Opinión
Luis Miguel: una ficción que no está a su altura
Era previsible: la Campos y Bigote, que son muy del género, presentaron un disco de bolerones donde Óscar Gómez estrena una delicia titulada «Contigo bolero», lo que me hace compararlos con Luis Miguel. El mexicano no parece que tenga motivos para sentirse satisfecho por la serie televisiva sobre su vida, hasta ahora en sus primeros capítulos, que están emitiendo. No le presta un gran servicio, habrá que ver hacia dónde evoluciona y si el ambiente se enriquece como el entorno real del divo mexicano que rehizo los boleros. Ahí están de apabullante muestra sus dos álbumes con los mejores títulos del género, donde fueron únicas Olga Guillot y Elvira Ríos. María DoloresPradera las versionó a su estilo dándoles un enfoque igualmente válido por su calidez. Más que gritarlos, como José Alfredo Jiménez, casi los recitaba con sus dotes de gran actriz o con el empaque con tanta influencia charra de Nati Mistral, que dejó para siempre un tema como «Yo lo comprendo». Nadie ha podido mejorarlo por el sentimiento dolido y resignado que le impregnó: «Que has dejado de amarme/y no sientes besarme/yo lo comprendo/Que de mí te cansaste/que otro amor encontraste/yo lo comprendo».
La Guilllot dio en el Palacio de Congresos su último concierto madrileño enfundada en un esmoquin de «paillettes» negros, gala que nada más pisar escena provocó una ovación entusiasta, porque nadie realzó ni vistió tan elegante el lamento amoroso y doliente texto.
«Disco show»
Coincidiendo con el oportunismo nada aparatoso de una serie hecha con pobres imágenes manidas –que recuerdan el cine en blanco y negro que Iquino hacía en los sesenta–, lo televisivo abarata la esencia bolerista igual que el programita hecho como de prisa y corriendo. Resulta lastimoso y yo, remedando la famosa letrilla, diría que «no lo comprendo». En su momento, en semanas, me gustará con conocer la opinión de un perfeccionista como el mexicano. Lo conocí bien cuando, acompañado de su padre, Luisito Rey, pasó grandes temporadas en Madrid distanciado de su madre, la italiana Marcela Basteri. Yo trabajaba en «Disco show», la única revista española dedicada al disco. La editaba desde la Ciudad Condal el andaluz catalanizado Paco Flores, que la introdujo hábilmente en el mercado hispanoamericano dando mucha cancha a los nuestros que así ampliaban su campo difusor.
Más que de las ventas vivía de la publicidad discográfica y el padre de Luis Miguel era muy aficionado a retratarlo con un ceñido «maillot» rayado (tenía una colección de aquellos pegadísimos bañadores de natación). Le gustaba realzar lo más sobresaliente de su cabezudo chiquillo. Era lo que tenía gran relieve casi sexual al ser de malla y por eso lo prodigaban en las coberturas y todos nos reíamos con el hoy ídolo hablándole de sus grandezas. No sé si entendía nuestra doble intención, pero él se dejaba poner, recolocar y manipular con su atractivo corporal y sus atributos, que eran su principal gancho y aumentaban las escasas ventas, pero adornaba muchas carpetas femeninas, que así alegraban la vista. Yo lo comprendo, dicho queda. Como que a la Campos y a Bigote apenas les faltan fechas veraniegas para hacer galas cantando a dúo. Era lo previsto, esperado y deseado después de haberlos disfrutado en el insuperable «¡Qué tiempo tan feliz!». De verdad que lo fue.
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