Teatro
Teatro Sofía: La comedia regresa a la Gran Vía
Sandra Reyes y Carlos Ramos, recuperan el histórico espacio de la Chocita del Loro para convertirlo en «la casa de la comedia» en el corazón cultural de Madrid
El número 70 de la Gran Vía vuelve a encender sus luces para anunciar teatro. No una tienda de moda, ni otro local de consumo rápido, sino un escenario. El nuevo Teatro Sofía, que abrió sus puertas hace solo nueve días, es la apuesta personal y profesional de Sandra Reyes y Carlos Ramos, creadores y gestores del Teatre Muntaner de Barcelona y responsables del éxito de «Corta el Cable Rojo». Una pareja que ha decidido nadar contracorriente en una avenida donde cada año cierran salas y abren nuevos comercios. «Podríamos haber abierto una tienda de moda, que es lo que se hace en la Gran Vía, pero nosotros hemos abierto un teatro», resume Sandra a este periódico, con una mezcla de orgullo y decepción. Porque la aventura ha sido ilusionante, pero la acogida institucional, dicen, ha brillado por su ausencia: «En Barcelona tuvimos una respuesta brutal, aquí nadie se ha puesto en contacto con nosotros». La comparación, inevitable, le pesa. Allí, la apertura del Muntaner hace un año se celebró como una buena noticia colectiva, algo que beneficiaba a la ciudad. Aquí, en Madrid, sienten que cada teatro va «a su bola», que no existe un verdadero tejido cohesionado y que la reapertura de una sala en plena Gran Vía se ha recibido con un silencio incómodo. «Alguien que te diga ‘‘gracias por haber abierto un teatro’’. Eso. Algo así», lamenta.
Si su teatro de Barcelona surgió por pura necesidad –necesitaban un espacio donde «Corta el Cable Rojo» no dependiera de terceros–, el de Madrid tiene un componente emocional que hace que esta reapertura sea aún más especial. Hace 15 años, recuerda Sandra, tuvo la oportunidad de gestionar este mismo local en el Hotel Senator. Su amiga Silvina Ezpteyn le propuso el proyecto después de una reunión de networking. Ambas estaban dispuestas a lanzarse, pero el espacio acabó quedándose en manos de Fran, fundador de La Chocita del Loro. «Siempre me quedó ahí esa cosa. Mi amiga falleció hace seis años y yo siempre decía que este teatro tenía que llegar a mí algún día. Y al final pasó». Carlos lo resume así: «Era una casa que se estaba quedando vacía y había que sacarla a la luz». El local –conquistado por el paso del tiempo, las polémicas y una gestión en decadencia– había perdido el pulso. Pero seguía siendo un espacio céntrico, hermoso, cargado de historia y con un enorme potencial. Donde muchos vieron problemas, ellos vieron una oportunidad.
Una reforma contrarreloj
Aunque La Chocita cerró a finales de agosto y, en teoría, el teatro estaba listo para funcionar, la realidad fue otra. «Nos dijeron que era entrar y empezar… y no. Había muchísimo que redecorar», explica Sandra. El escenario original apenas ocupaba la mitad del espacio actual. No había boca de escena. La estructura estaba anticuada. La sala tenía un aire envejecido, rojo y dorado, que querían transformar. Durante semanas convivieron en el espacio obreros, técnicos, actores y serrín flotando en el aire durante los ensayos. «Hemos ensayado con sierras sonando de fondo. Había días que no podían cantar por la cantidad de polvo», cuentan entre risas. Más de veinte personas trabajando al mismo tiempo para llegar a tiempo a un estreno que parecía, por momentos, imposible. Pero lo lograron. «Siempre se llega. Pasa siempre. Es increíble», resume Carlos, que ha sido responsable de toda la parte digital, desde la web hasta las pantallas exteriores y la organización de la taquilla.
El Teatro Sofía no es solo un espacio renovado: es una declaración de intenciones. Sus gestores quieren un teatro que se acerque al público, que combine comedia, música, improvisación y espectáculos familiares. Un teatro vivo, flexible, que pueda acoger desde funciones propias –como la principal, «Clap»– hasta eventos, podcast, grabaciones o producciones audiovisuales. «No queremos ser únicamente un teatro de monólogos. Queremos un estilo elegante, un sitio en la Gran Vía donde puedas tomar un brunch o una copa mientras ves un espectáculo de calidad», explica Sandra. La imagen que quieren transmitir es la de una «casa de la comedia», un punto de referencia para el humor, pero con puertas abiertas a la magia, el mentalismo, el teatro infantil y la improvisación.
