Opinión

El teatro, indignado con Ada Colau

Crece la sorpresa descalificadora y hasta un entendible rechazo general entre las gentes del teatro. No superan el asombro, aún acostumbrados a todo tipo de tropelías como cuando siglos atrás no podían ser enterrados en sagrado, en una Barcelona ahora precaria en lo escénico, pero que dio nombres como el estoico Joan Capri, Alejandro Ulloa, tan buen recitador, o Enrique Guitart, que durante años hizo «Las manos de Eurídice». Fueron casi tan universales como Nuria Espert, el pedante y monótono Adolfo Marsillach, mejor director que actor, e hijo de periodista, o la mitificada Margarita Xirgu, de la que su alumno Alberto Closas me contaba que era «esperpéntica y gesticuladora». Trabajó mucho con ella en el exilio hispanoamericano y, pese a ser su maestra, no la consideraba como luego han hecho elevándola a altares politizados.

Cuando yo vivía en Barcelona y a instancias de Closas –el mejor actor galán, junto con Ismael Merlo, de una elegancia casi inglesa–, Federico Gallo, el inolvidable de «Esta es su vida», promovió desde «La Prensa» que dirigía –y donde menda empezó a padecer esta bendita profesión– una suscripción para levantarle un monumento a la Xirgu. Fue un fracaso rotundo, la catalanidad no secundó el proyecto por considerarla «de fuera». No se recaudaron más de 3.000 pesetas ante las 200.000 pre-
supuestadas. Closas lo entendió desde su fama, pero no colaboró más que con el nombre sin preocuparse en perpetuar la gloria de Xirgu eternizada por los últimos estrenos de García Lorca.

Es un poco, aunque guardando mucha distancia entre una y otro, lo del gallego Pepe Rubianes, conocido por su hispanofobia, que hacía monólogos en pequeños locales como el Capitol. Ha sustituído al almirante Cervera, indiscutible héroe de la guerra de Cuba, de su animada calle en la Barceloneta, justo tirando hacia la enorme y hoy bien recuperada playa del Paseo Marítimo. No entienden nada, lo toman por la típica alcaldada de Ada Colau, rebajando lo que había y siempre mirando más allá del interés ciudadano.

Barcelona merece regidor de mayor altura, sino tal el polémico alcalde José María de Porcioles, eternizado en la poltrona, al menos tan liberal como lo fue el americanizado Enric Masó. Estuvieron a la altura de la que fue gloriosa «ciudad de ferias y congresos» con toda la industria disquera y editora de libros, el festival de Teatro Latino, el de la canción Mediterránea, de donde salieron Raimon y Salomé, cantando «Se’n va anar», o la interesante y distinta Semana de Cine en Color, anticipando los estrenos de Perpignan. Algún día escribiré sobre aquellos masivos «weekends» que conmovían Barcelona. Entonces mantenía casi ochenta escenarios funcionando.

Lo de Rubianes indigna y cabrea, pero tiene sentido en esta desconcertante Ciudad Condal de Ada Colau, con lo universal que la ciudad fue. Solo hay que ver a la alcaldesa y compararla con cómo viste Carmena para entender sus diferencias en la forma de gobierno. Barcelona se merece una imagen más vendible, al menos eso.