Historia
El otro Palacio Real de Madrid
Un recinto enorme que albergó a los Reyes Católicos, amigos de los propietarios de tan magna residencia
Madrid es Corte por voluntad de Felipe II. Hasta entonces, costumbre de Castilla, la Corte estaba donde estaba el rey. Así la cosas, en la Villa de Madrid, el Alcázar era residencia real... hasta su incendio, y a él lo sustituyó el Palacio Real que hoy conocemos obra de reconocidos arquitectos que dejaron su impronta en la obra. Desde Juvara a Sachetti, de Ventura Rodríguez al renombrado Sabatini. A este último corresponde el honor de dar los últimos «retoques» a la nueva obra para mayor felicidad de Carlos III.
El caso es que, más allá del incendiado alcázar, un suceso que tuvo lugar en la Nochebuena de 1734, a la nueva dinastía procedente de Francia no les gustaba aquella mole de los Austrias. Y se lanzaron con entusiasmo a construir la nueva residencia real, más acorde a los nuevos tiempos, aunque se les fuese un poco la mano con el tamaño, pues, entre unos y otros monarcas, levantaron 3.418 habitaciones. Ahí es nada.
Frente a ese dispendio y gasto, varios cientos de años antes, otros reyes, en este caso los denominados Católicos, gustaron de alojarse en un complejo palaciego que hoy es recuerdo. Un espacio obviamente más pequeño que el actual Palacio Real, pero igualmente grande para la época. El inmueble, que ocupaba un enorme espacio y daba fachada a la que aún hoy se conoce como plaza de la Paja, formó independiente la manzana 130 de aquel Madrid. Perteneció este lugar al noble Pedro Laso de Castilla, y después a los riquísimos duques del Infantado. Allí, a finales del siglo XV, sirvió como palacio o aposentamiento de los Reyes Católicos. Hasta el punto Isabel y Fernando reinaban y mandaban en el lugar que dispusieron la construcción de un pasadizo que desde dicho palacio comunicaba a la tribuna de la inmediata parroquia de San Andrés, convertida por entonces en Capilla Real por sus católicas majestades.
Los Reyes Católicos mantenían una excelente amistad con Don Pedro Lasso de Mendoza, hijo de Pedro de Castilla y heredero del palacio. La cosa tiene su justificación, pues Don Pedro se había posicionado al lado de Isabel la Católica en la guerra por el trono disputada con su sobrina Juana la Beltraneja. De ahí que los Reyes Católicos se alojaron en este edificio cuando acudieron a Madrid en 1477. Esta era la primera vez, y no será la última, que hacían su entrada en la Villa de Madrid tras la victoria sobre Juana.
Decíamos que aquello era Palacio Real pues en él residían hasta el punto de que aquí recibieron a su hija, la princesa Juana, y su esposo el archiduque, después Felipe I. Tras su fallecimiento, se aposentaron en ella los regentes del reino, el cardenal Cisneros y el deán de Lovayna. Una muestra de su importancia. En ella hubo de celebrarse la famosa Junta de los Grandes de Castilla. Allí el Cardenal Cisneros dio muestra de «su poder». Interpelaron aquellos al cardenal para que argumentase con qué poderes gobernaba. Aquel contestó, asomándolos a los balcones, que daban al campo, y señalando la artillería y tropas afirmó altivo: «Con estos poderes gobernaré hasta que el Príncipe venga».
Aquel edificio tenía fachadas a la calle Redondilla y a la calle de los Mancebos, y un total de 5.500 metros cuadrados. Todo para dar cobijo a más de cien habitaciones. Un edificio imponente, que fue completado en 1490 con una enorme torre. El palacio, que permaneció en pie hasta entrado el siglo XIX, se conservó hasta mediados de ese siglo, cuando empezó a hundirse. Luego fue derribado por amenazar ruina. Benito Pérez Galdós lo menta en su obra «La razón de la sinrazón». De aquel palacio, como de tantos que adornaron Madrid, solo queda su recuerdo ilustrado en dibujos y grabados. Y la imaginación.
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