Opinión
Lequio abandona la televisión para cuidar de su hijo en Nueva York
Lo de Álex Lequio ha sido un mazazo y, de momento, el conde ha pedido a las alturas de Tele 5 un mes de permiso. Es prorrogable y no le pusieron pegas compartiendo su temor por Álex, al que se dedicará por completo junto a Ana Obregón, los tres en Nueva York pendientes de que mejore. Viéndolo tan grande y corpulento, tan volcado en el deporte a sus casi 26 años, nadie suponía que el muchacho estaba mal. Y por si alguien dudaba, la exclusiva de «Diez Minutos» es un sensacional gol informativo a las demás revistas, incluyendo la pagadora habitual de esta pareja. Supone una reveladora advertencia verlos entrar en el Memorial Sloan Kattering Cancer Center, en el centro urbano. Fue descubierto hace dos meses. Aunque el trío familiar mantiene el talante distendido y esperanzado, se sabe que al menos le esperan revisiones semanales varios meses, tiempo que la singular pareja –hoy felizmente reencontrada y sin controversias– espera permanecer bajo los rascacielos apoyando y animando a su hijo. La reacción que tendría cualquier padre o madre, incluso menos mediáticos que Ana y Dado.
Tiempos difíciles
La parece que buena marcha de su recuperación nos devuelve atrás, cuando Lequio aterrizó en Madrid casado con la soberbia Antonia Dell’Atte, cuya imponente facha como ex modelo se las comía crudas. Apabulló. Llegaron como relaciones públicas de Fiat, un enchufe gestionado por su madre, la princesa de Ruspoli y el padre de Alessandro, al que sobraba apostura pero faltaban posibles. Ante la novedad del coche, todas querían montarlo. Tiempos difíciles repudiados hasta por la Prensa. Yo organicé con los medios un almuerzo que apenas aflojó la tensión porque eran prepotentes y duros de pelar. Veían La Zarzuela como escaparate elevador. Fueron tirando a trancas y barrancas ayudados económicamente por la abuela de Lequio, prima de Don Juan Carlos, con buenos caudales. Aguantaron mientras él en seguida se unió a la noche madrileña y a sus tentaciones. Hizo anuncios, promocionó locales y buscó el dinero fácil que le ofrecían como si fueran bellezas ansiosas. Recuerdo su debút una noche en Joy Eslava. Los llamativos, oscilantes y largos pendientes de Antonia Dell'Atte las dejó muertas en lo que pareció una excentricidad «made in Italy».
En su mayor exuberancia física, Ana lo vio, se flipó y ahí empezó todo tal en una película romántica: se vieron, se miraron, consumaron y se pusieron a Es-
paña por montera creando gran revuelo en las altas esferas que se lo disputaban sexualmente. Dell'Atte no podía creerlo. Incluso el Rey Don Juan Carlos pidió cordura, sensatez y tranquilidad a la sangre de su sangre. Era savia nueva, guaperas y de estirpe regia. Al principio, la reina «forever» –la han rebautizado cáusticamente–, Doña Sofía los alojó un par de veranos en Miravent. Pero Antonia, tan expresiva, chillona –Naty Abascal le llamaba «la urla» («la gritos», en español)– y locuaz, llegó a resultarles incómoda. Tuvo que emigrar con su hermana al país natal. De allí solo vuelve si en España le ofrecen trabajo. Y en eso surgió Ana como ángel liberador. Penaba aún por la muerte de Fernando Martín. «El gran amor de mi vida», recuerda y repite todavía poniendo a Dado en evidencia.
Pero el conde de nobleza mal cuestionada la conquistó con un «savoir faire», elegancia y detalles a los que ella cedió. Todavía es de los que se levantan ofreciendo el asiento a las señoras. Ganó fama de sex symbol con los potentes atributos que atribuyen a la dinastía borbónica. Cedió a una tan agradable tentación que hace 26 años los hizo padres. En este tiempo hubo de todo desde un largo amorío más que amor con la dulce y bellísima orensana Sonia Moldes, relación que yo protegí por paisanaje. Solo fue un pasatiempo más para el ya considerado rompecorazones, que, cual tenorio, «a los palacios subió y a las cabañas bajó». Y mantuvo rollos apasionados, tumultuosos y dignos de reportajes fotográficos «robados» los que mantuvo con Mar Flores y Maribel Sanz.
Madre ejemplar
Ana ha sido una madre ejemplar –algo que siempre ha reconocido y ensalzado Alessandro y que es elogio unánime hasta para aquellos para quien sigue siendo «Anita, la fantástica»–, pendiente del fruto de sus entrañas, que en los últimos años siguió la tónica familiar de vender su imagen –grandota, pero vendible– al mejor postor. Esta experiencia no tuvo mucho éxito. Muy introvertido y casi huraño, sin el encanto paterno, buscó distanciarse del cotilleo hispano. Cursó en Estados Unidos una carrera industrial y ahí conoció a Francisca, su novia, ya como de la familia y más ante el trance con incógnita. El caso sirve para reunir, que no unir, a lo que de jóvenes fueron arrolladores enamorados, casi Romeo y Julieta, rompedores de convencionalismos. Hoy, confiados, superan el susto animando al hijo de sus entrañas. Cercanos al clan confían que no pasará de un gran susto. Ver a Anita maquillada a tope me tranquiliza, eso demuestra su buen estado de ánimo. Ojalá se quede en eso, un gran susto.
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