Economía

La felicidad según Cádiz

La Razón
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En cualquier parte del globo en la que se esté, es imposible no acordarse de Cádiz y de su particular paisanaje estival. La playa, evidentemente, ya se ha hecho hegemónica. Entre los oriundos, los bronceados van camino del color del tizón, mientras que los forasteros obran el milagro propio de la estación: el olor a crema para el sol supera al de la caca de los perros. Este verano, Cádiz festeja el caramelo saudí. Y se nota. El anuncio de la compra de media docena de corbetas por parte del país árabe ha engrasado de momento la bisagra del codo de los trabajadores de Navantia y alguno hay, según me cuenta un enviado especial en la Caleta, que anda celebrando de tabanco en tabanco el más aplaudido automatismo humano: comer y beber cada día. Más que contentos, los gaditanos pasean en estas fechas refulgentes, pese a la negrura zaína de la epidermis. La ciudad entera lo nota. También lo hace el alcalde, José María González, alias Kichi. Anticapitalista y todo, el regidor ya tiene completamente claro que este tipo de contratos mercantiles beneficia a la gente, a esa misma gente en la que no reparaba, a la vez que decía sí reparar, cuando criticaba los acuerdos comerciales de Navantia con Arabia Saudí. Ay, el capitalismo, qué diferente se ve desde la oposición y con el megáfono en las calles a cuando se decide desde el sillón. Pero la penitencia ya está pasada. Como el resto de los gaditanos, Kichi está feliz. Y enamorado, por tanto está más feliz aún. De tan dionisíaco, anda Kichi piropeando públicamente a su mujer, Teresa Rodríguez, con palabras tan afectadas como sonrojantes. Que si sus «bellos ojos marrones», que si «su tierra y su gente», que si «ama a Andalucía como a una madre». Kichi está feliz y, como hacen los nuevos ricos, quiere que todo el mundo lo sepa. Lindo pipiolo.