión de los electrodomésticos» son algunos de los 22 hits que el público podrá tararear. «No es un musical para que la gente venga, se siente, piense o llore. Lo que queremos es que se lo pase bien», argumenta Iván Santos, uno de los intérpretes. Todo un brindis a la luna. Y para que la fiesta no termine con la bajada de telón, el teatro ha acondicionado un bar para emular al mítico Rockola. Espíritu joven abierto hasta el amanecer.
Un apellido que marcó los 80
La Movida o la década de los ochenta no se entendería sin los hermanos Berlanga. Ellos consiguieron redibujar a su antojo la línea que separa imaginación y realidad e integrar estos dos mundos a través de su arte: Carlos, con sus canciones, sus cuadros, sus dibujos, y Jorge, con su pluma. Al igual que toda una generación quedaría muda si no se le relacionase con las canciones de Kaka de Luxe o Alaska y los Pegamoides, grupos en los que Carlos fue el alma, Jorge, el dandy solitario, dejó testimonio escrito de aquellos años con sus guiones y su labor como columnista de LA RAZÓN.