Moda

London, mon amour

En 1967 Dalí ofreció una entrevista en Barcelona en la que afirma que deseaba colaborar con Paco Rabanne, «el metalúrgico de la moda»

Jane Birkin, con uno de los vestidos metálicos de Paco Rabanne, y Serge Gainsbourg
Jane Birkin, con uno de los vestidos metálicos de Paco Rabanne, y Serge Gainsbourglarazon

En 1967 Dalí ofreció una entrevista en Barcelona en la que afirma que deseaba colaborar con Paco Rabanne, «el metalúrgico de la moda»

En ese estupendo caserón situado hoy en el número 13 de la calle Alcalá, que José de Churriguera hizo para residencia del empresario navarro Juan de Goyeneche y que en 1773 Diego de Villanueva, cambiando elementos barrocos por neoclásicos, convirtió en el magnífico palacio que desde entonces aloja la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, se acaba de clausurar una exposición sobre la obra de ese otro español imprescindible para los amantes de la moda. Vasco como Balenciaga, emigrado a París como Balenciaga y destacado antifranquista como no lo fue nunca Balenciaga. Me permitirán que tergiverse para la ocasión la famosa frase de Salvador Dalí, ahora tan de moda por culpa del ADN que le fascinaba, sobre su chirriante parecido con Picasso: «Yo también soy español, yo también soy pintor, yo tampoco soy comunista...». Hablo, ya lo habrán adivinado, del impar señor de Guipúzcoa, Francisco Rabanne Cuervo. Un vasco atípico, nacido en 1934 en Pasajes de San Juan, hijo de una modista que, para más signos del destino, trabajó en la casa de Balenciaga y de un coronel republicano, Francisco Rabaneda Postigo, «fusilado por Franco», como a Paco Rabanne le gusta recordar cada vez que tiene oportunidad de hacerlo. Efectivamente su padre, un coronel andaluz de profundas convicciones comunistas, murió el 15 de octubre de 1937, a las siete de la mañana, en la playa de Berría muy cerca del Penal de El Dueso, en Santoña, junto a trece compañeros seleccionados por sus diferentes simpatías republicanas.

En esa exposición, hecha posible gracias al patrocinio de Puig, esa empresa española líder de la perfumería mundial que descubrió a este genio al final de la década de los sesenta, exactamente en 1969, con el lanzamiento de su primera fragancia, «Calandre», se reunían veinticinco modelos. Querían completar una antológica de este excelente estudiante de arquitectura en París que, como muchos otros artistas de su generación, descubrió la moda pasando por allí. Paco Rabanne, vestido siempre de negro, «como un cuervo» puntualiza él mismo, para diferenciarse de André Courrèges, siempre vestido de blanco, como un astronauta puntualizo yo, son dos alumnos aventajados de Balenciaga. Uno, en la distancia, mimado por los cuentos con hilo y aguja de su madre, y el otro, en la máxima cercanía, trabajando literalmente con él en París y en Madrid. Los dos hicieron todo lo posible por no parecerse absolutamente nada al maestro. Uno, casi arquitecto, y el otro, muy ingeniero de caminos, tenían presente que el fututo había llegado. Y uno con el metal y el otro con el plástico, se pasaron toda la década haciendo «viajes a la luna».

Nuestro mago del alambre y los alicates proyectó miles de dibujos de moda como una manera diferente de salir de la escuela de arquitectura, diseñó figuras geométricas bajo el absurdo nombre de Franck Rabanne que certifica «Woman’s Weil Daily» en 1959, dibujó zapatos para Charles Jourdan, entonces el nombre más interesante de la zapatería femenina, después complementos artesanales y botones inmensos para Balenciaga, Nina Ricci, Philippe Venet, Pierre Cardin, Courrèges y Givenchy, hasta que en 1966 decidió presentar su primera colección, aquella donde incluye una modelo bailando que fue, literalmente, reproducida por Sybilla en su primera pasarela de Madrid.

En 1967 un vídeo de esos que no tienen precio ofrece una entrevista a Dalí en Barcelona. Con su teatralidad impagable explica que va a hacer una colección de vestidos para su musa del momento con el tejido de nuestro tiempo, naturalmente el plástico, y para esa importante parte del proyecto confiesa que ha pensado en nuestro compatriota Paco Rabanne. El «metalúrgico de la moda», crítico título que le otorgó Chanel, lejos de echarlo del circuito, garantizó su entrada triunfal en un circo que, ya entonces, sabía que la moda era una pista donde estaban permitidas todas las locuras imaginables siempre que estas fuesen rentables. Ese «Londres» de Jeanloup Sieff que viene a mi memoria, confirma una vez más que una imagen de Paco Rabanne vale más que mil palabras.