Libros

Boabdil Guerra

Cada anuncio de una intervención pública de Alfonso Guerra es la promesa de un despliegue inaudita de maldad, en su versión desternillante de villano de cómic: «En primer lugar, quiero decirles que este libro lo ha escrito el autor. En este mundo ya se sabe que hay gente que escribe libros, y otros que ponen su nombre en la solapa. Éste, en concreto, podrá ser todo lo malo que sea, pero es mío», dijo el legendario vicetodo como exordio en la presentación de su ensayo «La España en la que creo». Volvía al Congreso de los Diputados el parlamentario más longevo de la historia democrática española –38 años de escaño ininterrumpido, siempre por la circunscripción de Sevilla– para hacerle una enmienda a la totalidad al actual secretario general de su partido, y valga más que nunca el posesivo porque si alguna vez tuvo el PSOE un dueño, ése fue él. Y sí, también advirtió en su momento que las primarias no sólo las cargaba el diablo, sino que las podía ganar cualquiera. Representa Guerra a un socialismo por desgracia desaparecido, el que tenía una firme visión de Estado y un insobornable sentido nacional... que tampoco lució en su etapa de presidente de la Comisión Constitucional de la cámara baja, cuando su figura sirvió como coartada a Zapatero para tramitar sin demasiada poda el Estatuto catalán reformado que ha sido el germen del actual «procés». Calló entonces como callan ahora los veinte socialistas andaluces que aprietan el botón a las órdenes de Adriana Lastra y esparcen por sus provincias el argumentario que reparte la cordobesa Carmen Calvo, La Niña del Relator. Llorar en los salones por que ocurra lo que uno estuvo en condiciones de evitar en el Parlamento, y no quiso o no pudo, tiene mucho de lágrimas de Boabdil; lágrimas del cobarde que no ha sabido cumplir con su deber.