Cargando...

Incendio de Tres Cantos

La noche de los desalojados en el incendio de Tres Cantos: «Mi abuelo se resistía a dejar su casa»

Los vecinos vivieron una jornada inédita: algunos durmieron en polideportivos habilitados y otros optaron por casas de familiares o amigos

Una persona se arropa en la madrugada del lunes en el espacio Enrique Más, habilitado para desalojados tras el incendio de Tres Cantos del 11 de agosto. ZIPIEFE

Federico, de 92 años, y Antonia, de 91, se encontraban la tarde del lunes en su casa de Soto de Viñuelas, a la que llegaron cuando casi todavía ni se habían construido viviendas en la urbanización tricantina hace más de 30 años. Daniel Alcántara, de 30 años, nieto de Federico y Antonio, estaba trabajando en el gimnasio que acabar de montar cerca de los laboratorios Normon. «Sobre las 19:30, vi las nubes negras. Y un poco más tarde se empezó a ver en las lomas de detrás de la Normon el fuego. Llamé a mis abuelos corriendo y les dije que tuvieran cuidado. Al principio parecía que no iba a ser mucho porque llegaron los bomberos rápido», cuenta Alcántara.

Solo unas 100 personas durmieron en los dos polideportivos habilitados, una cifra muy baja si se considera que en la urbanización viven unos 2.000 vecinos. Incluso contando con que muchos estuvieran de vacaciones, la mayoría optó por alojarse en hoteles o en casas de familiares y amigos. Pero en cualquier de las opciones, las horas se hicieron más largas de lo esperado.

«A la media hora los llamé», prosigue Alcántara, «y me contaron que veían el fuego desde casa, así que les dije que vinieran al gimnasio. Pero mi abuelo no quería. Tiene 92 años, es su casa, su capricho, es su orgullo. Se resistía a abandonar la casa. Me tuve que ir a por ellos. Pero allí, también se resistía. La Guardia Civil ya estaba desalojando a la gente. Discutí con él para llevármelo, y en ese momento ya me asusté: ya veía las llamas cerca de casa, y habían cortado el acceso hasta llegar al King’s College (el colegio privado)».

Alcántara tuvo que meterlos en el coche, a la vez que «discutía» con ellos. «Cuando daba marcha atrás para salir de Soto de Viñuelas, ya se veía una columna de fuego por detrás del colegio. Eso sería sobre las 21 de la noche, que no estaba tan descontrolado como después».

Así que se los llevó al Carrefour, un sitio cerrado y fresquito, para que no estuvieran respirando aire sucio. «Mi abuelo pensaba que se tendría que haber quedado en casa. Yo pensando que había pasado dos horas y lo único que veías era el cielo naranja fluorescente que parecía que ardía todo Tres Cantos. Parecía que Soto estaba entero en llamas. Ellos estaban muy preocupados», relata.

Alcántara intentaba sacar temas de conversación, pero dice que se le venían las imágenes. «Yo daba por perdida la casa. Pero no podía decirles eso.».

Fueron al espacio Enrique Mas a por información, pero no la encontraron. Y cuenta que se escapó y pudo entrar en Soto sobre las dos de la mañana. Alcántara también vive allí. «Vi que mi casa estaba bien, y que los perros estaban bien, porque no me dejaron llevármelos. Vi que las dos casas estaban intactas. Pero mi abuelo se tranquilizó muchísimo», cuenta. Ya esta mañana, sobre las 12, cuando dejaron volver a entrar en la urbanización, pudieron ver que las llamas no habían tocado sus viviendas, aunque se quedaron justo en el límite de una calle.

Distinto fue el caso de Ramón Ibáñez y María del Mar Vaquero. Estaban en Madrid y quien los avisó de que había un incendio en Tres Cantos, que se había enterado por redes sociales y medios de comunicación, fue su hijo Guillermo. «Desde nuestra terraza se ve el monte e íbamos vigilando. En un momento veíamos llamaradas muy cerca del límite de Soto de Viñuelas. Sobre las 20:30, pasó la Guardia Civil y nos desalojó», cuenta Ibáñez por teléfono.

«Fuimos al Enrique Mas, pero estaba completamente vacío. Nos fuimos de ahí. Fuimos a otro polideportivo y no sabían. Volvimos de nuevo y ahí vimos a un operario que nos contó que recién lo estaban abriendo», cuenta Ibáñez, que dice que habló con la concejala Montserrat Teba, que se pasó toda la noche en el lugar, y le informó de que estaban comenzando a adaptar el lugar.

Para Ibáñez, hubo una desorganización por parte del Ayuntamiento «absoluta»: «Parece mentira que no tengan un protocolo de actuación. A las 23:30 llegó la comida. No había prácticamente nadie. Me monté mi propio sándwich. Los camastros llegaron a eso de las 00:30. Tal como vimos el tema, nos fuimos a un hotel», cuenta. Dice Ibáñez que llegaron a estar muy preocupados. Esa preocupación llegó hasta su hijo, que estaba de viaje y paró todos sus planes para seguir el minuto a minuto. Él se encargaba de hacer fotos de las imágenes de la alarma para comprobar si las llamas llegaban al interior de la casa, pero esas tan temidas nunca llegaron.