Opinión

El asesinato de César

El líder del Partido Popular, Pablo Casado en su ultima comparecencia en el Congreso de los Diputados como presidente del PP y líder de la oposición
El líder del Partido Popular, Pablo Casado en su ultima comparecencia en el Congreso de los Diputados como presidente del PP y líder de la oposiciónAlberto R. RoldánLa Razón

La política se ha convertido en otro reality show. El reportero bisoño siempre ha iniciado su andadura en los medios con el sueño/anhelo de dar con una garganta profunda que le descubra los muertos que hay debajo de las alfombras y los secretos que todavía ocultan los tiros de Tejero. Pero ese periodismo de confesiones ha quedado obsoleto, como las viejas máquinas de escribir, que más que objetos ya son una nostalgia.

El PP nos ha enseñado que no son necesarios chivos expiatorios para conocer lo que sucede en un partido porque hoy los trapos sucios se desvelan en un minué de ruedas de prensa, filtraciones y declaraciones públicas. Los populares han representado estos días un espectáculo de traiciones, conjeturas de espionaje, contratos carentes de ética, deslealtades desnudas, cobardías sin paliativos, encogimientos de hombros y crueldades poco edificantes que deslucirá para siempre el porte intelectual y humano de estos políticos.

El país ha asistido al asesinato de Julio César en directo y lo cierto es que el éxito en la platea ha sido incuestionable. Si el PP recabara en las urnas la misma atención que suelen tener sus tramas, ya estaría en La Moncloa. Ahora, cuando se encienda la televisión y aparezcan los protagonistas de estas jornadas, al espectador le resultará casi imposible no preguntarse por la cuchillada que asestaron y su profundidad.

La diferencia con la tragedia de Shakespeare es que Pablo Casado no contaba a su lado con ningún Marco Antonio dispuesto a glosar su vida delante del cadáver. Lo que ha quedado es un aplauso apremiante poseído por el cínico temblor que confiere la hipocresía. La cosa política ha devenido en esto, en decapitar a un fulano dándole palmaditas en la espalda en su camino hacia el cadalso.

Aparte de sus errores y aciertos, es posible que hoy no exista ningún otro hombre en mejores condiciones que Pablo Casado para reclamar para él la frase: “¿Tú también, hijo mío?”.