El Madrid de
«Creo en la templanza, el diálogo y en los zapatos del otro»
José Manuel García-Margallo: De San Sebastián a Madrid y una larga trayectoria que entiende la política desde la moderación y el centrismo
Los vecinos le saludan con estima y se detienen a conversar con él. Y eso es lo que lo diferencia del resto: el quórum lo respeta, independientemente de colores políticos. José Manuel García-Margallo, que viene de una familia que le enseñó el amor a España, no baja la guardia en lo que siempre ha sido su dedicación: el futuro de este país. El entrevistado es fiel a «Casablanca» como la película de la que nunca se cansa; «La fiesta del Chivo» es el libro que más le impactó; «Libertad sin ira» de Jarcha le saca una sonrisa; Adolfo Suárez es su referente y Rubalcaba, un político a quien respetó.
Con una infancia muy movida –que quizá era una proyección de lo que vendría a posteriori–, es cómo Margallo recuerda sus primeros años. Vivió en Murcia y San Sebastián. Realizó sus estudios en la Universidad de Deusto y obtuvo éxito en las oposiciones como inspector financiero y tributario. Fue asignado a Castellón y Teruel, antes de regresar a Guipúzcoa. Durante ese periodo, experimentó los difíciles años del proceso de Burgos y la fundación de ETA. En Estados Unidos completó su formación hasta regresar a España para iniciar su actividad política incorporándose en el Ministerio de Hacienda. «Siempre tuve claro que a mí lo que me motivaba era la política y aquí sigo», explica.
La política sin dogmatismos
«Los que perdisteis la libertad para conservar la tierra, y los que perdimos la tierra para conservar la libertad, ahora tenemos que buscar un camino que nos lleve a todos a la tierra y a la libertad». Estas palabras de Salvador de Madariaga impresionaron y determinaron su compromiso político, probablemente por ser hijo de la Transición. De hecho, Margallo está convencido de que, si se aplicaran las lecciones de entonces, mejor nos iría ahora: «La Transición fue posible porque hubo una conciliación nacional, que es exactamente lo contrario de lo que se quiere hacer en la actualidad para resucitar la imagen de las dos Españas». Y añade: «Con visiones distintas de la vida, ideas distintas de España, pero compartíamos lo que Cánovas llamaba las verdades madre, como la unidad de España, identidad territorial, estado de derecho, separación de poderes, economía social de mercado, europeísmo y multilateralismo», destaca el exministro.
Y la solución, según Margallo, no pasa por otro camino que no sea un gran acuerdo nacional: «¿Alguien cree que se puede resolver el problema de las pensiones sin un pacto común? ¿Alguien cree que se puede solucionar el tema de la financiación autonómica sin acuerdo nacional? ¿Alguien cree que se puede reformar la administración nacional para ahorrar dinero público sin unidad?», cuestiona retóricamente.
La trayectoria de Margallo no caduca ni jubila. En Bruselas, en programas de televisión o radio, y libros está presente. Algo que «es complicado, pero, aunque parezca mentira tengo pasión por mi país», apela. «Sin insultos, injurias o descalificaciones y proposiciones siempre», es lo que siempre ha querido que rijan sus discursos, siguiendo ese «estilo nuevo de hacer política» al que aludía Suárez. Y esto no se hace de otra forma que no sea leyendo y escuchando, sobre todo a aquellos que piensan distinto: «Creo en la templanza, el diálogo y en los zapatos del otro. Hay que entender que existen otras visiones y no imponer, ni siquiera, las cosas que tengas por seguro si crees que es difícil que la sociedad las acepte». Por ello, en el despacho de su casa, presidido por su bisabuelo el general Juan García-Margallo, el político no esconde una gran estantería de libros de la historia de Cataluña o una repisa de escritos de Pablo Iglesias. También fue quien puso de costumbre reunirse con todos los ministros de Exteriores de la democracia, de todos los partidos. «Aprendí muchísimo, yo jamás he preguntado a un embajador lo que ha votado, solo quiero buenos profesionales que amen a España».
La ciudad del emprendimiento
«Es un tópico, pero es verdad: Madrid es una ciudad abierta. A nadie se le pregunta de dónde viene ni te sientes discriminado. Además de ser muy liberal, que acepta costumbres, opiniones y orígenes. Se alaba al empresario y al emprendimiento, se respira», declara. El Madrid de los Austrias o el Retiro son los lugares donde Margallo encuentra refugio. Para comer busca una cocina de decoración nada sofisticada, pero de producto: si quiere carne se va a Julián de Tolosa; los callos en San Mamés; y el cocido en La Daniela. «Madrid es una de las mejores ciudades del mundo», concluye.
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