Sección patrocinada por sección patrocinada

Medio Ambiente

Planeta amenazado

Ramón Tamames
Ramón Tamames Cristina BejaranoLa Razón

Antes de anoche, zapeando ya a hora de tranquilidad en la TV de concursos y acertijos, conecté ya no recuerdo con qué emisora, que tenía en ese momento en pantalla uno de los formidables reportajes de Richard Attenborough sobre el mundo en que vivimos. Debía ser de hace unos veinte años, de cuando todavía no se había firmado el Acuerdo de París de 2015, y todo eran problemas para tratar de entrar con fuerza en los temas del calentamiento global y del cambio climático.

Attenborough subrayaba el derrotero seguido en los últimos 50 años de invasión y expolio del patrimonio de la Naturaleza, con ocupación de tierras vírgenes para expandir una agricultura y unas ganaderías con que atender el crecimiento de la población que no cesa; al tiempo que se extienden las dietas más intensivas en carnes rojas y toda clase de otros manjares para el festín colectivo, al mismo tiempo que funciona la malnutrición e incluso el hambre.

Attenborough, filósofo de la Naturaleza, preclaro discípulo actual de Darwin y de Wallace, e ilustrador de los grandes cambios en el medio que nos movemos los humanos, aún era optimista hace dos décadas. Y dudo mucho de que ahora lo fuera tanto, pues él pensaba que iba a alcanzarse pronto un sistema de recorte de emisiones de CO2 y otros gases de efecto invernadero, y sobre todo que iba a ponerse freno al ritmo de destrucción de la biodiversidad.

Si ahora mismo Attenborough revisara sus propios filmes naturistas e hiciera nuevos comentarios sobre lo que en realidad ha ocurrido, hablaría de otra forma. Criticaría que con la guerra de Ucrania estamos aplazando sine die medidas de descarbonización que ya parecían firmes y definitivas, y las especies más gloriosas de fauna de África y Asia se ven recluidas para no desaparecer. Algunos empiezan a preguntarse si no deberíamos evocar aquel canto de «La divina comedia»: «lasciate ogni speranze».