Historia

Duelos y quebrantos (I)

Una de las más grandes diferencias entre nuestro mundo y el que hemos perdido es que aquel pensaba «en» rural, mientras que este piensa «en» urbano

Imagen campestre del Civitates Orbis Terrarum
Imagen campestre del Civitates Orbis TerrarumLa Razón

Llevamos años ya oyendo sin parar que el campo se muere. Ante tal situación, las respuestas han sido múltiples, proactivas que dirían los cursis y de mirar para otro lado que dirían los castizos.

Unos han avisado con neologismos, o giros de éxito, de que existe una «España vaciada» (Sergio del Molino, 2016; España vaciada.org, por citar solo un par de ejemplos) con sus orígenes históricos, pero también con sus remedios. Otros, no saben qué hacer, salvo arremeter contra Madrid, como si fuera Demiurgo que todo lo crea, incluso la imperfección de la riqueza. Pero «Madrid» no es un ente único u homogéneo, sino una inmensa mancha demográfica de 6.859.914 habitantes (INE, 2023), en donde solo la Villa de Madrid tiene 3.280.782 (INE, 2022). La provincia de Segovia tiene 155.000 habitantes y Castilla y León poco más de 2.300.000. Ni Suiza, ni Austria, llegan -cada uno de esos dos países- llegan a los nueve millones, Suecia tiene poco más de diez millones, Dinamarca y Noruega alrededor de los cinco millones y medio y así sucesivamente.

Madrid, lejos de ser un Demiurgo-parásito es la comunidad autónoma con el PIB más alto de toda España; es decir, es la que más produce y, obviamente, la que consume más recursos de todos los sectores.

A su vez, es la que más riqueza exporta o expulsa a las áreas de su alrededor, sobre todo en el sector terciario.

Algo se habrá hecho bien en Madrid y mucho se habrá hecho mal, o menos bien, en otras partes. Por ejemplo, cerrarse a esa realidad que es la potencia de consumo y de generación de riqueza que tiene Madrid. En vez de despreciarnos, más les valdría aprender de los que, en segunda generación, vuelven a sus pueblos de origen y no para comerse una tortilla en un pinar el domingo, sino que mantienen casas y cuanto va aparejado a la vivienda, además de comprar en las escasas tiendas rurales, o en los bares de los pueblos. Pagan el IBI y los IVAs. En fin, seguir explicando esto, no tiene fin.

Muchos son los que añoran volverse a vivir a los pueblos, a sus «locus amenus», que ya lo cantara Horacio en el siglo I antes de Cristo y seguimos con lo mismo. Pero para volverse a los pueblos a vivir, y sobre todo a criar a los hijos, se necesitan maestros y colegios de calidad, asistencia sanitaria, comunicaciones por carretera y ya también por satélite, sin olvidarnos de que sería bueno que en todos los pueblos de España hubiera agua potable (los sorprendentes datos oficiales en «Calidad del agua de consumo en España, 2020» del Ministerio de Sanidad).

Los hay que, además, auguran ampulosamente (y tal vez vayan a tener razón), que la población mundial cada vez va a ser más urbana y menos rural. No les falta razón, sobre todo si hablamos de términos globales. El fenómeno es, desde luego, atractivo, porque una de las más grandes diferencias que existen entre este nuestro mundo y el mundo que hemos perdido es, precisamente, que aquel pensaba «en» rural, mientras que este piensa «en» urbano. Ese monumental cambio de mentalidades, que afecta a todo, arrastra consigo enormes carencias. ¡Niños, que los muslos de pollo no se fabrican así, ni se empaquetan así al producirlos; que los pollos no son crías de los pavos; que varios tableros unidos y con piedrecitas no son una mesa de café, sino un trillo con un mundo cultural a su alrededor (se llama etnografía) y que las estadísticas de concepción hasta el siglo XX, respondían a ciclos religiosos y agrarios (que no había televisión, ni calefacción), mientras que las actuales son más planas porque se entra más o menos igual, todos los meses del año…, al menos en el mundo urbano! Ahora bien, otrora hubo malos momentos en el campo, como los hay ahora para los campesinos de la Unión Europea –(Germania fecit), que por cierto, los nacionales nos dieron de comer ¡y tanto!, durante la pandemia. Detrás de un alimento, hay trabajo, gentes, técnica y todo lo demás. También dignidad del que trabaja, que se siente útil para sí y para su comunidad.

Crisis agrarias que a los que nos hemos dedicado a investigar en los archivos sobre lo acaecido antes de la Revolución Industrial, o la Segunda Guerra Mundial, no dejan de sorprendernos. ¡Qué barbaridad, el hambre que se ha pasado, aun a pesar de existir los cereales que han sido los primeros grandes salvadores de la Humanidad (trigo, arroz y maíz)…, y después el cloro (y se acabó el cólera)!

(Continuará)

*Alfredo Alvar Ezquerra es profesor de Investigación del CSIC