Opinión

Miami se desespañolizó

Una alegría para el cartel y la afición que nunca muere y que santificó a Celia Gámez y a su repertorio eterno: Rosa Valenty y la estupenda María Vidal proyectan reponer en otoño «Un hombre de revista», el último gran musical que aquí montaron. La Vidal fue sueño imposible de Rocío Jurado, que amorosa la metió a presión en el reparto de «Azabache», cabreando a folclóricas de más fuste como Paquita Rico. Miro hacia atrás sin ira y fui a la «recherche» del Miami de antaño, tan visitado cuando era una especie de virreinato de la canción española. Allí se instalaron los mejores buscando mayor internacionalidad y estar menos alejados de Hispanoamérica, mercado que compartían con el español.

Raphael, aún en activo, compró la casa que había sido de Richard Nixon, a la vera del agua. Parecía una isla y de ella disfrutó con Natalia y los entonces pequeños Natalia y Manuel. Los mandó allá, como Julio Igle-
sias
haría tras el secuestro de su padre por ETA (RIP). Confió a Chábeli, Julio José y Enrique a su abuela Charo de la Cueva por miedo a posibles secuestros, como el que el doctor sufrió durante dos semanas de enero. Lo liberó Domingo Martorell y recibió mal pago. Julio es así. Eran sus despóticos años de esplendor, animando un Indian Creek donde, con Virginia «La Flaca» –su amorosa novia venezolana–, planté las palmeras.

Marta Sánchez siguió lo que parecía imprescindible y fue pa-
ra allá con Juan Tarodo. Les duró más el viaje que la convivencia porque ella iba sobrada y creída. Resultaron de lo mas incompatibles y la historia no cul-
minó en poema amoroso lleno de éxito, igual que la tienda de novedades abierta por Pepe Barroso, Don Algodón, con pompa y avión fletado. Veían especialmente a Miami como una ocasión enriquecedora.

Era como un alejado y musical pedazo con lo mejor de España que acabó rematando Rocío Jurado cuando adquirió, tras dejar a Pedro Carrasco, un magnífico ático en el edificio mas emblemático de la carísima, céntrica y financiera Brickell Avenue. Sus dormitorios daban al mar y más de una vez los disfruté. El singular edificio tiene un hueco central donde está la enorme piscina. Luego, ya con Ortega Cano, compró algo más ampuloso en South Beach, lugar en el que hicieron famosas sus broncas. Hubo noches en que hasta las sartenes salían volando hasta la calle alargando los enfrentamientos valencianos con Enrique García Verneta, su novio durante 14 años y quizá al que más quiso. A fin de cuentas, se les presumía ese temperamento.

Rocío desgañitaba su célebre «Soy de España» cantando «no consiento que rompan mi patria en mil pedazos», luego retirado porque no interesaba políticamente semejante magnificación patriótica que podía ser usada en contra. Y solo eran finales de los ochenta. Por eso la quitaron del repertorio, siendo un auténtico «hit». Nunca más supimos de aquella canción. Suplieron su impacto con el «Un clavel. Un rojo, rojo clavel», parece que menos peligrosa, pese a cómo adorna al socialismo. Rocío se volcó en el más apropiado himno andaluz.

Está por escribir la historia de aquellos años gloriosos llenos de arte y amoríos. Si me lanzo quizá les proponga a Pepe y a Javier Hidalgo que me la patrocinen, ahora que su Air Europa tiene diaria línea directa con la ciudad caribeña. Sus vuelos van abarrotados, bien lo comprobé en este revival que resultó decepcionante. Miami, ni sombra de lo que fue. Abundan los carteles de «for rent» o se vende, dado el bilingüismo más que imperante gracias a la entrañable cubanada que ahora anuncia más exilio masivo porque no ven futuro con el nuevo presidente recién elegido para que todo siga como siempre.

La mejor voz de las Flores

Miami aporta a nuestro país, casi como una nueva región transatlántica, parecido a nuestras antiguas colonias tal Cuba, el último pedazo de algo que fue más que glorioso descubrimiento. No hay problemas con el español, que ya suena más que el inglés. Época donde nuestros artistas abarrotaban enormes escenarios cuando cualquiera de ellos, como Nati Mistral, llenaba durante cuatro días con copla y poemas unos escenarios creados para conciertos pop. Su fomentadora, a través de una emisora latina, Radio Libertad –el nombre evitaba comentarios–, era Pili de la Rosa, cubanaza donde las hubiera y con ella conocí lo mismo a Olga Guillot, que era un volcán de calidez al pasar noches con Lolita, que también intentó hacerse más que un hueco cautivando con su voz, la mejor que tienen las Flores, en tierra de grandes baladistas llenos de sentimentalismo que sostienen y defienden como en los mejores años de Lucho Gatica o Toña la Negra.

Sin dejar de estar precioso y limpísimo, ya los éxitos artísticos no se celebran en el Versailles y los disparatados escenarios rockeros no consiguen la intimidad de las reducidas salas pensadas como para cantar al oído. La ciudad se desmadró, las terrazas están rebosantes con sus enormes cócteles hechos en exageradas copas de champán –cuestan 35 dólares, un dinero–, pero todo está cambiado y sin el encanto casi provinciano que tenía aquello. Y la nostalgia no es un error sino una constatación de lo que hace pocos días añoré tomando el sol en las interminables y céntricas playas de fina, limpia y blanca arena que siguen fieles a sí mismas.