Opinión
Nicaragua en el corazón
Incluía esta frase nuestro Rey, en la ceremonia de concesión del Premio Cervantes al escritor nicaragüense Sergio Ramírez, en días en que ardían trágicamente las calles de Managua. No podía obviarlo el antiguo ideólogo del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) apartado hoy, por edad y por inteligencia, de la reencarnación de aquel movimiento nacido en 1979, que superado por Violeta Chamorro en 1989, volvió al poder con aires de dictadura familiar en 2006. Hasta hoy.
Porque somos muchos los españoles que llevamos a Nicaragua en el corazón. Unos, porque creyeron ilusionados en una revolución teñida de cierto romanticismo que, no obstante, albergaba una especial dictadura del proletariado, filial de la cubana, ligadas ambas en plena Guerra Fría a la URSS de los setenta, la potencia empeñada en debilitar el patio trasero de los Estados Unidos.
Otros, llegaron huyendo de nuestra Justicia o como asesores del régimen. Por allí circularon muchos etarras como Eusebio Arzalluz y su compañera Silvie Riberton, José Luis Urrusolo, Javier María Larreategui, Sebastián Echániz o Javier Azpiazu.
Y otros llegamos a finales de 1989 cuando por mediación de Naciones Unidas –ONUCA– se abría un proceso de paz con nuevas elecciones y con la disolución de la «contra», la organización creada por la administración Reagan en 1982 con el fin de luchar contra el creciente proceso revolucionario centroamericano. Con todo nos encontramos: con una sorprendida pero entrañable Violeta Chamorro, que llevaba en su bagaje heridas vivas de aquella guerra; con un Partido Sandinista que aceptó el resultado de las elecciones; con la reconversión de su Ejército Popular Sandinista en Ejército de Nicaragua; con los etarras gestionando un almacén de explosivos y armamento en el barrio de Santa Rosa en Managua, del que encontramos entre 300 pasaportes falsos, más de cien misiles tierra aire «Red Eye»; con unos 10.000 combatientes de la «contra» que hubo que desmovilizar, desarmar y pasaportar a sus lugares de origen a fin de que contribuyesen a levantar el nuevo país surgido de aquella paz. No puedo obviar citar a la Iglesia Católica y a su líder de entonces el cardenal Miguel Obando, hoy a sus 92 años, cardenal emérito. Obando estuvo presente en todo el difícil proceso, aportando diálogo, prestigio, influencia. El general Agustín Quesada podría escribir un libro sobre sus contactos con el cardenal, que en ciertos momentos respondía con intransigencia, con instinto, incluso con imposiciones. A nuestro nivel operativo Obando significaba retraso, exigencia de altar protegido de las intensas lluvias; se negaba a utilizar el helicóptero como medio de transporte, con lo que los tiempos de su presencia, muchas veces ineludible, se condicionaban. Con cierta fama de brujo, escapó por esta prevención, a un accidente que sufrieron dos de los tres enormes MI-17 de fabricación soviética que se habían desplazado a San Pedro Lovago un 29 de junio de 1990 con una amplísima comitiva presidencial e internacional, con motivo de la entrega de las armas de 6.000 combatientes de la «contra». «¿Me comprenden ahora?», diría socarrón.
La misma Iglesia Católica que ahora a través de su cardenal Leopoldo Brenes y su obispo Silvio José Báez, media en un conflicto que suma algo más de treinta muertos y 15 desaparecidos y en la que un tercio de los heridos lo ha sido por disparos de bala.
Y no es solo el problema de la Seguridad Social. Visto desde aquí los incrementos para sanear su red hospitalaria no eran significativos (del 6,25% al 7% para los trabajadores; del 19% al 22,5% para las empresas). Se suman protestas de agricultores contrarios a las expropiaciones por las obras del gran canal transoceánico de 278 kilómetros de longitud entre Puerto Brito en el Pacífico y la caribeña Punta Águila, contratadas al gigante de la construcción china HKND, que lo explotará durante los próximos 50 años. Son muchos los que opinan que se ha cedido soberanía. Pero hay un sentimiento de protesta más profundo: Daniel Ortega a sus 72 años, muy condicionado por su esposa y vicepresidenta Rosario Murillo y por los puestos importantes ocupados por alguno de sus siete hijos, no da respuesta hoy a lo que demanda una nación que ya ha sufrido demasiadas decepciones. Yo les repetía: «No penséis que firmado un documento de paz, mañana la tendréis: hay que construirla, consolidarla. En España acabamos una guerra como la vuestra en 1939 y aún atizamos brasas».
¡No sigáis nuestro ejemplo en esto hermanos nicaragüenses! Sois un pueblo alegre, vivo, generoso. Sois poetas y soñadores; sabéis cantar como los Mejía Godoy, a los «perjúmenes» las tamayas, el pijibay, las siemprevivas o los jinjiloches.
Por supuesto no solo de esto vive el hombre.
Buscad el buen camino para entenderos.
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