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Teatro

Mérida

El último juglar llega a Mérida

“El Brujo” estrena el miércoles en el teatro romano la obra “Esquilo, nacimiento y muerte de la tragedia”

Rafael Álvarez “El Brujo”, en rueda de prensa larazon

Una noche de julio de 2009 cambiamos la cerveza con la que entonces se festejaba el parto diario del periódico por la marcha expeditiva -remontando la vía de la Plata- hacia Casas de Reina. Fue un milagro que llegáramos a tiempo porque la guía Michelín que llevábamos en la guantera digamos que perdió varias veces la cobertura. Mereció la pena la cerveza olvidada y el atracón de kilómetros. Rafael Álvarez “El Brujo” se apoderó del rocoso teatro extremeño con su voz de grano radiofónico. Embutido en una suerte de chilaba morada, pantalones bombachos, y el pelo totalmente ajeno a la disciplina, “El Brujo” fue contando el Evangelio según San Juan con una mezcla de sentenciosidad y de fino humor. En los momentos climáticos, cuando el evangelista se ponía más tronante, sonaban una especie de atabales que se fundían con la lubricidad del saxo y de los cuarenta grados. Ésa era toda la tramoya. Iban bien las Sagradas Escrituras -las del Nuevo Testamento- hasta que la luz comenzó a petardear y el sonido a ir y a volver. Se avecinaba el Apocalipsis quizá para seguir rindiendo homenaje al bueno de San Juan. Primero “El Brujo” se quedó en penumbra y luego nos quedamos todos medio a oscuras. Y entonces fue cuando el desastre deparó lo mejor de la obra: el alcalde -pobre alcalde- acabó convertido en un personaje más de los 74 libros de la Biblia; y Endesa -“¡la Sevillana!”, clamaba “El Brujo” con las manos apuntando al cielo- como la culpable del rayo enviado por el mismísimo Zeus.

Quiere decir todo esto que con “El Brujo” nunca se sabe. El “Brujo” es el último juglar. Y como los juglares de hace diez siglos juega a la improvisación y a la sorpresa. Su obra siempre está en marcha. En otra ocasión se encontraban en las primeras butacas unos familiares de Esperanza Aguirre. Y resulta que la ex presidenta madrileña también se coló en sus Sagradas Escrituras. Abandonaron la platea a voz en grito quejándose de la injerencia (dramática). “El Brujo” le contó al Loco de la Colina que unos aplaudían y otros vociferaban como si el refinado teatro madrileño fuera el patio de los mosqueteros de un Corral de Comedias. Hace mucho que “El Brujo” sale sin red al escenario. El “dramatis personae” es él y sus circunstancias. Su voz le defiende como una espada. Ha narrado los Misterios del Quijote, las andanzas de Lázaro de Tormes o las vicisitudes de las Mujeres de Shakespeare. El miércoles, al filo de las once de la noche estrenará en Mérida “Esquilo, nacimiento y muerte de la tragedia”. Vuelve con el más solemne de los dramaturgos griegos. Dice que se enamoró de Esquilo a través de “Prometeo encadenado”. “Aluciné con él. Y me inventé otro Esquilo. Y jugué con él. Ahora espero una primavera con la flor de Apolo naciendo en los bosques al son de la flauta de Dioniso”. Jesús Cimarro y su diligente equipo han debido reparar a conciencia en los generadores de la luz. Con todo, no está garantizado que ellos -alguien, quizá Aguirre o los hombres del Ibex- acaben otra vez en sus Sagradas Escrituras. “El Brujo” es una caja de agradables sorpresas.

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