La historia final

El Real Casino de Madrid, lugar óptimo para la solidaridad (y II)

Como en toda comunidad, hay divergencias en la concepción de la vida en común, en comunidad

Real Casino de Madrid
Real Casino de MadridReal Casino de Madrid

La semana anterior propuse un recorrido mental por el edificio del Casino y, aprovechando que el club nació al poco de extinguirse la Inquisición, me permití una reflexión sobre la perversión del proceso inquisitorial, basada en el secreto y los anónimos.

En el Real Casino de Madrid se vive en plenitud la intensidad de la vida. Es un lugar de tertulias, sobre toros, sobre libros, sobre empresas familiares, sobre el papel de la mujer en el siglo XXI, sobre vinos y sobre no sé cuántas cosas más.

El Real Casino de Madrid es un lugar óptimo para la solidaridad, porque al amigo o al socio que la soledad le hace mella, encuentra en sus salones, en un tresillo, o en la espectacular terraza del Torreón, lugar de charla y sosiego para las penas del alma.

Los socios del Real Casino no tienen tiempo para la vida colectiva que se desarrolla puertas adentro: desde los sótanos, con su gimnasio y su piscina cubierta hasta las clases de esgrima, bailes, billar, ajedrez, o los torneos de mus indefectiblemente ligados a los míticos cocidos, o a los más despampanantes festivales de Carnaval, o la inconmensurable fiesta de los Niños en Navidad, pasando por la de la Luna que hay que repetirla hasta tres veces, habida cuenta de la cantidad de solicitudes que se reciben para participar en ella, y en todas las demás galas que con exquisito esmero ofrecen los chefs de NH, sin olvidar la muy acendrada práctica del golf…

En definitiva, el Real Casino es una asociación cultural, deportiva y lúdica, con estrictas normas de protocolo (en su defecto, siempre se puede cruzar enfrente y tomarse una cerveza acompañado por una variedad de vulgares tipos singulares), necesitada de más y más gente joven (como le pasa a la sociedad española en general), seria y rigurosa porque serios y rigurosos en sus trabajos son los centenares de socios-profesionales que charlan, enseñan o escuchan en sus salones, sobre sus experiencias y sus vivencias.

Dicho sea de paso, que la selección que se hace para entrar en el Real Casino busca, sobre todo, la rectitud en las formas, los valores morales que permiten la convivencia en paz en un club, y el buen ánimo a la hora de disfrutar del asueto. No se inquiere sobre ideología. No hay usos censurables en la selección.

Se entrevista al candidato presentado por dos socios y luego la solicitud es aprobada por el llamado «Comité de Admisión» más la Junta Directiva. Un socio sólo puede presentar a dos aspirantes al mes. No hay manera de urdir maniobras de desembarco en el Casino semejantes a las de Normandía. No.

Como en toda comunidad, hay divergencias en la concepción de la vida en común, en comunidad. Es bueno que así sea, siempre y cuando no encierren esas divergencias, otras perversas intenciones de apropiarse del bien común por y para unos pocos, a lo cual se le llama cleptocracia.

Al hilo de lo cual, parece mentira que un club privado de tal entidad, pero con semejantes obligaciones (tributarias incluidas, que se cumplen a rajatabla) pueda tener las rentas tan saneadas.

Son tentaciones que se tienen, esas de apropiarse del bien común, pues así es la «humana conditio», pero que la mayoría sabe, en el Real Casino, ir aherrojando poco a poco, sin estridencias, o ir extirpando de su vida en sociedad.

Cuando gracias a la formación cultural e intelectual se refuerzan mecanismos de potenciación del mérito, el esfuerzo o la virtud, se está construyendo un modelo social envidiable, innovador y liberal.

Claro que hay que saberlo disfrutar, con humor.

Los versos de Machado en Campos de Castilla (CXXXI) ya no nos sirven: «Este hombre del casino provinciano/ que vio a Carancha recibir un día,/ tiene mustia la tez, el pelo cano,/ ojos velados por melancolía,/ bajo el bigote gris, labios de hastío, y una triste expresión, que no es tristeza, sino algo más y menos: el vacío/ del mundo en la oquedad de su cabeza./ Este hombre no es de ayer ni es de mañana,/ sino de nunca; de la cepa hispana/ no es el fruto maduro ni podrido, es una fruta vana/ de aquella España que pasó y no ha sido, esa que tiene hoy la cabeza cana…».

Por ello, por el honorable recuerdo a quienes se lo merecen y que nos han antecedido, vale la pena la pelea, más aún en la España actual, que tanto está sufriendo: es responsabilidad de los ciudadanos saber a quiénes se vota para evitar ulteriores lamentaciones jeremíacas, o para evitar el senequista…, «si ya te lo dije yo».