La historia final

De cuando Barcelona fue Corte Real (siglos XV al XVIII) I

Las visitar reales fueron acontecimientos que sus protagonistas vivieron intensamente

Barcelona. Planos de población en el siglo XVIII
Barcelona. Planos de población en el siglo XVIIIBiblioteca del Instituto Geográfico Nacional

Circula con profusión una obra de capital importancia, Barcelona, corte. Las visitas reales en la Edad Moderna, publicado por la Universidad de Barcelona, cuya autora es la Catedrática emérita María de los Ángeles Pérez Samper. La autora es una mujer de carácter y bonancible, según se haya de ser. Enarbola, como hiciera su admirado Cervantes (al que dedicó una biografía) la bandera de la libertad, de la libertad de pensamiento en tiempos recios y en lugares agrestes.

La obra es seria y rigurosa, como la autora, porque a quienes hemos leído con admiración y recato sus muchos libros, o quienes nos hemos deleitado escuchándola en conferencias o congresos, hemos sabido de ella y sus pasiones: su pasión por España, hecha también por Cataluña; su pasión por el buen comer (y sus golosos estudios de historia de la alimentación); su pasión por Cervantes; su pasión por las reinas de España o su pasión por el estudio de la Monarquía próxima a los barceloneses, de los que ella es parte.

Su primer libro fue publicado hace un tiempo y era, si no estoy equivocado, sobre la visita real por Carlos IV a Barcelona en 1802. Llevaba por título Barcelona, corte. Ahora, ella vuelve a usar en un homenaje narrativo a toda su vida científica el mismo título, Barcelona, corte; pero variando el subtítulo. Porque si aquella joven podía dedicar sus primeros pasos a una visita real, ahora, la audaz y madura historiadora se permite el lujo de estudiar todas y cada una de las estancias de todos y cada uno de los reyes de España en Barcelona. Así es que estamos ante más de medio millar de exhaustivas páginas divididas en nueve capítulos. En el primero usa un juego de palabras, «presencia de rey ausente», para adentrarnos en las formas de sentir la Monarquía sin que esté el rey. O el sufrimiento del Principado si les faltaba el rey porque el rey era la cabeza del reino, tanto como que el reino era el cuerpo del Príncipe. Tan es así que los catalanes llegaron a comparar a Fernando el Católico con Cristo el Mesías Salvador, salvador de una Cataluña depauperada en los agitados años finales del siglo XV.

Los males que se pudieran derivar de las ausencias temporales o aún más largas, se solucionaron institucionalmente con el nombramiento de virreyes, considerados como alter ego del propio rey, o con las muy cuidadas y agradecidas visitas reales. La soberanía la detentaba el rey, por supuesto; el virrey aunque alter ego, no era más que la delegación de la representación del rey. Aunque no era poco.

Los vi-reyes, o viso-reyes, e incluso para unos terceros, los vice-reyes se expandieron por la Corona de Aragón y tanto es lo que fundieron Isabel y Fernando que la Corona de Castilla adoptó la idea y la fórmula y proliferaron los virreyes y los virreinatos allá a donde no podía estar, o no residía, el rey. Castilla imitó a la Corona de Aragón. ¡Sin estridencias, con naturalidad! Pero a veces, sorprendentemente muchas veces, los reyes visitaron Barcelona o el Principado. Concluye nuestra autora, «las visitas reales a Barcelona fueron acontecimientos que sus protagonistas vivieron intensamente […] Merecen permanecer también en la historia de España y de Barcelona» (p. 43). El segundo capítulo está dedicado a aquella Barcelona que fue corte de Fernando e Isabel, dentro del programa político tan audaz de la constitución de una «monarquía española». Fernando estuvo en 1479, al poco de morir Juan II, su padre. Él se enteró del luctuoso suceso en Castilla. Y llamado por sus súbditos catalanes, allá que se dirigió. Entre manifestaciones de soberanía, acatamiento, fiestas, solemnidades y regocijos, se disfrutó de aquellos días de la visita real, «días inolvidables». Incluso se le regalaron un tigre y un elefante. Estuvo un mes.

Más decepcionante fue la visita de 1480-1481, cuando se encontró que las Cortes eran reacias a responderle con la generosidad que él esperaba de ellas. Se marchó a celebrar Cortes a Zaragoza y volvió a Barcelona, donde se reunión con Isabel. Entre otras cosas, juraron a don Juan como príncipe heredero. Terminada la visita real, se fueron a Valencia. La gravedad de los asuntos de Castilla les retuvo allí hasta que, al fin volvió la familia real a Barcelona en 1492. Ahora eran los reyes victoriosos. El recibimiento en Barcelona, las negociaciones políticas con los naturales, pero también con Francia y la fusión entre súbditos y monarquía fue intensísima, hasta que un desequilibrado atentó en el Tinell contra Fernando dándole de cuchilladas que casi le costaron la vida. Los actos de reparación fueron innumerables. Además, durante esta visita tuvo lugar la famosísima entrevista entre Colón y los reyes en abril de 1493. Así se cerraba el siglo XV y se abría el inmenso siglo XVI, con las visitas de Carlos I en 1519, que duró casi un año. Allí, en Barcelona recibió la noticia de la muerte de su abuelo Maximiliano y en Barcelona se celebraron las exequias por él. Pero también se celebró un capítulo de la Orden del Toisón y durante esa visita, el 6 de julio, recibió la noticia de su elección imperial. Y a más, más: allí recibió también la noticia de la conquista de Méjico.

Una visita nueva tuvo lugar en 1529, camino de la coronación imperial en Bolonia (1530). Había habido unas broncas Cortes porque «los asuntos catalanes no eran fáciles de gestionar. Más favorable fue la evolución de la política exterior» (p. 114). A la vuelta de aquel glorioso viaje de la coronación imperial, Carlos V entró por Barcelona y allí le esperaban su esposa y sus dos hijos, Felipe y María. Y allí, en Barcelona cayó gravemente enferma la Emperatriz, mientras su esposo había salido a celebrar Cortes en Monzón. Poco después, en 1535 Carlos V volvió a Barcelona para embarcarse hacia Túnez. La aristocracia cristiana lo hizo en Barcelona, el resto de los ejércitos, desde Málaga. Y otra vez más en 1538 con ocasión de la paz de Niza con Francisco I, o en 1542 para jurar heredero a don Felipe y en 1543 camino del Imperio, que fue cuando redactó esas espléndidas «Instrucciones de Palamós», normas para el comportamiento de su hijo y recomendaciones de buen gobierno. Once veces estuvo Carlos V en el Principado, «en pocas ciudades de su gran imperio vivió tanto tiempo el emperador como en la Ciudad Condal» (p. 160). En «Barcelona, corte de España, corte del mundo» (pp. 169-223) describe las seis visitas de Felipe II, cuatro como príncipe y dos como rey, así como las de don Juan de Austria en 1565 y 1571, la de su hermanas María y su sobrina Margarita en 1582 (a la vuelta del Imperio) y cierra el capítulo con la meticulosa descripción del viaje de Felipe II en 1585, en compañía de sus hijos, viaje que, además del carácter político ordinario que tenían estas «jornadas», en esta ocasión tenía como centro de atención despedirse de su hija Catalina Micaela que zarpaba camino de Génova y de ahí a Turín.

(Continuará)