La historia final

Duelos y quebrantos (II)

También antaño imponían cinturones sanitarios, de dudosa efectividad, entre otras cosas porque los levantaban antes de tiempo, al menor atisbo de mejoría

Civitates orbis terrarum
Civitates orbis terrarumCivitates orbis terrarum

Uno de los modelos más manidos entre historiadores de crisis agrarias fue la de finales del siglo XVI y principios del siglo XVII. El cóctel fue completo. Tanto como el de la COVID19, con ciertas variantes. La primera es que entonces ni se creían inmortales, ni superiores a la Naturaleza. A principios del siglo XXI, sí. En otros términos menos antropológicos la sucesión de acontecimientos fue «de manual»: alrededor de 1594 hubo una serie de malas cosechas, por lo que se habló del año de la «gran necesidad», que degeneraron en hambrunas rurales, emigración del campo a las ciudades (en especial a Madrid), drenaje de recursos excedentes hacia obras de caridad y, en último término la reaparición de la peste (que siempre estaba latente) con una virulencia inusitada y que entre 1596 y 1602 se llevó por delante al 15 por ciento de la población de Castilla. Mutatis mutandis hemos vivido todos y cada uno de esos acontecimientos, pero empeorados por la imparable realidad de la globalización y del gran tráfico de personas: en Europa, movimientos migratorios del sur africano al norte europeo; enormes cantidades de dinero destinadas a paliar la pobreza, dinero que muchas ONGs gastan en la financiación de sus propias infraestructuras laborales o de bienes fungibles o inventariables, y los Estados se lo quedan en sus elites dirigentes, muchas veces formadas en universidades de Occidente; al fin llegó la peste y se actuó como antaño, aislando a las poblaciones con sus cinturones sanitarios y todo lo demás que vivimos. También antaño imponían cinturones sanitarios, de dudosa efectividad, entre otras cosas porque los levantaban antes de tiempo, al menor atisbo de mejoría, para que dejara n de verse afectados los abastos y los impuestos aparejados. Como no tenían vacunas, morían como chinches, o según la eficacia del virus. Al menos tenían rezos y plegarias. Nosotros vivimos un tiempo sin rezos, plegarias, ni vacunas. No me entretengo más en todo esto.

Ser historiador me sirvió para arrostrar psicológicamente el desbarajuste. Apasionante haber vivido una peste en persona y en sociedad.

El caso es que aquella crisis de finales del XVI dejó dañado el mundo rural. Y Lerma, con Felipe III a su lado, no permanecieron impávidos. Al contrario, se tomaron muchas medidas para apoyar al campesinado. Conocemos ese tiempo como el del «agrarismo». Se actuó en beneficio del campo. Desde la promulgación de leyes hasta la canonización de labradores, como San Isidro. ¡Eso sí que es apoyar al campo; haciendo santos!

Efectivamente, voy a repasar ahora las leyes reales más importantes que se dictaron en aquellos años en defensa de la labranza.

En medio del ambiente agrarista que empezaba a crearse y que llegaría a su cénit unos años después –como acabo de decir–, ya en 1590 se había promulgado una Pragmática en que se permite a los labradores y otras cualesquier personas que labraren, puedan vender en pan cocido todo el pan en grano que cogieren y les sobrare, proveída su casa, registrándolo ante la justicia y poniéndoles el precio a como lo hubieren de vender. Es decir que para estimular al campesino se le permitía cocer la harina para hacer pan. Así, también, se incrementaba el abasto a las ciudades. Frente a la inelasticidad de los reglamentos de cocción de pan, la elasticidad de su liberalización gracias al incremento de la producción libre. Es decir, liberalismo puro, liberalización de las producciones para paliar la falta de abastecimiento (Madrid, 15-I-1590; pregonada 17-I-1590).

(Continuará)