Opinión

A la espera de la Infanta en la Copa del Rey

Inquietos, tensos, pendientes y sin respirar andábamos por si la Infanta Cristina visitaba o no a Urdangarín. Algo lógico y comprensible, hay que apoyarla. Al final, sí fue. Acudió el pasado domingo a la prisión de Brieva, en Ávila, donde se encuentra ingresado su esposo, aunque fue tan discreta que ninguno de los periodistas que allí la esperaban se percataron de su presencia. Es la primera visita a la que ha tenido derecho, y duró cuarenta minutos. Por otra parte, iniciamos meses vacacionales y la atención se centra en Ibiza y Marbella como grandes centros de relajo veraniego. Además, la curiosidad por Palma se ha avivado porque Don Juan Carlos vuelve a la Copa del Rey como hacía hace años, y ahora accede a colaborar para animar un evento que languidecía tras los primeros siete años en los que estuvo subvencionado por los perfumeros Puig, que no solo cuidaban lo deportivo sino también el aspecto más vendible del entorno social, hasta con la ahora inaccesible Carolina Herrera.

La curiosidad general se centra en si acudirá la Infanta Cristina, ahora en el ojo del más que huracán ante la irregular situación carcelaria de Urdangarín. Su presencia en Palma es un añadido que no parece probable, pero no pierden las esperanzas de que, como antaño, igual que sucede con el resto de la «royal family», incremente el interés matutino de las pruebas palmesanas del Real Club Náutico. Será lo mas seguido del mes donde Ibiza y Marbella repiten su tradicional contienda veraniega de qué ciudad atrae más famoseo. La isla con los «royals» y la capital costasoleña intentando ser fiel el interés que siempre despertaba estando en la alcaldía los después polémicos Jesús Gil y Julián Muñoz, que movían aquello con una estrategia de lo más captadora.

De aquellos tiempos sobreviven con estilo, clase y nostalgia la princesa Beatriz de Orleans y su íntima Teñu de Hohenlohe, que vive en un molino restaurado nada que ver con el tradicional «modus vivendi» de la carísima zona turística donde lo más llamativo es el Festival Starlite, que congrega famosos en el escenario y la platea. Aunque para mí el auténtico espectáculo comienza cuando te sientas en Puerto Banús –otro recuerdo del ayer– y te distraes y hasta diviertes con la fauna y flora que por allí pasea. Es algo que Marbella no ha perdido, como tampoco la manera de acicalarse de las señoras, con maquillaje y bronceado escote. Son santo y seña de todo un estilo que no tiene nada que ver con la despreocupación ibicenca en el vestir. En la isla son siempre fieles al «viste como quieras» impuesto por la recordada Smilja que, según Abel Matutes, es solo una supuesta princesa.

Mientras tanto, el interés de las pasarelas –la 080 Barcelona se está celebrando ahora mismo– se centra en lo que parece un alarde sorprendente. La atención que Jean Paul Gaultier dedica a Rossy de Palma, una rara avis a la que Almodóvar no exprimió como ahora lo hace el nada tradicional diseñador francés de raíz española. Difunde y saca partido a nada menos que una treintena de fotos en las que plasma diferentes aspectos de la nariguda actriz tan desaprovechada por nuestro cine. Solo la hemos visto en colaboraciones donde apenas ha tenido oportunidad de exhibir su talento escénico. Es lo que hace Gaultier en esta serie realmente contrastadora de cuanto ella puede ofrecer; lo mismo aparece con kaftanes exóticos que hecha una madama de los Campos Elíseos. Lo aguanta todo, magníficamente retratada por Álvaro Rubio. De ahí el interés y la admiración consiguiente porque nadie esperaba semejante descubrimiento alentador para nuestros directores, que acaso desde hoy le ofrezcan mejores oportunidades.