Opinión

Portugal y España, hoy

Me sorprendieron agradablemente las respuestas a una encuesta lanzada por LA RAZON (1) preguntando: «¿Cree que España debería estar más unida a Portugal?». Un 54% de los encuestados se mostraron partidarios de crear un organismo común y estable que regulase e incentivase las relaciones entre nuestros dos países; otro 44% veía bien incluso la constitución de una Federación Ibérica. Lo importante de esta muestra es que contase con amplio apoyo de los sectores más jóvenes de nuestra sociedad, en general gentes que conocen a nuestros hermanos atlánticos. Ya se sabe: quien conoce, respeta; quien respeta, quiere.

En tiempos en que la consolidación europea debe superar graves problemas de identidad, con amenazas del calibre de un Brexit, el indeterminado resultado de unas elecciones en Italia, la aparición de partidos xenófobos y antisistema, la avalancha migratoria, la propia dificultad de constituir un gobierno en Alemania, sin olvidar los problemas internos de los países miembros como el que vivimos los españoles en Cataluña o el que puede brotar en Córcega, debo dar la bienvenida a quienes piensan más en unir y cohesionar que en romper y debilitar. En cierto sentido son quienes piensan en el futuro de sus hijos más que en los derechos históricos de sus abuelos.

Y no será malo recordar todo lo que nos une históricamente que no se ciñe solo al período 1580-1640 tiempo en que Felipe II por herencia de su abuelo materno Manuel I, unió las dos Coronas. No olvidemos que Portugal es uno de los primeros pueblos de occidente que supo configurar una potente estructura política y cultural antes de que la constituyesen Francia o Inglaterra, incluso España.

Ya a comienzos del Siglo XV Enrique el Navegante fundaba en Sagres la primera escuela naval del mundo que impulsó las exploraciones por las costas de Africa. En 1419 llegaban navegantes portugueses a Madeira; en 1431 a las Azores y en 1445 a las de Cabo Verde. Un tratado firmado con Castilla en Alcaçovas en 1479 reconocía a estas islas como portuguesas a la vez que a las Canarias como españolas. En 1487 Bartolomé Diaz doblaba el Cabo de Buena Esperanza y Vasco de Gama en 1498 llegaba a la India. Pero a la vez tuvieron fuerza para seguir con nosotros el «caminar del sol» rumbo a América. Aquí el reparto de responsabilidades se resolvió jurídicamente en dos documentos sucesivos: la Bula Inter Caetera de 1493 del papa Alejandro VI asignaba a la Corona española las tierras situadas a 100 leguas al oeste de Azores y Cabo Verde, límite que se modificó en Tordesillas una año después, situándola a 370 leguas de Cabo Verde.

Lo que está claro es que con Manuel I (1495-1521), Portugal dominaba las costas occidental y oriental de Africa, el Estrecho de Ormuz hasta Macao en Asia y una amplia franja costera brasileña en América.

Las causas que motivaron la ruptura en 1640, en tiempos de Felipe III y el Conde Duque de Olivares no se pueden resumir fácilmente. Felipe II, muy presente en los primeros tiempos en Lisboa –en Badajoz moriría su cuarta esposa Ana de Austria en septiembre de 1580– prefirió pronto buscar refugio en seco y frio Escorial más que en la cálida, húmeda y abierta al mundo Lisboa. Hay quien cree que de haber decidido trasladar allí la capital de las Españas, seguiríamos unidos.

Pero lo que realmente nos une hoy a pesar de los 1.200 kilómetros de fronteras cada día más abiertas, son el compartir cuatro cuencas hidrográficas, Miño, Duero, Tajo y Guadiana, con semejantes problemas de redistribución de aguas, de despoblación rural, de incendios forestales, de ayudas europeas, de pesca. Nuestros intercambios comerciales y turísticos son abiertos, francos, yo diría fraternales.

¿Qué queda por superar? Recelos y resabios, muchas veces estimulados por terceros. Porque los grandes estímulos de la llamada Restauración de 1640 vinieron siempre de Francia e Inglaterra más que interesadas en debilitar a la Corona española, en la que realmente no se ponía el sol. Serían con Holanda las grandes beneficiarias de nuestra común decadencia. España conservaría parte de su imperio hasta finales del XIX; Portugal hasta mediados del XX. Ambos no fuimos capaces de dejar «commonwealth» políticas, pero sí de conservar entrañables lazos culturales y humanos en un amplio mundo, vivo aun hoy.

Por supuesto sería interesante que esta encuesta se hiciese en paralelo en Portugal. ¿Cómo nos ven ellos? ¿Cómo perciben nuestros problemas?¿Creen realmente en una Europa unida en la diversidad?.

¡Tantas cosas tenemos en común que valdría la pena analizarlo en serio!

Por supuesto alejados de la política de un Conde Duque. Por supuesto, con mutuo respeto. Pero ahí queda el reto, muy especialmente dirigido a nuestros jóvenes. Su futuro.

(1) R. Fernández. 28 de febrero 2018