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“Queimada”

La Razón
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Así se titula la película que veía hace unos días en 13TV. Es una producción con guión y dirección del italiano Gillo Pontecorvo, especialista en cine político –en España realizó «Operación Ogro», sobre el atentado al almirante Carrero Blanco–. Corría 1968, Marlon Brando pasaba por un bajón en su carrera, sus últimas películas no habían reventado las taquillas y los guiones que le ofrecían no le gustaban. A través de un agente le llega el guión de «Queimada». Desde la primera lectura, Brando estaba seguro de que había encontrado una historia con marcado signo político, lo que buscaba. Teniendo al gran astro, conseguir dinero para la producción en Europa no fue difícil y las distribuidoras americanas encontraron que, olvidando el tema ideológico, podía pasar por aventuras. Lo cierto es que la película funcionó tanto de público como de crítica. Brando estuvo en lo que siempre fue: un grandísimo actor, aportando en esta ocasión, que interpretaba a un agente británico, más sobriedad. La historia cuenta cómo en una isla americana, colonia portuguesa, en la que la esclavitud más brutal sigue vigente, las grandes compañías internacionales ven que para que el negocio siga en sus manos hay que ponerse al día, abolir la esclavitud y mandar a los portugueses a su casa. Contratan a un agente del Gobierno inglés, éste se pone manos a la obra, monta una revuelta con los negros nativos y pone al frente del Gobierno a un mestizo, que es socio de los negocios del azúcar. Pero surge un líder negro que se da cuenta de que son libres, pero siguen trabajando por una miseria. Éste toma el poder. De nuevo, sir William interviene, el nativo cede a cambio de unas promesas de mejoras. Al cabo de 10 años, José Dolores, el líder, ya cuenta con un ejército, por lo que William tiene que volver, pero esta vez al frente de las tropas británicas, que sofocan la revuelta matando a los dirigentes negros, a cambio el azúcar de ésa y otras islas pasa a manos de Gran Bretaña. Esta historia te hace recordar otras muchas parecidas, porque al final el pastel siempre es muy apetecible para los países de las grandes compañías.