Opinión
Kennedy y el gobierno de la Ley
Había sido investido Kennedy un 21 de enero de 1961 como 35º Presidente de los EE UU. No lo tendría fácil aquel primer presidente católico de la historia del poderoso país. En política exterior, se encontró con un fracasado desembarco de fuerzas anticastristas en Bahía de los Cochinos, en plena carrera espacial compitiendo con la URSS, con la crisis de los misiles soviéticos en Cuba, el cierre de pasos entre Berlín Este y Berlín Oeste o el golpe de estado en Saigón que deponía a Ngo Dinh Diem el presidente aliado.
No lo tuvo más fácil en su política interior especialmente por el tema de los derechos civiles, que defendió valientemente.
Todo se mezclaría en la mente enferma de sus enemigos, que un 22 de noviembre de 1963, a los 1.032 días de mandato, lo asesinarían en Dallas. Me referiré solo a una faceta de su política interior: la del imperio de la Ley.
En septiembre de 1962, James Meredith, un joven de color, veterano de las fuerzas armadas, se inscribía en la Universidad de Misisipi, un centro de prestigio creado en 1848. Su campus ubicado en Oxford es popularmente conocido desde 1897 como «ole miss» expresión que recordaba el calificativo respetuoso con que los esclavos se referían a los dueños de las plantaciones. Son tierras del sur, lindantes con el Golfo de México, entre Alabama y la Luisiana, colonizadas inicialmente por España y anexionadas a Inglaterra desde el Tratado de París de 1763 que ponía fin a la Guerra de los Siete Años. Emancipados unilateralmente de los nacientes Estados Unidos en 1861 fue uno de los territorios más afectados por su cruenta guerra civil (1861-1865), la de Secesión.
El 29 de septiembre estallaba la crisis provocada por civiles segregacionistas que se oponían a la matriculación de Meredith. Aquella noche se produjeron graves incidentes con resultado de dos muertos –uno de ellos un periodista francés– y 75 heridos. Como siempre en estos casos, atacados los medios de comunicación que informaban sobre la revuelta. Ante la espiral de violencia y la pasividad, cuando no colaboración de la policía estatal, el gobierno federal mandó al 503 Batallón de Policía Militar, que tuvo que reforzar con Patrullas de Fronteras y con la propia Guardia Nacional. El Gobernador Ross Barnett, que había apoyado la política segregacionista de la Universidad y había impedido la intervención eficaz de su policía, que hubiera evitado o por lo menos paliado los disturbios, fue condenado por desacato. Diría en su defensa: «La ley y el orden deben prevalecer, a pesar de que nuestro Estado haya sido invadido por fuerzas federales». Bob Dylan dejó testimonio musical de estos difíciles momentos, en su «Oxford Town».
La Universidad de Misisipi y el propio Gobernador del Estado se negaban a acatar un dictamen de la Corte Suprema de los EE UU de 1954, que declaraba inconstitucional la segregación en las escuelas públicas (Caso Brown, contra el Consejo de Educación de Topeka).
Fue a raíz de todos estos acontecimientos, cuando Kennedy se dirigió por radio y televisión a su ciudadanía: «Los estadounidenses son libres, en resumen, de estar en desacuerdo con la ley, pero no de desobedecerla. Pues en un gobierno de leyes y no de hombres, ningún hombre (sic) por más prominente o poderoso que sea y ninguna turba por más rebelde o turbulenta que sea, tiene derecho a desafiar a un tribunal de justicia. Si este país, llegase al punto en que cualquier hombre o grupo de hombres, por la fuerza o por amenaza de la fuerza, pudiera desafiar largamente los mandamientos de nuestra Corte y nuestra Constitución, entonces ninguna ley estaría libre de duda, ningún juez estaría seguro de su mandato y ningún vecino estaría a salvo de sus vecinos».
El lector sabe de sobra por dónde van los tiros: hablamos de «territorios históricos» que ya «probaron» la emancipación; de segregacionismo cultural; de culpar y actuar con violencia contra ciertos medios de comunicación; de la pasividad de la policía «autonómica» de Misisipi; de la obligada Intervención de fuerzas federales; de la responsabilidad del Gobernador, su denuncia por invasión de fuerzas federales, su final condena por desacato.
Y del indiscutible liderazgo de Kennedy, nos queda: su decidida defensa de la Ley, admitiendo el desacuerdo pero no la desobediencia; su definición de que «ningún hombre por prominente que sea, ni ninguna turba, tienen derecho a desafiar a un Tribunal de Justicia» y su aseveración final: si se desafía la Constitución y los Tribunales, «ningún ciudadano estará a salvo de sus vecinos» es decir, la selva.
Tema para recordar. Tema para reflexionar.
No estamos en 1962. La Universidad es ahora más conocida por su prestigio. Aprendieron la lección.
¿Y nosotros?
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