Tabernarios

Divorcio y orgía en La Cañería

Las anchoas y los boquerones se llevan la palma. De beber, cañas bien tiradas y reposadas

Taberna La Cañería
Taberna La CañeríaEnrique CidonchaLa Razón

El espacio, pequeño y acogedor, nos recuerda a las tabernas de antaño, eso sí, pasado por la túrmix del siglo XXI. Tras la barra, encontramos a José Fernández, siempre ajetreado y con esa sonrisa en la boca que los clientes agradecemos. Porque, hemos de decir, en nuestro periplo por los bares y tabernas de la capital, con cuántas personas nos topamos detrás de una barra sin ganas ni ilusión de sacar adelante un negocio hostelero. En casa de José eso no ocurre. Inauguró la primera sede en 1992 una vez horneada la idea tras años al frente de la mítica La Dolores, que, por ciento, tanto nos gusta. Nos cuenta que optó por el nombre de La Cañería en homenaje a una taberna de Quevedo, que le encantaba y, además, por eso de poner buenas cañas, que es lo suyo. Compruébenlo. Bien lo saben quienes hacen parada obligada antes de correr hacia el tren, ya que la estación de Aravaca se encuentra a pocos metros, y los parroquianos que, incluso, acuden a por el primer chute de energía del día. El café está rico y, si quiere lo puede acompañar de churros y porras, pero nosotros, que no solemos faltar en esa franja horaria, optamos por una señora tostada con aceite de oliva virgen extra y tomate del de verdad, nada de sucedáneos ni salsas mal logradas que, a veces, te sirven por ahí. Nada más entrar, tras la barra informal, José recibe al comensal.

Detrás, una muestra de su colección de latas y botellas de cerveza. A la izquierda, varias mesas bajas, pero si el tiempo acompaña, lo mejor es acomodarse en la terraza. Pero vayamos por partes, porque en este establecimiento hay lío del bueno a la hora del aperitivo. Para picar, una pizarra anuncia algo de marisco y en una de tantas visitas desfilaban cigalas, gambas y nécoras. A su lado, un largo listado de platillos, de los que es posible pedir en media ración o en entera. La especialidad son las anchoas, sobadas a mano, y los boquerones, así que ya saben, son grandes manjares para armonizar con un vermut reserva primero y continuar con unas cañas tan bien tiradas y reposadas.

El matrimonio también se lleva la palma (anchoas, boquerones, patatas y aceitunas) por ser esa tapa tan madrileña típica de toda barra cañí, lo mismo que el divorcio, formado por unas anchoas y unos mejillones, «que no casan nada bien», nos advierte el tabernero, y la orgía, que incluye boquerones, anchoas, aceitunas y patatas, máximo placer gastronómico. Tampoco faltan las buenas chacinas (jamón, lomo, chorizo y salchichón ibérico, una maravillosa cecina de León como también lo es el queso manchego). A pie de barra, las gildas resultan un antojo para cualquiera y llaman la atención unos tomates, buenos de sabor, protagonistas de una ensalada con ventresca, que siempre sienta bien. Gusta la de perdiz y la de bonito, que puede anteceder a una pulguita (bonito, jamón de pato…) o a un surtido de canapés. José los hace de anchoas con tomate, de emperador, de salmón, de cabrales, con mojama… La elección es suya. Y, como nos encontramos en la típica taberna madrileña, las conservas ocupan un lugar destacado de la propuesta. ¡Cómo nos gustan los mejillones en escabeche! Y, ya lo hemos repetido en numerosas ocasiones, si es con patatas fritas, mejor. Los berberechos, las navajas y los chipirones completan la oferta tan demandada por una legión de clientes habituales, que no fallan y son los responsables de que en esta casa se respire tal ambientazo que cueste abandonarla. Y, en cuanto a los tragos, hay vinos por copas, claro, sobre todo crianzas y riojas, así que nos decantamos por un Buró, un cien por cien tempranillo, de la Ribera del Duero.

Taberna La Cañería
Taberna La CañeríaEnrique CidonchaLa Razón

Qué pedir: salazones

Boquerones, anchoas, gildas… Son bocados imprescindibles para todo aperitivo cañí que se precie. No hay tabernero que prescinda de ellos, porque somos una legión de comensales que nos consideramos adictos a ellos por lo bien que armonizan con un vermut. Amor de barra.