Arte

Entre el orden y el caos de un cambio que no cesa

Irene Arranz presenta Proyecto Gelum en la sala Galileo Galilei

Entre el orden y el caos de un cambio que no cesa
Entre el orden y el caos de un cambio que no cesaLR

El hielo tiene una particularidad. Y es que, una vez se derrite, no hay manera de que esa agua que lo formaba vuelva a tener la misma forma. Podrá parecerse, pero habrá sufrido una transformación esencial. Seguirá siendo agua, pero su estado, su forma de estar presente, será distinta.

La palabra Gelum, la misma de la que nace el término hielo, encarna todo este proceso de transformación de la materia, de las emociones. Es el proceso vital por el que todo ser humano atraviesa representado en un elemento tan aparentemente simple y que ahora la artista Irene Arranz capta en sus lienzos. La muestra, que podrá visitarse hasta el próximo 1 de octubre en la sala Galileo Galilei (Fernando el Católico, 35) es un continuo recordatorio de que lo único inmutable es el cambio.

Es, como explica la propia artista, «un poner y quitarse capas, una transformación. Un abrazo a la vulnerabilidad y una lucha contra la armadura que la confina».

Así, Gelum se concibe como un «des-» en todos los sentidos. Des-hacerse, des-cubrirse, des-equilibrarse, des-bordarse, des-colocarse, des-plazarse... Pero, además, es la representación sobre el lienzo de ese movimiento incesante, que, a su vez, es incapaz de materializarse en geometrías reconocidas. Porque está vivo. Se mueve. Cambia.

Dice la mano que mece la brocha que «nuestra propia identidad física y emocional, de pronto, registra un cambio brusco que le permite evolucionar y transformarse, conectar con nuestro yo y dejar de lado la espiral del “hacer”». De esta manera, escenarios que en un inicio parecen invariables, son en realidad sacudidas, con cambios continuos, fugaces, en acelerada y permanente transformación, muy marcada por agentes externos que inciden directamente en nosotros. Esas realidades, aparentemente estables, dejan paso a nuevas realidades insólitas: desplazamientos repentinos, límites difusos entre lo estable y lo inestable, lo incómodo y lo confortable, lo pacífico y lo conflictivo, lo conflictivo y lo paradisiaco, lo extraño y lo extrañamente natural.

La exposición que ahora ocupa la sala Galileo Galilei se divide en cuatro secciones. Y la primera de ellas no podría comenzar con una premisa más inquietante y a la vez más común a todos. Los miedos y demonios. Para ello, la autora parte de una frase de Julio Cortázar: «Solo hay un medio para matar a los monstruos: aceptarlos».

La segunda parte nace de ese hielo que se deshace: «un lugar de lugares capa sobre capas, una tras otra, proceso a proceso. La imposibilidad de volver a un espacio físico ni exactamente a la misma posición». Las roturas, las grietas y los desplazamientos conjugan la tercera sección de la exposición, poniendo ante los ojos del espectador la intriga, los escenarios en constante situación de suspense, de equilibrio inestable y lo mutable... Se maneja, así, «entre lo anhelado, lo imprevisto, el orden y el caos, el control y el azar... Todo ello en transformación continua, que no responde a patrones establecidos». La última parte, el desenlace: la constatación de que no hay escapatoria a todo esto. De que «si te resistes, te doblega, pero si te zambulles, te lleva a la otra orilla».