Historia
El piloto americano que luchó en Brunete, fue indultado por Franco y llegó a Hollywood
Harold E. Dahl protagonizó una de las historias más insólitas y desconocidas de la Guerra Civil. Billy Wilder escribió un guion basado en sus peripecias
En la Guerra Civil española existen infinidad de personajes imposibles de encasillar en el relato simple y maniqueo que se intenta imponer oficialmente sin contar con la compleja realidad del conflicto. Desertores, prófugos de filas, automutilados, republicanos exiliados de la zona republicana, izquierdistas enrolados en las tropas de Franco, derechistas peleando en las del Ejercito Popular, soldados empleados por los dos bandos, perseguidos por unos y por los otros… forman un lienzo de escorzos difíciles de contemplar sin sentir un profundo escalofrío de humanidad y que, a la vez, dejan al descubierto la artificiosidad de las monolíticas leyes de «memoria histórica».
Una de estas figuras es el norteamericano Harold E. Dahl, nacido en Sidney, Illinois, en 1909. Fue un personaje famoso en Estados Unidos durante el conflicto español. Tanto es así que sirvió de inspiración al genial Billy Wilder para un guión que Hollywood llevó a las pantallas en 1940. Pero hoy Dahl ha caído en el olvido, a pesar de la amistad que él, como varios de sus compañeros, mantuvieron en la contienda con reporteros como Ernest Hemingway. Fue quizás su condición de mercenarios en las filas republicanas lo que les condenó a no figurar en el relato épico construido «in situ» o «a posteriori» sobre nuestra guerra incivil. Es claro que en ambos bandos las campanas no sonaron de la misma forma cuando doblaron para quienes no eran útiles a la propaganda.
Dahl era un antiguo piloto militar, subteniente del US Army Air Corps. Se había casado en 1936 con Edith Rogers, una rubia platino, cantante de vodevil, originaria de Seattle. Sin dinero y sin trabajo, Dahl aceptó la oferta de la Embajada española para ir a la zona republicana a instruir aviadores. En algún momento, después de llegar a España, Dahl acepta firmar un contrato como piloto de caza con un sueldo de 1.500 dólares al mes y otros 1.000 por avión enemigo derribado. El recurso a mercenarios, junto con la llegada de aviones y pilotos soviéticos, cubrirá momentáneamente la falta de aviadores de las fuerzas gubernamentales con los que hacer frente a la creciente ayuda aérea italiana y alemana de los sublevados. Se trata de ganar tiempo mientras se forman en la URSS y en Francia los nuevos pilotos de la República.
Dahl se sumará en Los Alcázares, Murcia, a la primera escuadrilla de cazas biplanos «Chato» soviéticos dirigida por un español, el capitán Andrés García Lacalle, un aviador de origen vasco cuyas memorias, «Mitos y verdades», publicadas en México hace medio siglo, están hoy injustamente postergadas en medio del subvencionado furor de la «memoria histórica».
En la escuadrilla de García Lacalle se encuadrará la famosa «Patrulla Norteamericana», formada por Dahl y otros pilotos de fortuna: Frank G. Tinker, Charlie Koch y Jim Allison, a los que se sumará un voluntario comunista, Ben Leider, el único aviador norteamericano fallecido en combate en España. A Koch, aquejado de un mal intestinal, le sustituyó muy pronto «Chang» Sellés, nacido en Japón, hijo de un comerciante valenciano. La escuadrilla se trasladará en febrero de 1937 a Campo X, en Azuqueca (Guadalajara). Desde allí intervendrá en la batalla del Jarama, enfrentándose a la escuadrilla de García Morato. En uno de los combates, Dahl es abatido sobre las propias líneas republicanas. Pero su aspecto casi albino, que le valió el sobrenombre de «Withey», está a punto de costarle la vida. Los milicianos que le apresan creen que es un alemán, hasta que un oficial que habla inglés consigue salvarlo. Al mes siguiente la escuadrilla interviene en la batalla de Guadalajara, bombardeando y ametrallando las columnas de camiones, blindados y piezas de artillería de las tropas de Mussolini en la embotellada carretera de Zaragoza.
