Negocios centenarios

Malacatín: el bastión del cocido madrileño en La Latina

Esta taberna abrió en 1895 como casa de vinos, y hoy es todo un exponente de la cocina tradicional en la capital

Taberna Malacatin
Taberna Malacatin. David JarDavid JarFotógrafos

Malacatín habla de muchas cosas. Habla de tradición, de gastronomía, de historia... E, incluso, del sentido del humor de una ciudad que empezaba a crecer de la mano de personas que dejaron atrás sus orígenes por la promesa de una vida próspera en la capital. Una de estas personas fue Julián Díaz, quien llegó a Madrid desde Horcajo de Santiago (Cuenca). Una vez aquí, comenzó a trabajar como chico de los recados en un pequeño negocio de bebidas de unos conocidos. Esto le serviría como experiencia para, apenas dos años después, en 1895, lanzarse a la aventura empresarial y abrir en el número 5 de la calle de la Ruda, en lo que entonces era un encierro sin agua ni luz de gas, una pequeña tienda de vinos, a la que pronto empezaron a acudir asiduamente los vecinos y comerciantes de la zona.

«Seguimos en el mismo local desde entonces, y, en más de 120 años, no hemos cerrado nada más que durante el Covid. Durante la Guerra Civil no se cerró, y, de hecho, era un lugar de intercambio de comida». Habla José Alberto Rodríguez, biznieto de Julián y cuarta generación de la familia que se encarga de la taberna. Y es que, al poco tiempo de abrir su tienda, Julián conoció a María, con la que tuvo 12 hijos, de los cuales diez fueron niñas. Así, la tienda pronto fue olvidando su nombre, «Vinos Díaz», para empezar a conocerse por su primer apelativo cariñoso entre los vecinos, «las chicas». Hoy, en una de las paredes del lugar, se conserva aún una foto de la familia, rodeada por autógrafos de infinidad de celebridades que han pasado por el lugar y de objetos taurinos.

Sin embargo, la verdadera leyenda de este lugar comenzó con un mendigo que, con su guitarra y en busca de la caridad de los vecinos, que le daban asiduamente una moneda o alguna copa de vino, tocaba una melodía que acompañaba con un canturreo que decía «Tin, tin, tin, Malacatín tin,tin,tin». El hombre conseguía así la simpatía de la familia y de los clientes, que pronto empezaron a conocer la taberna como la de «Julián el de Malacatín».

Los años pasaron y Florita, la menor de las hijas, se casó con un leonés, Isidro. Fue ella quien recogió así el testigo de sus padres y, junto a Isidro, registró el negocio en los años 50 con el nombre de Malacatín, en homenaje a aquel hombre que, con su simpatía, había logrado cambiar el nombre del lugar. Fue también Florita la que introdujo la cocina en el lugar, haciendo del cocido madrileño el buque insignia de la taberna y llevandola a un éxito que ha continuado hasta hoy en día, de la mano de su hija Conchi, primero, y de José Alberto después.

«Creo que el secreto para seguir en esto es que te guste», dice José Alberto. Y es que, si no, «no se aguantan todas las horas que hay que echarle». Que son muchas. De hecho, abren todos los días y ahora mismo está prácticamente todo reservado hasta final de año. «También es importante saber mantener lo que haces co una continuidad. La gente viene aquí sabiendo lo que se va a encontrar. Un buen cocido, buenos platos de cuchara, carne... No es un lugar de innovación sino de cuidado de lo tradicional», explica, matizando que esto no quiere decir que no se hayan adaptado en las cosas importantes, como es el caso de las opciones en caso de intolerancias o dietas vegetarianas.

«También hay un elemento emocional, y es que la gente viene buscando lo que ya conocen», continúa. «Hemos tenido clientes que se casaron y celebraron aquí su boda, y ahora vienen a celebrar sus bodas de plata buscando, precisamente, revivir ese momento especial», señala. «Hace poco un chico le pidió matrimonio a su novia aquí, comiéndose un cocido, y claro, todo el restaurante aplaudió. Pues seguramente dentro de un tiempo vuelvan para revivir ese día y comerse ese mismo cocido». De esta manera, en un barrio cada vez más turístico, en pleno centro de Madrid, Malacatín continúa siendo el bastión de la tradición. «Somos muy conocidos, pero 95% de nuestra clientela continúa siendo local. Y hay mucha gente que viene porque lo hacía con su abuela, y ahora lo hacen con sus hijos», afirma José Alberto. Son familias que se han visto crecer... alrededor, siempre, del mismo cocido.