Opinión
Qué escándalo
Para que un escándalo tenga recorrido es obligatorio que posea dos elementos básicos: un protagonista reconocible y un mecanismo comprensible. Cuanto más básico más indignante.
Ayer escuchamos a Griñán con los ERE. Una red clientelar tejida con los billetes de todos y el desparpajo de una cuadrilla de hombres del partido que ha gobernado Andalucía desde que tenemos memoria democrática. Cuando salta un caso en las filas del PP la bancada popular siempre reprocha a los medios eso de «¿y los ERE?» . Se va contando pero el caso es una Hidra con más cabezas que ex líderes socialistas y medio pensionistas caídos y la propia trama es compleja para estos tiempos de titular y tuit.
Contar los ERE por twitter daría para un hilo que puestos en fila todos sus caracteres daría varias veces la vuelta al mundo. Las filas del PP madrileño han mostrado otro abanico de enredos con volquetes y desparpajo que han nutrido titulares y piezas repletas de escombros morales y alforjas llenas de dinero. Es esa corrupción de los prepotentes que genera indignación pero que el común de los mortales sitúa en ligas inalcanzables. Entre los ERE, Madrid en todas sus manifestaciones, Valencia y algún lugar más estamos hablando de muchos millones de euros que no han ido donde tenían que ir, la justicia dirá dónde han terminado y el reproche penal por ello.
Ninguno de estos escenarios es comparable al máster de Cristina Cifuentes. ¿Por qué este asunto va a suponer lo que la corrupción no ha supuesto para otros? Por ella y porque se entiende la historia. Cifuentes llegó a primera línea en una operación «recambio exprés» ante los indicios de putrefacción de Ignacio González. Hizo de la pureza y la lucha contra la corrupción su bandera y fue clavando el mástil en algunos esternones. «Hasta que llegó su master» con música de Ennio Morricone. En realidad el episodio estaba ahí desde hace muchos años, pero la arqueología de la venganza tiene sus plazos.
Volvemos a esa metafórica imagen del marianismo que ya hemos visto en otras películas. Se acerca hasta el precipicio con «esa persona» y susurra: «Solo voy a regresar yo»...ni siquiera invita a saltar.
Esta vez ha rechazado el paseo en persona, se lo ha encargado a su hombre de confianza para que vaya cogiendo práctica ante lo que se avecina con las candidaturas.
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