El primer gran espectáculo, «Clap», será la su apuesta más personal. Un show musical e improvisado que se alimenta del público y que nace de su larga experiencia con «Corta el Cable Rojo». «Quiero que sea un espectáculo que yo mismo disfrutaría viendo. Y ya lo es. Solo puede mejorar», afirma Carlos. El equipo, dice Sandra, es una de sus mayores alegrías. Han conseguido reunir a figuras como Luis Cao, con 15 años en la compañía Yllana, o a Patricia del Olmo, cantante en Priscilla. «Lo difícil es mantener a tantas estrellas juntas, pero están motivadísimos», asegura.
Una de las novedades más llamativas es la apuesta gastronómica. Gracias a la colaboración con el restaurante Pulso by Eboca, el teatro ofrecerá un sistema de «Dinner Box»: cajas con cena gourmet –bocadillo, nachos, snacks y postre– listas para consumir durante el espectáculo, con las manos y totalmente adaptadas (vegetal, sin gluten). Una idea que surgió casi por casualidad, al visitar el restaurante. «Se nos encendió la bombilla un día cenando allí. Estaba todo tan rico que dijimos: lo queremos en el teatro», recuerda Carlos.
¿Teatro?
Una de las reflexiones más repetidas por Sandra y Carlos es la barrera mental que existe sobre qué debe considerarse teatro. «¿Una obra con comedia? Sí. ¿Pero improvisación? ¿Un cómico en un escenario? Parece que ya no», critica Sandra. Y añade: «Si estás en un teatro, es teatro. Da igual el formato». Ese debate, dicen, no existe en Barcelona, donde la cultura se protege de otra manera y donde abrir un teatro es –en sí mismo– un motivo de celebración. «Aquí parece que importa más el tipo de espectáculo que el valor cultural del espacio», lamenta.
También reconocen que la competencia en plataformas de venta es feroz. «Hay muchísimo producto intentando posicionarse, explica Sandra, «pero eso es distinto a la competencia por espacios físicos. Estar en la Gran Vía te da algo que los demás no tienen: puerta abierta y venta en taquilla espontánea. Un 20% de las ventas vienen así. Es muchísimo».
Un proyecto familiar
El nombre del teatro, Sofía, no es una estrategia de marca: es un homenaje. La hija pequeña de Sandra y Carlos, de 10 años, ha dado nombre al espacio. «Sus compañeros no se lo creen. Habrá que traerlos para que lo vean», bromea Sandra. Pese al cansancio acumulado y la doble gestión con Barcelona, insisten en que han disfrutado cada paso. «No existe la palabra estrés en nuestro vocabulario. Si no, sería imposible. Y lo mejor ha sido el equipo: comunicación, técnicos, administración… están entregadísimos». Al final, lo que les guía –y se nota– no es solo la rentabilidad, sino la vocación. «Queremos dar oportunidades a gente muy buena, que trabaja de otra cosa y cree inviable subirse a un escenario. ¿Por qué no?», plantea Sandra. El teatro, dicen, tendrá que sostenerse económicamente, pero también será un laboratorio de creación.
Con la apertura del Teatro Sofía, la ciudad de Madrid recupera un espacio cultural emblemático y gana un proyecto que quiere sumar, no competir. «Cuantos más teatros haya, mejor. Somos de los que creemos que no hay exceso», defiende Sandra. El reto ahora es llenar, mantener la línea artística y crecer sin perder el espíritu que ha hecho posible esta reinvención. Y, sobre todo, demostrar que todavía es posible abrir un teatro en la Gran Vía y que el público responda.
Como dice Sandra, últimamente repitiéndose a sí misma para no perder el paso: «¿Qué es lo peor que puede pasar? Pues que no lleguen las mesas. Y no pasa nada. Siempre hay una solución. Hay que seguir adelante». Y, de momento, todo sigue adelante. Con luz, humor y un nuevo escenario dispuesto a pelear por su lugar en la avenida más famosa de Madrid.