Tabernarios

La Catapa: la taberna de paso obligado cerca del Retiro de Madrid

El secreto aquí es la camaradería y calidez de quien no se casa con nadie

Miguel Ángel, Laurence y Nico en la taberna La Catapa
Miguel Ángel, Laurence y Nico en la taberna La CatapaCristina BejaranoLa Razón

En el enjambre de tabernas madrileñas que van dando caché a una ciudad tan maravillosa y absurdamente deliciosa como esta, La Catapa se ha convertido en un lugar de paso obligado. Con una apariencia de establecimiento de poca magia, incluso que no merece perder la vista, la felicidad entra poco a poco por los sentidos. Porque bajo la encarnadura tabernaria se esconde un restaurante de muchísimo nivel, tanto que los propios responsables no son conscientes de la profundidad coquinaria que despliegan.

En abril de 2010 en un lugar imposible con una escalera que separaba los rincones de un pequeño pero amable local, inició Miguel Ángel su aventura para crecer con voz propia tras muchas batallas en las cocinas. Acompañado por un puñado de bucaneros empezó a manejar la cocina de producto y de ese guiso que hoy parece confortable en las cartas pero que nunca tuvo tanto séquito como entonces. Unos meses más tarde, ya en julio de 2012 se cambió de acera aunque manteniendo la misma recia hechura de colchonero un tanto destartalado y cariñoso para ampliar casa y mantel.

La seducción a la parroquia pequeño burguesa del Retiro llena de funcionarios y amables contertulios llegó pronto. El secreto de este éxito es la camaradería y calidez de quien no se casa con nadie que no sea ese cliente al que acoge con un abrazo largo y muy madrileño en una barra eterna. La del codazo amable aunque hoy esté viviendo momentos de transición.

Cocinero de cocineros va indagando en el mundo de los salazones y los escabeches como si buscara la pócima magistral. Y por eso masajea tranco a tranco el rincón más oculto de nuestro estómago y el guiño más visible del paladar. Ahí van ostras, la mejor gallega y la más evidente francesa, ambas con esa profundidad náutica que nos gusta a los gatos. Las escupiñas naturales como bocado inconfesable de placer. También la flor de alcachofa, que dirían los cursis es un must, y desde luego ya un clásico para Miguel Ángel. El guiso se presenta ora con un garbanzo con callos, ora con cualquier legumbre que merezca ser templada y cargada la suerte. Poco a poco la delicadeza y el sabor se van armonizando antes de los fogonazos de la mar o de la tierra. A destacar una especial devoción para la caza de estos tiempos otoñales. La que corre como una carrillada de jabalí o el venado en este fogón de recoletas historias que se comentan sin alzar nunca la voz.

Los camareros que durante ya esta larga década están aprendiendo el oficio, porque es casa de acogida para todos los que aman la hostelería, tienen esa bonhomía que solo se estila en esta ciudad. Aquí nadie da coba, porque La Catapa es auténtico espejo del savoir faire gatuno. Buscamos como en este lugar de promisión has excelencias de la memoria que destilan las Españas.

Y si había que poner un botón de ancla a esta nave de felicidad, la llegada de Nico al frente de la bodega y demás inquisiciones enológicas es punto y aparte. Con esa sabiduría de las muchas pieles que lleva en su alma, este sumiller legionario va recuperando la gallardía madrileña de la barra y la mesa con la botella abanderada.

¡Viva la vida!, porque en nuestro corazón de paseante tabernario hay un hueco con este blasón catapero.

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Flor de alcachofa y mejillón

Un escabeche y la verdura, un matrimonio bueno para los gatos que se cuidan y pretenden el sabor perdido. La flor de la alcachofa y el mejillón de barra son dos pedazos de la felicidad inconfundible de La Catapa.