Opinión

América en el tiempo histórico

Las clases magistrales que preceden al desarrollo de mis cursos universitarios se dedican a fijar las condiciones globales específicas del continente americano en sus aspectos estructurales sobre los cuestionamientos del tiempo, cuál ha sido su aportación a los desafíos universales y las respuestas americanas, pero teniendo en cuenta que América está constituida por cuatro unidades históricas, Canadá, Estados Unidos, América hispana y Brasil, en los tiempos característicos del siglo XX.

Advirtamos que para caracterizar y dar sentido a un siglo tenemos dos opciones: a) el tiempo de los astrónomos: 1900-1999; b) el tiempo de los cronistas, que es el relato de la experiencia y ocurrencias de entrada en lo universal; c) el tiempo del historiador: la vida de los hombres en el tiempo, que es la característica de la experiencia y en ella la «sucesión», no el «cambio», en donde lo que interesa es el cambio y por qué y cómo se produce éste, así como las tensiones que lo originan. Habría que preguntarse si el siglo XX es una nueva edad, porque respecto a los aconteceres mundiales no lo parece, sino que el siglo XX es una clara continuidad del XIX y efectiva prolongación en el siglo XXI. Por esta razón, los historiadores de la época contemporánea, para «comprender» los procesos y movimientos de la contemporaneidad, nos vemos obligados a la utilización del tiempo largo, saliéndonos de los «hechos» para ir a las estructuras, en el sentido que les da Fernand Braudel de resistencia a la acción destructora de la acción del tiempo. Es esta razón la paradoja de la civilización contemporánea: en parte por la rapidez con que ahora se producen las comunicaciones, originando la dinámica de la fragmentación, creación de «zonas grises» opacadas; las transformaciones, con incluso quizás finales de Estados sometidos a una dinámica de integración/absorción, que puede desposeerle de su decisión a una lógica de fragmentación que limita su capacidad de poder desde abajo. Es porque los Estados tienen cada vez menos lo que Max Weber llamó el «monopolio de la violencia legítima» y se ve «incapaz de controlar las fuerzas en la sombra»: economía sumergida, mafias, tráfico... El continente americano ofrece crisis profundas del Estado.

El problema parte del «tiempo largo»: radica en la relación entre el papel protagonista del Estado, en lo nacional, y el sistema de la relación e incluso integración de Estados, en lo internacional, ocurrido del «seguimiento» de los siglos XIX y XX. El sistema bipolar ha conducido a una brutal sustitución de la capacidad de decisión de «las grandes potencias europeas» sobre el conjunto del sistema mundial; así como el carácter extremadamente tenso que revistió el enfrentamiento de las dos grandes potencias hegemónicas. En tercer lugar, hay que tener en cuenta la «hipótesis del miedo», que predice la destrucción total de una tercera y definitiva conflagración mundial.

¿Puede pensarse en una superación de la «diarquía del poder»? En términos continentales, Asia (China, India, Japón) supera a Europa. África sólo es cantidad, pero pesa su retraso y, sobre todo, la demografía galopante, así como las enfermedades masivas; las relaciones América-Europa, sin fuerza por los nacionalismos americanos que originan un considerable ordenamiento. Ya en 1957, Walter Lippmann escribió al término de la Guerra Mundial: «Al concluir la Segunda Guerra Mundial, las capitales mundiales eran Washington, Londres, Moscú, ahora (en torno a 1960) son Washington, Moscú, Londres, Pekín, Delhi y, quizás, eventualmente, El Cairo». La desbipolarización se aprecia ya como tendencia: parece equilibrio entre varios, que además son comunidades supranacionales. Anillos de poder, así han sido denominados, pero en los que hay que señalar, no las mayorías sino los «conjuntos», siempre y cuando puedan crear fronteras de identidad de alguna raíz semejante.

Arnold Toynbee, en su posibilidad de creación, ha creído apreciar que en la posibilidad de construir va inherente la posibilidad de destruir. El miedo a la energía destructiva termonuclear nos pone frente a posibilidades aterradoras: un artefacto caído en Madrid volatilizaría la Península Ibérica entera. La guerra ha dejado de ser «prosecución de la política por otros medios. Ahora sería, por aniquilamiento recíproco».

¿Y los supuestos ideológicos y morales? América ha sido reiteradamente considerada el continente del futuro. Sí, pero en las crisis agrarias europeas del XIX, en las guerras ideológicas europeas. España descubrió la peculiaridad del hombre americano desde la doctrina teológica, la evangelización y elevación a categoría internacional en tratados internacionales.