Por sus servicios en el Jarama y Guadalajara, García Lacalle sería ascendido a comandante y designado jefe de un grupo de caza, lo que supondría el fin de su escuadrilla. Dahl se fue a París en abril para someterse a una operación de apendicitis. Cuando vuelve le incorporan a una escuadrilla de cazas «Chato» formada por pilotos rusos, en el aeródromo de Algete, llamado Campo Soto.
El lunes 12 de julio, en plena batalla de Brunete, Dahl hizo varios servicios de protección a bombarderos «Katiuska», que operaban sobre las tropas franquistas. A las cinco de la tarde la patrulla de Dahl es atacada por varios Messerschmitt alemanes. El piloto norteamericano ve cómo derriban a sus tres compañeros. Para evitar ser el próximo intenta volver a sus líneas cayendo en picado, pero es alcanzado y tiene que saltar en paracaídas. Una vez más, al tomar tierra está a punto de ser linchado, esta vez por soldados marroquíes de Franco, pero unos oficiales españoles lo impiden.
Trasladado a Salamanca, envía a su mujer dos cartas dando la noticia de su captura. Las misivas nunca llegaron a destino ya que fueron requisadas por los franquistas. Su hallazgo en su expediente judicial en el Archivo Histórico del Ejército del Aire me motivó a profundizar en su peripecia.
Dahl es juzgado el 5 de octubre de 1937 junto con tres aviadores soviéticos y tres españoles. Es en esos días cuando entra en juego su seductora mujer. Edith Rogers, que vivía en Cannes mientras su marido combatía en España, escribe una carta a Franco para pedir clemencia para Dahl. Edith le dora la píldora al general diciéndole que la victoria de su causa era tan inminente que la vida de un piloto estadounidense no podía servirle de mucho. Para rematar su carta, la cantante incluye un retrato suyo con un vestido de noche de generoso escote que, al parecer, causó gran impacto en el cuartel general de Salamanca.
El consejo de guerra impondría finalmente a los siete pilotos la pena capital, pero Franco concedió inmediatamente el indulto a todos los aviadores menos a un español, acusado de haber participado en crímenes de retaguardia.
Dahl no fue puesto en libertad por Franco hasta el 22 de febrero de 1940, después de estar preso casi tres años en Salamanca. Sería repatriado a Estados Unidos junto a siete voluntarios del Batallón Lincoln. Eran los últimos de los 106 norteamericanos apresados por el bando sublevado que seguían prisioneros en España después de la contienda.
Llegaron el 17 de marzo siguiente al puerto de Nueva York, donde le esperaba Edith, quien saludó a su marido fríamente, antes de darle a besar su mejilla. Tal frialdad fue una sorpresa para los reporteros, máxime cuando la romántica historia del matrimonio Dahl había llenado las páginas de revistas y diarios norteamericanos, donde Edith era presentada como la «esposa heroína del año».
Tan grande fue la fama que cobraron el piloto y la cantante que Hollywood estrenó en 1940 una película anti-aislacionista inspirada en su caso, «Arise, my love», con guión de Billy Wilder y Charles Brackett, dirigida por Mitchell Leisen, con Claudette Colbert y Ray Milland como protagonistas. El aviador norteamericano condenado a la pena capital por los franquistas es en este caso un luchador comprometido con la causa republicana. La mujer que lo salva del paredón es una periodista que se hace pasar por su esposa.
Harold y Edith se separaron al poco tiempo y volvieron a casarse con nuevas parejas. Dahl falleció el 16 de febrero de 1956 en un accidente aéreo en Canadá, como piloto de una compañía de transporte. Tenía 47 años.
El jefe de su primera escuadrilla, Andrés García Lacalle, nombrado jefe de la aviación de caza republicana a finales de 1938, se exilió después de la guerra. Falleció en la República Dominicana en 1975, a los 66 años de edad. Treinta años después de su muerte, en 2006, sus hijos pudieron esparcir sus cenizas sobre los parajes de la batalla del Jarama desde un avión del Ejército del Aire, gracias a las gestiones del general Jesús Salas Larrazábal, el hermano de Ángel, contra quien García Lacalle había combatido en aquellos cielos durante la guerra. Fue el homenaje de la aviación militar española a una de sus grandes figuras. Toda una lección de concordia.
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