Opinión
Sociedad desequilibrada
Unos la llamarán sociedad líquida, volátil o híbrida. Otros, hija de este concepto extraño llamado postmodernidad. Psicólogos y sociólogos, imagino, no encuentran respuesta a muchos casos que se plantean en sus consultas o gabinetes de análisis. Utilizo el término desequilibrado en su sentido más peyorativo: pérdida del equilibrio; inestabilidad emocional; falta de sentido común; comportamiento incierto. Acabo de regresar del encuentro anual de miembros de una Asociación de Museos Marítimos Mediterráneos, celebrado en Nápoles. Bien formados expertos procedentes de Francia, Italia, Inglaterra, España, Malta, Croacia, Eslovenia o Montenegro debatían sobre el inigualable patrimonio de nuestro Mare Nostrum, marcaban líneas sobre su futuro o simplemente presentaban sus trabajos y proyectos del presente. Muy buena organización del Museo del Mare napolitano. Reencuentros, coincidencias, abrazos de bienvenida y de buenos deseos al partir, de ochenta profesores, arqueólogos, historiadores, todos enamorados de su trabajo y de la fascinante historia del mar que nos congregaba. Muchos elementos eran comunes a varios países: el diseño de barcas de pesca, los sistemas de carenado, los tipos de redes, las señales marítimas, la gestión de la sal. Difícilmente encontraríamos otra riqueza cultural comparable a la que se concentra en la cuenca mediterránea.
No obstante, faltó, en mi opinión, un necesario clima de calma y reflexión. Muchos asistentes no habían renunciado a su dependencia de las redes. Por supuesto existía un mundo exterior: Italia y España renovaban sus equipos de gobierno; en Canadá se reunía el G-7; una huelga de controladores en Francia e Italia preocupaba a quienes debían regresar a sus países por vía aérea. La sala de conferencias vivía en estado de permanente ebullición y en este caso no le echo la culpa a la forma de vida de una siempre entrañable Nápoles, presentes Corona de Aragón, Borbones y Tercios en tantos y tantos testimonios, vestigios o costumbres.
Bien sé que el caso no es grave, pero significativo, cuando observando a mi sociedad, tropiezo por las calles con conectados absortos e intento huir de los que comunican a voces sus problemas sin importarles molestar al vecino; constato una desobediencia egoísta en nuestros aviones, cuando la voz educada y amable del personal de cabina pide no conectar hasta la apertura de puertas; comprendo la desesperación de unos profesores que no pueden conseguir calma y concentración a sus alumnos incluso de diez a doce años; me preocupa todo lo que puede ir grabándose en estas mentes jóvenes por las incontrolables e incontroladas redes. Poco a poco vamos desmantelado un modo de vida en el que el respeto, la educación, la reflexión, el análisis ponderado, formaban parte esencial de los comportamientos humanos. En la sacrificada y necesaria prensa local (1) un vocacional profesor, Juan Luis Hernandez, con siete reformas educativas a bordo, le pedía sabia y respetuosamente a la nueva ministra de Educación: «Que en los centros se enseñe a pensar, a argumentar y no a odiar; a exponer y no a insultar y a convivir que no es otra cosa que “vivir con”; procure –añade– que se instruya al alumnado en sentir, en responsabilizarse; no les mortifique con lexemas, morfemas o pluscuamperfectos: que lean, entendiendo por leer ayudarles a comprender lo que leen; haga compatibles las nuevas tecnologías con los libros de toda la vida, no vaya a ser que acabemos teniendo robots analfabetos; debemos conseguir crear seres que razonen, que saben expresar lo razonado, lo pensado y hasta lo sentido».
¿De qué habla el profesor? De recuperar un modo de educar y formar, que la vida moderna está destruyendo. De enseñar a pensar; no decirle a alguien lo que tiene que pensar, como vivimos por estos lares.
A falta de ello, ¿a qué nos enfrentamos? A indisciplina escolar; a un aumento de violencia en el seno de la unidad familiar; a giros en los estados de opinión pública reflejado en frecuentes encuestas y sondeos; a una especie de institucionalización de la mentira vestida de «lo correcto políticamente» o el «como me creo lo que invento, no me parece que miento» de nuestro sabio refranero; a la aparición de nuevos delitos como el de las redes de pederastia; a la proliferación de noticias falsas que pueden influir en nuestra vida política; a la reaparición de populismos como explotación sistemática de las ilusiones; a llegar a sabotear, como hemos vivido consternados estos días, un acto de homenaje a Cervantes en la propia Universidad de Barcelona. Pero sobre todo en la deformación de una conciencia del individuo, saturado de información, sin capacidad para desgranar lo moral de lo amoral; introvertido, porque cree que domina el mundo exterior, que a la vez le convierte en egoísta, insolidario, egocéntrico, desequilibrado. ¿Es esto lo que queremos?
(1) Diario «Menorca».12 de junio de 2018
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