Opinión

Sonámbulos

Se preguntará el lector cómo un historiador australiano –Christopher Clark (1)– ha escrito una impresionante obra, describiendo consternado cómo Europa se lanzó en 1914 a una guerra, la Primera Mundial, que movilizó a 65 millones de soldados, se cobró tres imperios, 20 millones de muertos y 21 millones de heridos. Es más: no sólo no solucionó los problemas de Europa, sino que provocó una segunda guerra (1939-1945), tanto o más sangrienta que la anterior.

Lo hace Clark, no sólo por su condición actual de catedrático de Historia Moderna en el St. Catherine's College de Cambridge, sino en homenaje a su tío abuelo, J.J. O'Brien un granjero de Nueva Gales del Sur que acudió junto a miles de jóvenes del Imperio Británico en apoyo de su Metrópoli. Su particular guerra terminaría en 1918, cuando «una bomba de la patria me alcanzó e hirió en las dos piernas» como dejó escrito en su diario.

Utiliza el término «sonámbulos» –el trastorno del sueño en que las personas desarrollan actividades motoras automáticas mientras permanecen inconscientes y sin posibilidad de comunicación (RAE)– que traslada, uno a uno, a aquellos protagonistas de 1914 a los que describe «como sonámbulos vigilantes pero ciegos, angustiados por sus sueños, inconscientes ante la realidad del horror que estaban a punto de traer al mundo».

Curiosamente me recomendaron la lectura del libro, personas con las que compartí preocupación por la situación en Cataluña, en una reunión celebrada recientemente en Barcelona. Personas plenamente conscientes de que el análisis del historiador australiano sobre las múltiples aristas del conflicto de 1914, era válido hoy. Entonces se entremezclaban nacionalismos, imperialismos, altas finanzas, alianzas inestables, facciones rivales en el interior de los gobiernos, delicados períodos electorales, en los que campaban la indeterminación y la incertidumbre. Habla de unos políticos que actuaron como impulsados por fuerzas irresistibles, desentendiéndose de sus propias responsabilidades en la toma de decisiones que comprometieron la estabilidad y el bienestar –la vida, añadiría– de millones de personas. Respecto a esta especie de inconsciencia, relata Clark que cuando el historiador americano Bernadotte Schmitt de la Universidad de Chicago viajó a Europa a finales de 1920 con cartas de recomendación que le abrirían las puertas de las cancillerías con el fin de entrevistar a los políticos que habían desempeñado un papel importante en el desarrollo de aquellos trágicos acontecimientos, quedó sorprendido por «la total resistencia que mostraron sus interlocutores a dudar de si mismos» sin asumir el menor error. En la duda alegaban «enormes problemas de memoria». En cierto sentido era cierto. Por ejemplo, la organización serbia vinculada al asesinato en Sarajevo del Archiduque Francisco Fernando y de su esposa Sofía Chotek un 28 de junio de 1914, era sumamente hermética y no dejó rastro sobre papel. Y hay constancia de que Dragutin Dimitrijevic, jefe de la inteligencia militar serbia y figura clave en la espiral del conflicto, quemaba regularmente documentos propios y ajenos de su servicio.

Pero lo cierto es que entre el magnicidio de Sarajevo (28 de junio) y la declaración de guerra firmada por el Emperador Francisco José ( 28 de julio) sólo había pasado un mes, tiempo en que algunos creyeron que las amenazas serían instrumento de disuasión. Se equivocaron. Una semana después, estallaba la guerra.

El libro difiere de lo que la cuantiosa bibliografía sobre el tema se ha escrito. Se preocupa más el autor por las causas- el por qué - que por los relatos de batallas y acontecimientos –el cómo–. Basado en fuentes primarias y en una amplísima bibliografía, su exhaustivo estudio se detiene minuciosamente en antecedentes y orígenes y reconstruye todo lo que pudo ocurrir y ocurrió en los centros clave del poder: Belgrado, Viena, Berlín, San Petersburgo, Paris o Londres.

Hemos hablado de actividades motoras automáticas con inconsciencia respecto a lo que se hace; de protagonistas vigilantes pero ciegos, angustiados por sus sueños; de huida ante la realidad y las responsabilidades , con capacidad para comprometer la estabilidad y el bienestar de millones de personas; de quienes pensaron que la amenaza era un instrumento de convencimiento o disuasión y que ofrecieron una total resistencia a reconocer errores, manifestando –en propio interés– enormes problemas de memoria.

Lo malo de estas situaciones es que pueden evolucionar hacia una espiral de violencia, ante cualquier provocación o «chispa» como fue el magnicidio de Sarajevo.

Ya salimos de un 23-F en el que la provocación de los asesinos de ETA fue factor clave. Son los mismos que ahora dicen enterrar el hacha de guerra pero mantienen viva y con ganancias la serpiente política.

En septiembre y octubre de 2017, Cataluña rozó el drama y no sabemos hoy como terminará.

No es malo que nos miremos en el espejo de 1914.

(1) «The sleepwalkers». Galaxia Gutenberg.