Opinión
Sociedad sólida
Para nada quiero rebatir las teorías de Zygmunt Bauman sobre la «modernidad líquida», su forma de ver esta postmodernidad que parece haber invadido nuestras vidas. «Siempre estamos en movimiento y con frecuencia faltos de certezas y vínculos duraderos», nos dejó escrito el pensador polaco fallecido en Leeds el pasado año, que enfatiza sobre las perspectivas éticas y muy especialmente en la que llama «Ética del Otro». Vivimos en una constante incertidumbre en que todas las formas sociales desaparecen a mayor velocidad de las que establecen las nuevas y porque la relación entre poder y política esta peligrosamente rota: el primero busca espacios globales y extraterritoriales; la segunda sigue siendo local, incapaz de actuar a nivel planetario.
Líquida se ha convertido una clase política empeñada en ofrecernos cada día disensiones y divergencias nada acordes con una política responsable de Estado, la que necesita una sociedad como la española en temas tan trascendentes como la educación, la sanidad o las pensiones.
Líquida y sensiblera una sociedad que ante cualquier muestra de violencia solo sabe responder con velas y altares callejeros sin ser luego consecuente con el refuerzo de medios de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad o con la dotación de sus Fuerzas Armadas.
Por supuesto, las redes sociales nos han aportado informaciones en tiempo real, junto a un montón de posibilidades en los campos de la economía, las relaciones humanas, la educación o la sanidad. Pero a la vez han debilitado intimidades, confianzas, criterios, responsabilidades, seguridad, explotando sistemáticamente engañosas ilusiones, proclamando intransigencias a modo de virtud, e incluso poniendo en peligro relaciones internacionales, haciendo de la mentira o de la media verdad instrumento de acción política. Hacen buena la reflexión de Antonio Machado: «¿Dijiste media verdad?; dirán que mentiste dos veces, si dices la otra mitad». Baltasar Gracián se había anticipado: «La verdad es de pocos; el engaño tan común como vulgar».
¿Cómo podemos dar solidez al extraño momento en que vivimos? A cambio de la «liquidez incierta», el concepto «sólido» entraña firmeza, densidad, fuerza, estabilidad, resistencia a la deformación y al uso, vigor, fortaleza, estabilidad, tenacidad, seguridad. La respuesta es clara, pero entraña compromisos que hoy por hoy están lejos de alcanzarse: se construye una sociedad sólida cuando está firmemente asentada en una buena educación y en una buena selección natural de sus élites; cuando brotan en una amplia mayoría de su población sentimientos y valores como la cultura del esfuerzo, el sentido de la responsabilidad, la sensibilidad social o el espíritu de servicio del individuo hacia la sociedad.
No sé si le consuela a alguien saber que nuestro PIB supera al italiano. Ya vivimos en otros tiempos que es mejor olvidar, promesas con estadísticas «líquidas» de este tipo: en aquel momento debíamos superar a la misma Francia. ¿A qué jugamos? ¿Consuelan estos dígitos y tantos por ciento a quienes saliendo de la crisis siguen atrapados en el «o lo tomas en estas condiciones o lo dejas»? ¿O es que el aumento de millonarios ha inclinado la balanza? ¿Volvemos al «yo me como un pollo y tu bostezas de hambre; pero estadísticamente hemos comido medio pollo cada uno»?
Da igual que nos comparen con quien sea. No hay nada tan líquido como la riqueza, especialmente la que no se asienta en una sólida redistribución en la que se vean involucrados todos los agentes sociales. Hay algo mucho más peligroso que las burbujas del ladrillo o de los fondos opacos: las burbujas del alma, como son la desconfianza, la incertidumbre, el miedo. Todo lo contrario de lo sólido.
O asumimos todos el firme compromiso de construir una sociedad sólida en sus principios, donde no sean necesarias titulaciones infladas o inventadas; donde la palabra dada equivalga a acta notarial; donde el trabajo público tenga una clara vocación de servicio; donde la honesta redistribución de la riqueza sea ley de oro; donde se piense más en el futuro de las generaciones que nos siguen que en las reivindicaciones del pasado, o nos iremos diluyendo en este mundo líquido, por mucho que nos lo advirtiese desgañitándose Bauman, durante buena parte de los noventa y un años de su rica vida.
Nos enseña un conocido proverbio chino que «el sabio puede sentarse en un hormiguero, pero solo el necio se queda sentado en él», que Ortega adaptó a su pensamiento diciendo: «Cada realidad ignorada prepara su propia venganza».
Vivimos realidades difíciles que demandan grandes esfuerzos de muchos, dando por sentado que no es posible de todos. La escisión con tintes de odio se ha instalado en parte de nuestra sociedad; el futuro de Europa está en entredicho; las opciones políticas se han convertido en peleas barriobajeras.
¿Seguimos sentados sobre el hormiguero?
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