Opinión
Colombia: las últimas batallas
A pesar de muchos pesares, los colombianos dieron el pasado domingo un primer paso para la total normalización democrática del entrañable país hermano. Debían elegirse a los miembros de la Cámara de Representantes (172) y para el Senado (108) que comenzarán su actividad legislativa a partir del 20 de julio cuando ya se conozca al nuevo presidente de la República que será votado el 27 de mayo con posible segunda vuelta a celebrar el 17 de junio. Es decir, en pocos meses renovación del ejecutivo y del legislativo, tras el largo y delicado proceso de reinserción de las FARC y del reiniciado en Quito en quinta ronda con el ELN.
Para muchos colombianos debió parecer imposible celebrar unas elecciones sin la angustia del conflicto armado que en las últimas décadas dejó 220.000 muertos. El presidente Santos señaló: «Vivimos las elecciones más pacíficas y más transparentes en más de medio siglo, con mayor número de candidatos, mayor número de mesas de votación, mayor participación». La pena es que de 36 millones de colombianos llamados a las urnas solo acudiesen algo más de 15, un 47%.
Las elecciones han servido también para determinar el peso de las coaliciones de partidos y sus «cabezas de serie» votados entre una decena de candidatos con vistas a las presidenciales de mayo y que han situado al uribista Iván Duque al frente de los partidos conservadores y al antiguo militante del Movimiento M-19 Gustavo Petro, ex alcalde de Bogotá, como líder de la coalición de izquierdas.
Dos parámetros y una consecuencia marcan en mi opinión estas inéditas elecciones. Venezuela, por una parte, ha servido de revulsivo, de modelo a evitar. Se ha comprobado por el dominio evidente de la derecha en los resultados que prácticamente han doblado a las candidaturas de izquierda. Han dejado claro que el populismo que impera en el país vecino dista mucho de lo que desean los colombianos para el suyo. Lo viven de cerca y –desde luego– en nada desean emularlo.
Uribe constituye el segundo parámetro. El expresidente ha situado a su candidato Iván Duque con un 68% de votos como el gran vencedor de estos comicios. El propio Uribe ha obtenido 860.000 como senador, lo que le convierte en el más votado en la historia parlamentaria de Colombia. El hombre que sufrió en sus carnes el azote del terrorismo ha sido crítico con la política llevada a cabo por su sucesor Santos, el que siendo su ministro de Defensa más hizo por combatir militarmente a los movimientos subversivos.
Quizás Santos, que ha conseguido un cese definitivo del enfrentamiento armado con las FARC y ha ratificado recientemente en un comunicado estar dispuesto a conseguirlo con el ELN, se haya «quemado» por conseguirlo. No obstante, su partido, la Unidad Nacional, ha obtenido 39 escaños –suma de Cámara y Senado– frente a los 51 del Centro Democrático de Uribe. Es decir, no hay tanta diferencia en escaños. En reciente comunicado reconoce el presidente que «el papel de un gobernante es sopesar las circunstancias, analizar las consecuencias y tomar la decisión que –en conciencia– considere la mejor para el futuro de la nación». «Para cambiar las balas por votos –insiste– se hizo el proceso».
La consecuencia se llama 0,34. Es el tanto por ciento de votos obtenidos por las FARC en unas elecciones libres en las que participaban por primera vez. Se han amparado en el estado de salud de Rodrigo Londoño (Timochenko) para justificar su retirada de la carrera presidencial. Con esta intención de voto, mal lo tenían. En un comunicado posterior a los comicios, han reiterado la necesidad de «avanzar en la reforma político electoral». Deberán defenderla con los cinco senadores y otros tantos representantes en la Cámara no conseguidos por los votos, sino por cumplimiento de los Acuerdos de La Habana.
Sobre el escenario, en resumen, dos posiciones: las de los que consideran que en los acuerdos de paz se ha cedido demasiado e invocan una revisión de lo acordado y los que creen que los cauces democráticos y los acuerdos posibles –no siempre los deseables– han conseguido arrinconar al 0,34% de votos a una formación violenta que ni siquiera ha querido cambiar sus siglas revolucionarias, reinventadas hoy como Fuerzas Alternativas Revolucionarias del Común, las mismas FARC. Debo reconocer que los colombianos han sido más inteligentes que nosotros, aunque aquí en España, los grupos afines al terrorismo hayan sabido cambiar los nombres de sus formaciones para sortear a la Justicia y para confundir a ciertos votantes, lo que les ha proporcionado mayor representatividad y poder.
Afronta Colombia sus últimas batallas. Pero como digo siempre, mejor curar las heridas de guerra en clínicas universitarias que en hospitales de campaña.
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