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Los superhéroes, contra los fantasmas de Occidente

Los superhéroes, contra los fantasmas de Occidente
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La diferencia, mal entendida, entre igualdad y equidad ayudó a convertir a Forrest Gump en héroe del nuevo sueño americano. EE UU pasó de ser el país en el que cualquiera podía triunfar al país en el que cualquiera triunfa. Y no es exactamente lo mismo, como le explicó el chef Gusteau al pequeño protagonista de «Ratatouille». El verbo «poder» comenzó en el siglo XX a ser más inquietante incluso que el sustantivo, convertidos los ciudadanos en entes poseedores de derechos e ignorantes de responsabilidades. Pero hubo un tiempo en que América –hablamos de EE UU, aunque la apropiación es obligada en este caso– soñó más alto, más fuerte, más rápido. No todo americano era un héroe. Pero éste podía estar esperando a salir del pecho de cualquiera, y hacían falta más que nunca: los enemigos de la libertad (al menos entonces lo eran) querían conquistar el mundo. Así surgió el Capitán América en 1941, a un año de Pearl Harbour pero con la guerra ya en el horizonte de los norteamericanos. En la portada del primer número del cómic, editado por Timely en diciembre de 1940 –aunque esté datado como marzo de 1941–, el Capi le atizaba en el bigote al Führer décadas antes de los bastardos de Tarantino.

Un tipo normal zurrándole a Hitler

El Capitán América como símbolo fue mucho más poderoso de lo que sus detractores se empeñan en creer: no era tan sólo la encarnación de las barras y estrellas, del patriotismo convertido en escudo defensor del país, ni podía ser reducido a un accidente. La historia de Steve Rogers, el chaval enclenque loco por defender a su país que se somete voluntariamente a la inyección de un suero secreto y acaba convertido en un supersoldado, un líder nato fuerte e inteligente, es un relato de ambiciones y consecuciones. Es el sueño americano elevado al cubo. Y con una dosis de tenacidad. No por la suerte del tonto.

El Capi triunfó enseguida –cómo no– gracias a los guiones de Joe Simon y al dibujo de un grande de la Edad Dorada, Jack Kirby. Pronto fue, junto a Namor y la Antorcha Humana, uno de los pioneros de lo que se convertiría en Marvel, la editorial de los 4 Fantásticos, los X-Men, Spider-Man y Los Vengadores, el grupo que Rogers ha liderado durante años en las páginas de la ficción. Era inevitable que, en esta etapa en que Hollywood está explotando los «supers» como hizo en los 50 con los «westerns», tuviera sus propias películas. «El Capitán América: el primer Vengador» (2011) fue un merecido éxito: supo reflejar con acierto la esencia del personaje, en una trama en la que el héroe (Chris Evans), tras salvar al mundo de un poderoso misil nazi, caía al mar, donde permanecía congelado durante décadas. Rescatado del hielo en nuestros días, luchaba junto con la organización secreta gubernamental S.H.I.E.L.D. para evitar que su archienemigo de los cómics, Cráneo Rojo (Hugo Weaving), un criminal de origen nazi, se sirviese del poder de un arma cósmica, el Teseracto.

Ahora llega a las pantallas «El Capitán América: el Soldado de Invierno», segunda y espectacular entrega de las aventuras de Steve Rogers, producida por Kevin Feige y dirigida por los hermanos Anthony y Joe Russo. El Capi se las verá con un complot para ponerle a él, a S.H.I.E.L.D. y a su emblemático director, Nick Furia, fuera de juego en un mundo en el que la seguridad nacional comienza a ser la excusa para un peligroso recorte de libertades, con lo que el filme viene a analizar el gran problema de fondo de la sociedad civil y los estados desde el 11-S. «Queríamos que la historia y el estilo fueran muy íntimos y realistas, una característica fundamental de los thrillers de los años 70, que han servido de inspiración a esta película», explica Anthony Russo. Todo, claro, en clave de acción y ficción: soldados supermutados, enormes naves voladoras, los Helitransportes que ya aparecían en «Los Vengadores» más letales que nunca, y la presentación de un enemigo que se come la pantalla cada vez que aparece: el Soldado de Invierno (Sebastian Stan). «La primera entrega de una saga debe presentar a los héroes y la segunda, ponerlos contra las cuerdas», añade su hermano, Joe Russo.

El cómic de Brubaker

El guión de Christopher Markus y Stephen McFeely adapta la etapa más brillante del cómic en tiempos recientes: el arranque de la serie «Capitán América» que escribió Ed Brubaker entre 2005 y 2007. Aclamado y premiado en su día, el cómic logró convencer hasta a los que, como quien firma, siempre habían viso en Rogers una herramienta propagandística. Pero Brubaker supo administrar equilibradamente la nostalgia, la acción, la fantasía y la épica. El Capi volvía a enfrentarse a Cráneo Rojo –de ese arranque bebió la primera película–, se medía con poderosos intereses de ex militares soviéticos devenidos en criminales y, finalmente, se veía las caras con el que un día fue su mejor amigo y compañero de fatigas, Bucky –un personaje aparecido ya en el nº 1 del cómic, al igual que Cráneo Rojo–, al que creía muerto en la II Guerra Mundial, y que en realidad había sido hecho prisionero y convertido en un asesino de élite con poderes sobrehumanos como él mismo (esto último, por obra y gracia de Brubaker). Todo eso está en una producción en la que no falta el humor, sobre todo a cuenta del pasado «congelado» de Rogers, que se ha perdido el funk de los 70 y el grunge de los 90, entre otras cosas. Y en la que, como siempre, Stan Lee, el hombre al que tanto le debe Marvel, hace su obligado cameo.