Comercios Centenarios

Santarrufina, cien años como número uno en objetos religiosos

Esta tienda fue abierta a finales del siglo XIX por don Maximiliano, un sacerdote mártir que murió fusilado en la Guerra Civil

local centenario Santarrufina en Madrid
local centenario Santarrufina en Madrid. David JarDavid JarFotógrafos

El nombre de Santarrufina nada tiene que ver con la patrona de Sevilla. Es el apellido de uno de los impulsores del que, durante el último siglo, ha sido uno de los proveedores más importantes de elementos para el culto dentro de la Iglesia católica. Pero, también, de auténtica historia viva no solo de la ciudad de Madrid y su actividad económica, sino de personas que han llegado, incluso, a ser consideradas mártir. Situados en la calle de la Paz, han sido quienes llevaron a cabo la reforma de la cripta de la catedral de La Almudena, así como los artífices de la talla de San Isidro Labrador. También se han encargado de la reforma del Templo Eucarístico de la calle Desengaño. Al frente de todo ello, una mujer, Isabel Valiente, quien no deja escapar la oportunidad de recomendar «a todos los madrileños a que se acerquen» al citado templo, «porque es maravilloso». «Hemos hecho trabajos para todo el mundo. Estados Unidos está lleno de productos nuestros», asegura Valiente. Tal es la reputación que precede a esta firma familiar, que incluso llegaron a entregar en mano un cáliz a Juan Pablo II.

Santarrufina comenzó como librería en 1887 bajo el nombre de Casa Arteaga, de la mano de Pablo Arteaga y su socio, el sacerdote don Maximiliano. Arteaga falleció en 1924, y pasó a llamarse Casa Clero. «Ya por entonces, a don Maximiliano le gustaba mucho diseñar artículos religiosos» que se vendían en la tienda. Pero, con el estallido de la Guerra Civil, el comercio cerró y don Maximiliano fue fusilado, pasando a formar parte, así, de los cientos de mártires que la Iglesia católica tuvo durante el siglo XX en España.

«El local pasó a manos de la izquierda, y, cuando acabó la guerra, lo rescataron los antiguos empleados de don Maximiliano, José Santarrufina y Francisco Hera», explica Valiente. «Paralelamente, la familia de mi marido se ha dedicado a la orfebrería religiosa durante tres generaciones. El padre de mi suegro tuvo que irse después de la Guerra Civil a Perú y a Ecuador. Siendo orfebre, allí hizo muchísimas cosas para los jesuitas y para otras congregaciones presentes en América. Cuando España empezó a ir bien, volvió. Y, cuando llegó aquí, el señor Santarrufina ya era propietario de este local. Y apostó por el trabajo de mi suegro, cuya fábrica, Artesanía Sacra Luis Molina Acedo, sigue funcionando a día de hoy», relata. De esta manera, cuando Santarrufina iba a ser vendida, la familia de Valiente compró el negocio.

«Hoy, además de la venta a particulares, nos dedicamos a servir a la Iglesia en todas sus necesidades», explica. Es, añade, un negocio «bastante estable, aunque hay puntas de mucho trabajo, como la Semana Santa y las fiestas de verano de los pueblos». En la tienda, por otro lado, la Navidad, que está próxima, pero es más tranquila, «es muy bonito de ver, porque ponemos la tienda muy bonita con unos belenes napolitanos preciosos. Tenemos también de madera, los españoles de barro, que los compran mucho los turistas... Pero nuestro fuerte es siempre la Iglesia, las restauraciones, incluso de templos». También, subraya, «hemos tenido la maravillosa suerte de ser los proveedores, por ejemplo, de la JMJ de Panamá, del Congreso Eucarístico que se va a celebrar en 2024 en Ecuador...».

Que una tienda como esta, que hace una declarada apuesta por la calidad en un mundo en el que las producciones son cada vez más rápidas y cada vez más secularizado, no deja de llamar la atención. «Procuramos que todo lo que vendemos esté hecho en la Unión Europea o en América, y que todos nuestros proveedores sean fieles a los Derechos Humanos», asegura Valiente. «Queremos que todo lo que está en la tienda esté hecho con todas las garantías de que se respeta al individuo». Eso, señala, «nos hace no mirar solo el precio, pero también nos damos cuenta de que la gente lo aprecia mucho, no solo porque son cosas que están bien hechas y que tienen una garantía, sino por los valores que hay detrás», dice, convencida de que «debemos, todos, cambiar de mentalidad y volver a las cosas duraderas». Y esto se traslada también a los comercios. «Es una pena que Madrid vaya perdiendo sus negocios centenarios. Es verdad que son difíciles de mantener y que es un reto, pero creo que habría que hacer algo por protegerlos, como en muchos centros de ciudad europeos, porque es patrimonio que se pierde».