Gastronomía

Ponemos nota a Lecanda, el comedor burgués de la calle Lagasca

Se trata de un local de bonito ambiente y memoria larga, en el que la importancia del fuego tiene un parangón perfecto en la selección del producto

Todo en este asador gira en torno a su excepcional parrilla
Todo en este asador gira en torno a su excepcional parrillaLRM

Cada vez hay menos sitios donde te traten como a un señor, o señora, o lo que corresponda, seamos políticamente correctos. Cada vez hay menos sitios donde el restaurante sea la excusa perfecta para ir casi a diario, según el estado de tus finanzas con todo tipo de objetivos, sea a comer como Dios manda, o cualquier otro credo, seamos políticamente correctos, a rematar un asunto pendiente o a dejarse llevar por los cortejos de cualquier naturaleza. Vamos, un comedor burgués de toda la vida con el que debutarías en las lides gastronómicas junto a tu abuelo, abuela o situaciones de todo tipo, seamos aquí también obligadamente correctos por las ocurrencias legislativas. El Gran Asador Lecanda reúne todo lo anterior casi como una declaración de principios, sin necesidad de apuntar que son muy gastronómicamente correctos.

Así, un asador que lleva tal nombre gira en torno a una excepcional parrilla. La amplísima y deslumbrante cocina con la que uno se encuentra nada más entrar a esta casa, bien vale un convite. La importancia del fuego tiene un parangón perfecto en la selección del producto. En Lecanda hay aval suficiente y a primer requerimiento de esos platos que nos hacen la boca esponjosa solo con leerlos. Como es el salpicón de bogavante gallego que se prepara a la vista, y alcanza dimensiones de una delicadeza estratosférica. También alcachofa tudelana a la parrilla con fondo ibérico, o unos clásicos piquillos rellenos de bacalao y gambas, que nos rememora una tradición que ha desaparecido de muchas cartas en favor de sus homólogos mexicanos o asiáticos. Hay también buenos cortes de jamón y lomo, un salmón deliciosamente ahumado, quesos de reconocido prestigio, y anchoas elaboradas en la casa, para que los apetitos se desaten. El micuit de pato artesano tiene nivel, la croqueta es de cachopo con leche fresca de oveja vasca; y hay dos alternativas de contundencias y sabor inconfundibles como son los huevos rotos, ora con bogavante, ora con langosta como si estuviéramos en Mahón, o un más que preciso txangurro de cangrejo real, este último podríamos calificarlo como imprescindible. No en vano, esa pieza del Mar de Barents nos transporta a un mundo gélido pero conmovedor.

De las profundidades marinas, se puede llenar los buenos manteles de este restaurante, como son las mencionadas langosta y bogavante, también al fuego purificador, almeja gallega, angula fresca o caviar de Riofrío, según el fondo de la cartera, extraordinaria kokotxa a la plancha plena de gelatina, y entre otros un besugo del Cantábrico para que nos salten las lágrimas de la infancia.

Toda la artillería marina de este restaurante impecable, no impide que en su carta esencial, e incluso diríamos que recoleta, haya un rincón cárnico de nivel. Carne gallega, pura mantequilla para el chuletón, solomillo o en tartar, junto a un impecable, cuentan, lechazo como si uno anduviera por Peñafiel. Entre las guarniciones debe de destacarse unos pimientos de Calahorra al horno, que son pura orfebrería en su elaboración y lujuriosas texturas y recuerdos de sabor. ¡Ah! y los inefables guisos de marmitako, rabo al añorado Toribio, o lengua de wagyu.

El colofón dulce posee la misma sinceridad y ajuste que lo salado, con una pantxineta de siempre, un pastel vasco de queso, y una sugestiva heladería artesana, donde resulta difícil decantarse en este paseo por estas bolas de helado desde Madagascar a Aranjuez.

El servicio igualmente clásico, agradable, atento, muy de casa, tiene también una estupenda propuesta enopática, pues aunque todavía no se han ido alojando todos los vinos que la casa merece, los sumilleres son versátiles y con vocación de búsqueda de rarezas nacionales y de fuera. Buenos cafés, infusiones, coctelería a modo, integran si cabe más el atractivo fundamental de ir a un comedor confiadamente burgués, de bonito ambiente y de memoria larga.

LAS NOTAS

Cocina: 8.5

Sala: 8.5

Bodega: 7.5

Felicidad: 8.5

Precio medio: 95 euros