Opinión
La fundación de ciudades
La Colección «La Corona y los pueblos americanos», publicada por la Asociación Francisco López de Gómara de la que fue director don Alfonso de Zunzunegui y Redonet, le encargó un volumen al historiador americanista francés Georges Baudot, profesor de la Universidad de Toulouse (Francia) e investigador en El Colegio de México y en la Universidad Autónoma de México.
Bajo el título «La Corona y la fundación de los reinos americanos» escribió su precioso libro el americanista francés, uno de cuyos capítulos, el titulado «La emergencia urbana en América», entiendo, es la síntesis más profunda sobre este fenómeno histórico, sobre el cual siempre nos referimos como la época de la conquista, término poco afortunado al que yo siempre he descrito como época fundacional, que creo mucho más ajustado a la realidad histórica.
Demuestran, en primer lugar, las fundaciones urbanas tanto la voluntad de permanencia de los pobladores como del Estado fundacional a través de los documentos firmados con la Casa de Contratación y el Consejo de Indias, como en la Reconquista peninsular con la fundación de ciudades, sobre las cuales se asentaba el siguiente paso hacia el mar. En torno a las ciudades empezaron a crearse las bases y fundamentos de la colonización española, un serio contrapeso municipal al poder institucional del Estado y, simultáneamente, las bases de toda la actividad social que se pretende establecer. Además, la ciudad es una especie de isla donde moverse y opinar con libertad singularizada. Por supuesto, también desde donde puede efectuarse un control en la comunicación entre las distintas ciudades que constituyen un territorio comarcal y territorialmente dominado.
Son, por otra parte, ciudades de distinto signo. Existen las grandes ciudades cabezas capitalinas virreinales, como son México y Lima o Ciudad de los Reyes; o bien ciudades sedes de Audiencias, como Santo Domingo, Santa Fe de Bogotá, Guadalajara, Quito o Panamá; o ciudades prósperas en las rutas comerciales, como la bellísima Cartagena de Indias, o Veracruz; o quizás ciudades indígenas como Cuzco o Tlaxcala. Existe una iniciativa desde las instituciones gubernamentales, así como en las instrucciones de gobierno a los moradores, metrópolis virreinales o instrucciones de gobierno a pobladores del nuevo mundo: «... Veréis los lugares y sitios de la dicha isla y conforme a la calidad de la tierra... haréis hacer poblaciones...», se dice en las instrucciones de los Reyes Católicos a Nicolás de Ovando, o en la capitulación con Francisco de Garay (1521) se insistía, una y cien veces más, en la condición primordial de la construcción urbana, lugares de buen clima y condiciones de salud sanas, o como en las Leyes Nuevas de 1542, todas marcan el desvelo de la Corona. Tales recomendaciones de elegir bien los lugares de levantamiento de ciudades en las decisivas Ordenanzas de Felipe II (1573), representan verdaderos programas de urbanización explicadas con verdadera atención para erección de ciudades.
El propio Hernán Cortés, en los eruditos e importantes documentos que fueron sus «Cartas de Relación» al Emperador, destaca experiencialmente comparaciones como «nueva Venecia», o «tan grande como Sevilla y Córdoba», o «tiene otra plaza tan grande como dos veces la ciudad de Salamanca, donde hay cotidianamente arriba de sesenta mil ánimas comprando y vendiendo», o «es tan grande que dentro del circuito della, que es todo cercado de muro muy alto, se podía muy bien hacer una villa de quinientos vecinos». Cortés en sus Relaciones de México se entusiasmaba por su belleza y magnitud. Del mismo modo, el mundo andino del imperio incaico también era objeto de descripciones entusiastas por sus grandes logros urbanos y ciudades de gran brillantez y arquitecturas imponentes. El Cuzco, capital del imperio Inca del Tawantinsuyu, a unos 3.700 metros de altura, en la cabecera de un largo valle, fue bautizado como «nueva Roma», una metrópoli de más de cien mil habitantes.
De hecho, las normas impuestas por la Casa de Contratación y el Consejo Real no eran debidas a alguna moda que reflejara los valores de la dominación y organización territorial y poblacional españolas. En el texto de la fundación de Lima, como en el de otras ciudades fundadas en el Nuevo Mundo, en zonas al menos inicialmente construidas en tiempos tempranos, también había que atender a la seguridad en «peonías» o bien «caballerías», pero con normas de seguridad que conforme aumentaba el tiempo de convivencia y vida social iban desapareciendo.
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